miércoles, 7 de octubre de 2015

El problema de género, hacer igual lo que es distinto.

Estoy muy orgulloso y feliz de ser un hombre adulto, blanco (mestizo, pero dejémoslo en blanco en beneficio del argumento) y heterosexual. Eso, aparentemente, me pone en contra de un montón de gente con la que no he tenido desavenencia alguna; es más, con gente que ni siquiera tengo el gusto de conocer.

Pongamos el botón de muestra:
El fin de semana me tocó ver estallar una discusión en redes sociales. El origen: una serie de desplegados para la campaña #Don'tMancriminate (¿#NoMascudiscrimines?) en la que señalaban, con intención de levantar ámpula, algunas de las "injusticias" que el género masculino tiene que soportar. En su mayoría eran cuestiones bastante tontas: "¿Por qué tengo yo que preguntar para salir?" "¿Por qué tengo yo que pagar las cuentas?" "Yo no recibo tragos gratis" "Yo tengo que pagar por mi entrada" etc.

La reacción de grupos feministas y de algunos de sus miembros más radicales, fue notable por virulenta y veloz. Los calificativos "maricones" o "chillones" y sus derivados se mencionaron repetidas veces, acusando al género masculino (porque, recuerden, todos los hombres somos iguales) de victimizarse. Para estas chicas, la ironía es un concepto alienígena.

Los problemas que presentó el movimiento Don'tMancriminate en sus desplegados son pequeñeces. Yo no tengo problema en invitar un trago una chica que me interesa, tampoco tengo reparos en ser yo quien la invite a salir. Creo que, cuando me corresponda, me sentiré orgulloso y realizado trabajando por y para ella y para la familia que, en los términos que acordemos juntos, construiremos. Tampoco me parece injusto que un negocio tenga ofertas especiales para mujeres. (Me llama la atención, sin embargo, que las feministas no peleen este último punto. La intención de esos programas es atraer mujeres al local y hacer de ese el atractivo para los varones. Es una relación de uso como ninguna otra, y sin embargo nadie se queja del Miércoles de Damas)

Pero es cierto que el hombre también enfrenta desafíos de género. ¿Por qué las feministas no abordan la cuestión, por ejemplo, de que sólo los hombres están obligados a enlistarse en el Servicio Militar Nacional? ¿Por qué no hablar de que el 92% de los fallecidos por accidente de trabajo son varones? ¿De que seis de cada diez personas sin hogar son hombres? ¿De que el hombre no tiene ni voz ni voto en la decisión de conservar o abortar al hijo que él también trajo al mundo, o de que la custodia, en el 80% de los casos favorece a la mujer? ¿Por qué no discutir que el hombre tiene más posibilidades de recibir sentencias más largas por exactamente el mismo crimen? ¿que el 75% de las víctimas de homicidio son hombres? ¿De que un hombre jamás será escuchado seriamente si acusa que ha sido violado y no tiene la infraestructura de apoyo que tienen las mujeres si sufre violencia de parte de su pareja, o si son padres solteros?

Si no se abordan estos temas también, decir que el feminismo pugna por la igualdad y el bienestar de ambos sexos es como decir que el nazismo promueve la igualdad y el bienestar de todas las razas.  


Creo que, como en casi todos los grandes problemas del mundo, la igualdad de género se resuelve no desde los grandes movimientos sociales, sino desde los actos individuales de particulares valientes. Hombre y mujer son criaturas muy distintas y si a veces es difícil que dos personas, una pareja, se entiendan y se traten con el mismo respeto uno al otro, mientras más personas agreguemos a la ecuación mayor será la dificultad. Más aún si en lugar de dialogar nos dedicamos a gritarnos desde una plaza pública, aferrados a un megáfono en medio de una marcha. Celebremos nuestras diferencias. Hablemos nuestras diferencias. Disfrutemos nuestras diferencias.

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