miércoles, 18 de noviembre de 2015

La tragedia de Paris

Lo que sucedió el viernes en Paris es un tragedia. No hay otra manera de expresarlo con el peso que la triste ocasión requiere. 136 fallecidos, 415 heridos, toda una nación que en unas horas entró en pánico y todavía hoy se siente vulnerable: ese es el saldo de una jornada de terror.

Tengo mis ideas, pero desconozco demasiado de política internacional y de la situación en oriente medio como para atreverme a hacer conjeturas, señalar porqués o dar una opinión con significado alrededor de los atentados. Pero puedo opinar de las reacciones.

A quienes se molestan por la difusión e importancia que se le da a la noticia, en contraste con los pequeños espacios que reciben otras tragedias no menos graves como la guerra en Syria, las muertes en Nigeria o el drama de una bomba estallando durante un funeral en Bagdad: Bájense de su ladrillo moralista. Hasta la difusión de los atentados en Paris, no vi a ninguno de ustedes intentando hacer conciencia del resto de las tragedias que hoy tan hipócritamente enarbolan.
De estar tan convencidos de que una dolorosa realidad no es menos importante que otra, no estarían intentando minimizar lo ocurrido en Francia, ni reprochar a quienes muestran su apoyo a la nación gala. Al contrario, lo verían como una oportunidad de crear conciencia.

A quienes, en el otro lado del espectro, se suman a infinidad de cadenas, suben imágenes bellamente diseñadas en redes sociales y hacen estériles muestras de apoyo cambiando sus imágenes de perfil les pido: revisen a conciencia sus intenciones. Está bien sentirse conmovido, en shock o con ganas de tomar acción. Pero en esta época de redes sociales en dónde la imagen que proyectamos lo es todo, la tentación de sumarnos a la marea de comentarios, o de mostrar cuánto nos duele es muy real; aunque no lo sintamos realmente.
Puede parecer inocuo, pero por ejemplo: después de los atentados ciudadanos parisinos empezaron a usar Twitter para localizar familiares u ofrecer apoyo y resguardo a quienes aún estaban en las calles con el mensaje #PorteOuverte (Puerta abierta). Los medios de comunicación y gente fuera de zona de conflicto comenzaron a darle difusión a la etiqueta y finalmente su efectividad se vio sumamente reducida, por esa necesidad obsesa de formar parte de todo en redes sociales.
No digo que esté mal, pero revisemos nuestras intenciones al enviar un mensaje de apoyo.

Y finalmente un recordar un viejo adagio que reza: Nunca hagas nada cuando estés enojado.  Violencia genera violencia. La reacción de François Hollande al bombardear posiciones del estado islámico en Siria y solicitar poderes especiales de su parlamento es entendible, pero en absoluto recomendable.
No hay justificación alguna para matar a otros. Devolver el golpe que tanto dolor causó a los parisinos no va a traer de vuelta a la vida a los 136 fallecidos y va a enraizar y profundizar el odio. Una nueva oleada de muerte a la población musulmana de los países involucrados en tierra fértil para las semillas de los extremistas y radicales religiosos.

En definitiva, prefiero rescatar el discurso del Dalai Lama del lunes:
"No podemos solucionar este problema con oraciones. Soy budista y creo en el poder de la oración. Pero los humanos hemos creado este problema y ahora le pedimos a Dios que lo resuelva. Es ilógico. Trabajemos por la paz y no esperemos ayuda de Dios, Buda o los gobiernos."


"Necesitamos una estrategia sistemática para albergar valores humanitarios, de armonía y comunidad. Si empezamos hoy, hay esperanza de que este siglo sea diferente del anterior. Está en el interés de todos"

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo... Recuperemos los valores básicos, y sigamos desde ahi.

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