La desaparición forzada de 43
estudiantes de la Escuela Normal Rural "Raúl Isidro Burgos" hace poco
más de un par de meses pudiera parecer el principio de ese cambio que todos
queremos para México. Al grito de #TodosSomosAyotzinapa parece haber despertado
una nueva sociedad, organizada, responsable y exigente con sus gobernantes; una
sociedad que ya no esté dispuesta a tolerar más abusos y que, inspirada por el
sentimiento democrático, será la piedra angular de una nación nueva,
primermundista y progresiva.
Yo no estoy tan seguro.
Celebro que cada vez haya más
gente interesada en conocer lo que ocurre en el país, en seguir las noticias,
en mantenerse enterada y en forjarse una opinión. Festejo que haya activismo
político, gente valiente que acude a las marchas y no tiene miedo de defender
sus ideales. Aplaudo la insistencia, la tenacidad con la cual se exige una
respuesta contundente y veraz de parte de la autoridad y no se aceptan salidas
al vapor, o expresiones exasperantes como el "Ya me cansé" de Jesús Murillo
Karam.
Pero (y atención, que es un pero
muy grande) preocupa que esta nueva sociedad (supuestamente crítica, despierta
y activa) marcha y se manifiesta sin una propuesta clara, sin una solución
contundente. Marcha por marchar, sedienta de cambio, pero exigiendo el cambio a
quienes menos incentivos tienen para llevarlo a cabo: los mismos políticos.
Denise Dresser escribe en su
libro "El País de Uno" que el mexicano promedio no se siente dueño
del país, sino arrendatario. Coincido. Al mexicano le ha entrado en la cabeza
que el país es de los poderosos, de los políticos y empresarios coludidos que
se reparten el pastel y dejan migajas. Ha aprendido a vivir de las migajas, a
hacerse pequeño, a vivir indiferente. No sólo porque así ha sido desde siempre,
sino porque es cómodo. La mentalidad es que, de alguna manera, los políticos y
empresarios nos siguen necesitando para vivir como dueños del país, así que
jamás nos darán el golpe de gracia. Es más, nos lloverán las migajas, las
dádivas, los subsidios. Fingirán que trabajan para nosotros. Seguros a la
sombra del gobierno, vivos de lo que el gobierno nos conceda. Sobreviviremos.
¿Realmente queremos cambiar la
situación? ¿Ya no queremos depender del gigante de rojo? ¿Entonces por qué se
lo pedimos al gigante de azul o de amarillo? ¿Por qué mendigamos cambio? ¿O es
sencillamente que nos han apretado demasiado, pero nos basta con que suelten un
poquito las pinzas, con que vuelvan las calles medianamente seguras y una
economía medianamente estable? ¿Acaso nos basta con volver a la mediocridad?
Si es así ¿Por qué? ¿Por qué esa
falta de autoestima, esa indiferencia? Si no es así ¿Por qué nos dejamos
engañar por gatopardos, que cambian todo para que todo siga igual? ¿Por qué
creemos que sacar a Peña y traer a otro resolverá el problema?
¿Qué queremos, México? ¿Tenemos
la voluntad de construirlo con nuestras propias manos? ¿O nos pesa tanto la
responsabilidad, el timón de nuestro propio destino, que estamos dispuestos a
dejárselos a los de siempre, a seguir viviendo de migajas?
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