Lo que sucedió el viernes en
Paris es un tragedia. No hay otra manera de expresarlo con el peso que la
triste ocasión requiere. 136 fallecidos, 415 heridos, toda una nación que en
unas horas entró en pánico y todavía hoy se siente vulnerable: ese es el saldo
de una jornada de terror.
Tengo mis ideas, pero desconozco
demasiado de política internacional y de la situación en oriente medio como
para atreverme a hacer conjeturas, señalar porqués o dar una opinión con
significado alrededor de los atentados. Pero puedo opinar de las reacciones.
A quienes se molestan por la
difusión e importancia que se le da a la noticia, en contraste con los pequeños
espacios que reciben otras tragedias no menos graves como la guerra en Syria,
las muertes en Nigeria o el drama de una bomba estallando durante un funeral en
Bagdad: Bájense de su ladrillo moralista. Hasta la difusión de los atentados en
Paris, no vi a ninguno de ustedes intentando hacer conciencia del resto de las
tragedias que hoy tan hipócritamente enarbolan.
De estar tan convencidos de que
una dolorosa realidad no es menos importante que otra, no estarían intentando
minimizar lo ocurrido en Francia, ni reprochar a quienes muestran su apoyo a la
nación gala. Al contrario, lo verían como una oportunidad de crear conciencia.
A quienes, en el otro lado del
espectro, se suman a infinidad de cadenas, suben imágenes bellamente diseñadas
en redes sociales y hacen estériles muestras de apoyo cambiando sus imágenes de
perfil les pido: revisen a conciencia sus intenciones. Está bien sentirse
conmovido, en shock o con ganas de tomar acción. Pero en esta época de redes
sociales en dónde la imagen que proyectamos lo es todo, la tentación de
sumarnos a la marea de comentarios, o de mostrar cuánto nos duele es muy real;
aunque no lo sintamos realmente.
Puede parecer inocuo, pero por
ejemplo: después de los atentados ciudadanos parisinos empezaron a usar Twitter
para localizar familiares u ofrecer apoyo y resguardo a quienes aún estaban en
las calles con el mensaje #PorteOuverte (Puerta abierta). Los medios de
comunicación y gente fuera de zona de conflicto comenzaron a darle difusión a
la etiqueta y finalmente su efectividad se vio sumamente reducida, por esa
necesidad obsesa de formar parte de todo en redes sociales.
No digo que esté mal, pero
revisemos nuestras intenciones al enviar un mensaje de apoyo.
Y finalmente un recordar un viejo
adagio que reza: Nunca hagas nada cuando estés enojado. Violencia genera violencia. La reacción de François
Hollande al bombardear posiciones del estado islámico en Siria y solicitar
poderes especiales de su parlamento es entendible, pero en absoluto
recomendable.
No hay justificación alguna para
matar a otros. Devolver el golpe que tanto dolor causó a los parisinos no va a
traer de vuelta a la vida a los 136 fallecidos y va a enraizar y profundizar el
odio. Una nueva oleada de muerte a la población musulmana de los países
involucrados en tierra fértil para las semillas de los extremistas y radicales
religiosos.
En definitiva, prefiero rescatar
el discurso del Dalai Lama del lunes:
"No podemos solucionar este
problema con oraciones. Soy budista y creo en el poder de la oración. Pero los
humanos hemos creado este problema y ahora le pedimos a Dios que lo resuelva.
Es ilógico. Trabajemos por la paz y no esperemos ayuda de Dios, Buda o los
gobiernos."
"Necesitamos una estrategia
sistemática para albergar valores humanitarios, de armonía y comunidad. Si
empezamos hoy, hay esperanza de que este siglo sea diferente del anterior. Está
en el interés de todos"