miércoles, 14 de septiembre de 2016

(Re)definamos "Derechos"

Nuestra inteligencia es lingüística. Hay una relación directa entre el dominio del lenguaje y la capacidad de estructurar pensamientos complejos. Entre las palabras que conocemos y cómo interpretamos el mundo. Las palabras nos permiten “capturar”, en sentido figurado, conceptos abstractos como democracia, alegría o matrimonio y definirlos con suficiente claridad como para comunicarlos a otros. Sin la comunicación y el intercambio de ideas, la sociedad se estanca.


Requisito indispensable para este intercambio de ideas, sin embargo, es que las palabras tengan conceptos claros. Que la palabra que yo use para escribir, tenga para mis lectores el mismo significado. Esto, sorprendentemente y aunque tengamos a una institución como la Real Academia de la Lengua, no es una condición que se cumpla siempre en política; ámbito en el cual se hace de torcer las palabras un deporte.


Concretamente, hablo de la palabra “Derechos” que con tanto fervor se repite hasta el cansancio en discursos y arengas para referirse a algo que debe ser nuestro (o de quien posea el susodicho “derecho”) casi por designio divino. Tú tienes el “derecho” a la educación; tú tienes el “derecho” a la salud, tu tienes “derecho” a un salario digno, a tal o cual apoyo. Nos insulfan la idea de que, lo que sea que vayan a hacer, proponer o decir, era algo que se nos había arrebatado; algo que nadie debía quitarnos y ellos, como héroes, van a devolver al “pueblo bueno”.


Pero ¿qué es, concretamente un derecho? ¿y que conlleva tener uno?
El Diccionario de la Real Academia Española. define la palabra como:

11. m. Facultades y obligaciones que derivan del estado de una persona, o de sus relaciones con respecto a otras. ej. El derecho del padre. Los derechos humanos.


Derechos, dice la RAE, es un conjunto de facultades y obligaciones. Con las primeras tres palabras de la definición echan por tierra el discurso político populista. Continúa la entrada mencionando que los derechos derivan del estado o las relaciones de una persona, lo que automáticamente significa que no todos tenemos los mismos.  


¡Pero espera! Dirá alguno de mis tres lectores ¿Entonces, a qué sí tengo derecho? La definición del diccionario no nos lo dice. Sin embargo, en el diccionario de Google encontré una que sí puede servirnos de referencia:


6. nombre masculino
Condición de poder tener o exigir lo que se considera éticamente correcto, establecido o no legislativamente.


La ética, rama de la filosofía que estudia la bondad, o la maldad intrínseca del comportamiento, es una luz de contraste interesante bajo la cual analizar los derechos y verificar si realmente lo son.
Los primeros, por ejemplo, el derecho a la vida, el derecho sobre el propio cuerpo, la autodeterminación y la libertad son claramente derechos. La ética estudia la acción humana realizada en racional libertad, que es imposible sin todos los requisitos antes mencionados.
El derecho a la propiedad, a que la persona goce de lo que con sus medios y esfuerzo ha conseguido también es un derecho ético. Una actividad productiva, mientras no dependa de.dañar a los demás es intrínsecamente buena.


Es a partir de aquí que, creo yo, el camino se vuelve más escabroso. Educarse engrandece el espíritu; amplíar los horizontes y buscar la mejora personal es indudablemente ético. Todo mundo tiene el derecho de buscar su mejora personal pero, ¿es ético, es exigible como derecho que alguien más esté obligado a invertir en mi educación? Lo que nos venden como el derecho a la educación, o derecho a la salud, en realidad requiere que a alguien más se le despoje de parte de lo que ha ganado, a través de un impuesto, para que el Estado me lo pueda proporcionar. Que el Estado me ofrezca educación o servicios de salud gratuitos, entonces, no es un derecho.


No digo que no sea necesario. Para desarrollarnos no sólo como sociedad, sino también como personas, lo ideal es que los integrantes de dicha sociedad sean individuos sanos, personas cultas y con oportunidades de progresar. Pero me parece que etiquetarlo todo de “derecho” le resta significado y valor al esfuerzo que una porción significativa de la población hace para que nuestra sociedad reciba este beneficio. Que haya, en las universidades públicas del país, “alumnos” que se han tomado más de una década para terminar una carrera o aspirantes rechazados indignados porque no los aceptan, pero que no cumplieron el mínimo de aprobar un examen de admisión; que haya personas que no siguen las recomendaciones del médico o no van al día con su esquema de vacunación; y que ninguno de ellos sienta o esté consciente del desperdicio que están causando porque “es su derecho”, a mi me parece verdaderamente exasperante.


Vuelvo al punto con el que empecé la entrada. La lingüística estructura nuestra manera de pensar, nuestra manera de actuar (Por eso se dice que la pluma es más poderosa que la espada) ¿Si en lugar de proteger el “derecho” intrínseco a la educación, el gobierno ofreciera el “privilegio” de estudiar? Un privilegio, algo precioso que se debe de cuidar, un honor que se debe proteger y no desperdiciar.
¿Podría cambiar México sólo con el cambio de una palabrita?

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