La primera solución que se planteó hace un par de semanas (¡felices fiestas!) al problema del salario mínimo en México fue la generación de más empleos. Esto en el entendido de que, mientras más demanda de trabajo exista, más estarán dispuestos los empresarios a pagar a quien ofrezca su trabajo para satisfacer dicha demanda. Ahora, antes de proponer algunas vías para generar esa demanda de trabajo, habría que definir qué tipo de empleos queremos.
Buscamos empleos que resulten significantes. Empleos eficientes, que generen la riqueza que luego se repartirá entre quienes realizaron el trabajo; que le permitan a quienes los ocupan sentir satisfacción y orgullo por su labor, además de que resulten retadores para sus capacidades para que se mantengan en constante crecimiento y aprendizaje y para que quienes cuentan con mejores aptitudes puedan crecer dentro de la organización a posiciones de mayor responsabilidad. ¿Dónde encontraremos empleos como estos?
Existen, por un lado, las plazas de trabajo gubernamentales, esas que abren las diferentes dependencias de gobierno para cumplir con sus obligaciones y proporcionar los servicios que están obligadas por ley a proveer. Pueden ser muy variadas, desde la del burócrata del INE o la del auditor del SAT, hasta la de un médico especialista en el IMSS, o la de un ingeniero químico para PEMEX.
Pero estos empleos no son como los que andamos buscando. Muchos de éstos no producen riqueza (a veces al contrario, entorpecen la creación de la misma), y los que si la producen no tienen ningún incentivo para hacerlo de manera eficiente. Operan, normalmente, en una institución monopólica que no debe preocuparse por competir en el mercado, ni por obtener ingresos (que obtiene directamente del gobierno). En esas condiciones preocuparse por la eficiencia o la calidad del servicio es un lujo que pocas veces disfrutamos, no una necesidad impuesta por el mercado. ¿Cómo explicar si no que para solicitar un medicamento al IMSS haya que pasar un papel por ocho manos, recabando firmas, sellos y autorizaciones?
Como no hay necesidad de ser eficientes, tampoco hay un criterio claro para elegir quién puede crecer en la estructura de una organización gubernamental y los procesos de sucesión caen en el riesgo de ser completamente descarrilados por compadrazgo o nepotismo. No es raro, por ejemplo, que con el cambio del partido en el poder cambien también a buena parte de los funcionarios públicos, sin importar que algunos de ellos fueran muy buenos en sus respectivas labores.
No, los empleos gubernamentales son la antítesis de lo que queremos.
Luego están los trabajos informales, el del tianguista y el vendedor de las esquinas, pero también el del ama de casa que vende pan casero a sus vecinas para completar el gasto y el del jardinero que monta en la bicicleta la podadora y las tijeras para ir casa por casa arreglando jardines.
Estos empleos si cumplen con algunos de nuestros requisitos. En primera instancia, es un trabajo del que se puede sentir orgullo. Los trabajadores informales son, en su mayoría, gente valiente que se vale de sus propios recursos y habilidades cuando no encuentran otro camino; heroicos micro empresarios que aprovechan lo que tienen y además generan la suficiente riqueza para su sustento y el de los suyos. Sus negocios además compiten por la preferencia del consumidor, que bien podría ir a la panadería o llamar a un servicio de paisajismo y diseño de jardines; lo que los obliga a ser eficientes en sus trabajos, o al menos ofrecer otras ventajas que sus competidores, normalmente en el factor precio.
Sin embargo, hay que reconocer que son empleos con poca posibilidad de crecimiento, cuyos reducidos márgenes de utilidad apenas les permiten subsistir (ya no digamos reinvertir y crecer) y que difícilmente les enseñaran algo más que lo que ya saben hacer bastante bien desde un principio (si la panadera no hubiera sabido como hacer pan, no hubiera empezado a venderlo entre sus vecinas)
Al informal se le puede reprochar, además, que no contribuya con impuestos al "bienestar general", que compita de manera desleal con las empresas que si cumplen con las obligaciones que marca la ley y que deben pagar un local y la seguridad social de sus empleados.
Finalmente están las empresas privadas, formalmente constituidas que operan dentro de la legalidad. Estas empresas son las que tienen mejores posibilidades de ofrecer empleos que cumplan con todos nuestros requisitos. Producen riqueza a través de satisfacer necesidades, lo que dota a sus empleados de propósito y como compiten contra otras empresas por la preferencia del consumidor, están siempre en una obligada búsqueda de la mejora, lo que se traduce en capacitación para los empleados, diseño de nuevas técnicas para realizar sus labores y un marco meritocrático para decidir quién progresa en la estructura de la organización.
Si queremos más y mejores empleos, entonces necesitamos más y mejores empresas en este último esquema. Ya sea fomentando la creación de empresas nuevas, o permitiendo al sector informal regularizarse. Y así volvemos a la pregunta que dio origen a toda esta verborrea. ¿Por qué no hay más empresas que generen los trabajos que queremos?
La respuesta, como todo en economía, es porque no existen los incentivos. Y no existen porque el gobierno, encargado de promover la generación de empleos, se ha dedicado a todo lo contrario.
Con la larga lista de requisitos, trámites y permisos que hay que reunir para montar el negocio (México está en el triste lugar 39 del Índice de Facilidad para Hacer Negocios del Banco Mundial, muy lejos de Singapur, Dinamarca, Estados Unidos, Reino Unido o la República de Corea, que ocupan los primeros puestos); la agresiva política fiscal que le desaparece alrededor del 30% de la riqueza que produjo, el constante acoso de grupos sindicales que poco o nada tienen que ver con sus empleados y su bienestar, el descarado uso discrecional que hace el gobierno de los fondos que recauda. ¿Qué incentivo tiene el emprendedor para alinearse a la legalidad?
Y el camino de la informalidad tampoco es sencillo. Si, de un tiempo para acá el gobierno ha comenzado a procurarles más atención: el Seguro Popular para quienes no tienen IMSS, o el apoyo a las personas de la tercera edad para quienes no cuentan con una pensión. Sin embargo, como se ha dicho, sus márgenes de utilidad son mínimos y se ven acosados por líderes políticos corruptos que cobran cuotas por protección o al menos la promesa de que no serán molestados por la policía.
¿Cómo entonces generar más empleos? Pues reduciendo las trabas gubernamentales, haciendo accesible para los informales institucionalizar su negocio y permitiendo que los negocios constituidos puedan hacer más con su negocio y puedan seguir creciendo.
La solución, irónicamente, está en evitar la intervención de quien debía promover el empleo: el gobierno. Bien decía mi abuelo: Mucho ayuda el que no estorba
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