Diciembre es un mes especial. Es el último mes del año y, por las fiestas, es especialmente propicio para hacer un alto en el camino, mirar hacia atrás y hacer balance del año que termina. Así que, antes de levantar las manos del teclado, dar por terminado el año e irnos de vacaciones, lo invito a reflexionar sobre lo que ha pasado este año en México y cuál puede ser nuestra labor de aquí en adelante.
Creo que, desde la victoria del presidente López en las elecciones de junio del año pasado, todos teníamos ciertas expectativas para este 2019. Algunas eran optimistas, otras no tanto. Dígame ¿Se cumplieron sus expectativas? ¿Para mejor? ¿Para peor? Yo le confieso que no esperaba estar defendiendo la separación de la Iglesia y el Estado en pleno siglo XXI, pero así ha sido de políticamente turbulento nuestro México este 2019 y es lo que nos ha tocado hacer.
Celebro la turbulencia, sin embargo. He visto que ha sembrado inquietud en muchos círculos sociales, que ha despertado (al menos en parte) a cierto sector de la población de su letargo. He visto que ha nutrido el debate y la discusión. Y he visto que una pregunta se crece en las conversaciones de sobremesa: ¿Qué hacemos? Pregunta en tiempo presente y en primera persona del plural. ¡Bien! Si va en serio ya tenemos la mitad de la batalla ganada.
Ahora, antes de que perdamos el entusiasmo, y se me frustre por no encontrarle respuesta sencilla a la problemática, permítame señalarle algunas indicaciones generales. Después de todo, en la situación en que usted se encuentra ahora, me encontraba yo hace cinco años.
Primero: Deje de pensar que la solución es quitar a López del poder para poner a otro desde “la oposición”.
Puede parecer que el presidente y su grupo son el origen del problema, por todo lo que ocurrió este año, pero puedo asegurarle que no es así. El titular del ejecutivo es resultado de cómo la sociedad mexicana entiende su realidad y se mueve en ella, reflejo de dicha sociedad. Y la verdad es que los mexicanos promedio no sabemos para qué funciona el Estado, ni con qué se come un marco institucional medianamente funcional y entendemos la ley como un montón de buenos deseos (Héctor Aguilar Camín usa la palabra “aspiracional” para describir nuestra legislación: Sabemos que no se va a cumplir así, lo damos por sentado, pero “algún día” igual y se nos hace.)
Si López desapareciera mañana, seguiríamos buscando el siguiente gran caudillo, el siguiente gran estadista que “nos saque” adelante.
Segundo: Entendamos que la “oposición” desde donde esperamos la solución no existe. En Mexico no hay partidos, hay clase política con diferentes colorcitos para pretender que no son lo mismo. En lo que va del año hay varios nombramientos y reformas que no se hubieran podido dar sin la colaboración, por acción u omisión, de la "oposición"
Si surgiera un líder carismático desde las filas de Acción Nacional, México Libre o similares, nomás nos estaríamos peleando por el colorcito del pin en la solapa, pero perpetuando exactamente el mismo patrón. Le doy un ejemplo: Hace unos días me compartieron una columna del Excelsior titulada “Un López Obrador a la inversa” Casi me da algo. La elección de palabras significa que la oposición ni siquiera puede articular lo que quiere y definirse sin usar como marco de referencia al chancro. Que lo único que quiere es un caudillo de otro color. SU caudillo.
Tercero: Toca asumir la que solución no llegará rápido, ni habrá fórmula mágica en 2021, ni 2024, ni siquiera en 2030. Lo que nos ocurre hoy es resultado de lo que hicimos y dejamos de hacer los pasados treinta o cuarenta años. Y tomará más o menos ese tiempo, poniéndonos a chambear en serio, construir algo que más o menos nos permita salir de este juego de caudillos de colores. La carrera será de resistencia. Quizás a nuestra generación le toque ver sus primeros frutos y a la de nuestros hijos y sobrinos les toque disfrutarlos.
Cuarto: ¿Qué hacemos?: Escoger nuestras batallas, y pegarle. Encuentre una causa en la que crea, algo que de verdad le importe y quiera cambiar y vaya sobre ello. Uno Opina es la batalla que yo escogí: la de la formación de Ciudadanía (así, con mayúsculas) gente políticamente activa, informada y de criterio que vea su participación (y responsabilidad) más allá de cruzar boletas cada tres o seis años. Bien, mal, con poco o mucho alcance; llevamos ya cinco años trabajando con ese propósito.
Escoja su batalla: Presione a su legislador, asegúrese de que haga su chamba. Comprométase en lo local, insístale a la delegación de ese bache que no han tapado, de las farolas fundidas de su calle, ese negocio sin licencias que opera dentro de su zona residencial. Mejor aún, reúnase con otros de interés similar y vean cómo pueden impulsar una legislación que simplifique trámites, que transparente el trabajo de los funcionarios. Llene al IFAI de solicitudes de información y la Secretaría de la Función Pública de denuncias. No tiene que hacerlo todo, ni hacerse responsable de todo. Escoja una causa, escoja su batalla y a partir de ahí es cuestión de insistir, de no bajar los brazos y de aguantar los rounds peleando de manera inteligente hasta que vayamos cambiando, un poquito a la vez.
Lo invito a que nos tomemos estas dos semanas de descanso y reflexión. Usted para decidir en qué arena quiere plantarle cara a nuestra realidad, un servidor para tomar aire, replantear estrategia y recuperar fuerzas; porque cuando vuelva a sonar la campana el próximo año, más vale que nos encuentre de pie y al pie del cañón. Van a ser varios rounds
¡Un fuerte abrazo y mis mejores deseos para estas fiestas decembrinas!
Addendum:
Esta columna se va de vacaciones, regresamos el miércoles 8 de diciembre con el ánimo renovado y los brazos bien en alto.