El próximo siete de junio volverá
a llevarse a cabo en nuestro país el ritual electoral, con la noble pero ingenua
intención de que la ciudadanía encuentre a alguien que represente sus intereses
y dé respuesta a sus inquietudes en los casi 2,000 puestos que van a votarse. Si usted, querido lector, no se había dado
por enterado, puede considerarse en extremo afortunado. Porque en estos tiempos, si enciende la
televisión o la radio, abre cualquier periódico, o incluso si entra a una sala
de cine, de inmediato se verá acosado por una avalancha de mensajes
proselitistas y el reporte casi minuto a minuto de cómo se están acomodando la
piezas de cara a la jornada electoral.
Y espere, porque apenas vamos
iniciando. Cuando finalmente tengamos definidos
a los candidatos, la marea "informativa" crecerá como la espuma. Se le unirá una oleada de basura plástica que
ocupará postes, banquetas, paradas de autobús y demás mobiliario urbano. Se despilfarrarán indecentes cantidades
tratando de alcanzarlo en su domicilio, con volantes que saturen su buzón,
grabaciones telefónicas que lo interrumpan en sus actividades diarias y
vistosos (y distractores) anuncios con movimiento en su navegador de internet
mientras intenta trabajar.
Solo eso debería ser un gran foco
rojo, grave alarma de que el nuestro sistema gubernamental tiene enormes grietas.
La política en México se hace desde el
gasto, con circo y espectáculo, con actos multitudinarios en las plazas
públicas llenas de acarreados y demostraciones de apoyo con todo mi equipo de
campaña pegando calcas en las principales arterias de la ciudad. La política se hace desde el escritorio del
mercadólogo, del diseñador, del experto en relaciones públicas. No sorprende que un payaso, un ex-futbolista y una actriz de telenovela tengan manera de
participar en la contienda (y quién sabe
si no ganarla) por el solo hecho de ser personajes públicos y reconocidos. No son ellos, es el sistema.
A la política en México le falta
sustancia, le faltan propuestas y le falta una ciudadanía que la cuestione con
cabeza fría y atención constante. ¿Qué
vas a hacer? ¿cuándo? ¿cómo? ¿por qué? la mayoría de las propuestas no se
sostienen frente a este rápido examen. A la ciudadanía le falta educación para
juzgar lo adecuado de las respuestas. A
la política le falta congruencia, políticos con compromiso con los ideales que
enarbolan y no chapulines con ideologías desechables, que saltan de un partido
a otro aunque defiendan principios contrarios. A los ciudadanos nos falta criterio. Todo mundo se lamenta de la resaca que
arrastramos como nación, pero muy pocos voltean a ver cómo cada tres años nos
emborrachamos de fiesta electoral.
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