Esta semana, platiqué con una buena amiga sobre las evidentes diferencias que existen, en pleno siglo XXI, en el trato que reciben y oportunidades laborales que tienen las mujeres alrededor del mundo. El fenómeno, a pesar de los avances de los últimos tiempos, sigue vigente incluso ahí donde uno no lo esperaría (Por ejemplo en Hollywood, en el centro de California, el estado insignia de las políticas progresistas)
La conversación me dejó con la cabeza revuelta y hubo necesidad de rebotar el tema un par de veces con personas cuyo criterio y buen juicio de verdad respeto y admiro. Al final, estoy usando este espacio para forzarme a emitir una opinión clara y consistente al respecto. Una disculpa a mis tres lectores que esperaban algo distinto el día de hoy.
Es innegable que existe un doble estándar entre damas y varones. Si una mujer pierde los estribos por cualquier razón y en su enojo comienza a gritar y a gesticular, dirán que está loca. Si es el hombre quien lo hace, será sólo porque es “de carácter fuerte”. A la dama que tiene muchas parejas se la tacha de inmoral, al varón se le celebra su “éxito con las mujeres”. A las chicas que sufren de acoso se les recuerda que deberían tomárselo como un halago, al muchacho que rechaza atención no deseada, puede cuestionársele su hombría.
Son pequeños botones de evidencia; síntomas, creo, de una sociedad que ha ido perdiendo uno de sus pilares indispensables para una convivencia sana: el respeto. Y no sólo el respeto por el otro, que es importante, también el respeto propio, que es vital. Porque si no nos respetamos a nosotros mismos ¿con qué derecho exigimos que alguien más nos lo tenga?
Por falta de respeto a nuestra dignidad humana, predomina en la sociedad una idea de la vida muy limitada, basada en la satisfacción personal como principio y fin de la existencia. Estar faltos de un centro, o de un propósito más elevado (del que innegablemente sómos capaces) que nuestra propia satisfacción, tiene mucho de animal, muy poco de humano y da lugar a terribles abusos. Nos vuelve ciegos a nada que no sea nuestro propio placer cuando le gritamos a una muchacha por la calle, o fomentamos relaciones de uso, o empezamos a exigirles a otros que sean como a nosotros nos plazca que sean, o que actúen como a nosotros nos gustaría que actuaran.
Una persona, en cambio, que se reconoce y se respeta como ser humano, sí que tiene la capacidad de ver y reconocer en otros (del sexo que sea) la misma dignidad y es más capaz de entablar una relación saludable, de limitarse para dar cabida a los deseos y necesidades del otro y encontrar un equilibrio entre los ajenos y los propios. Es capaz de juzgar a una persona por sus méritos, no por falsos prejucios inspirados por su sexo. No va a exigirle a una mujer que vista de cierta manera si ella no lo desea, pero tampoco permitirá que una cualquiera le arrastre.
Creo que esa voluntad, esa autodeterminación y esa dignidad, más que cualquier otra cosa, es lo que hace a una persona atractiva, porque a todos dá su espacio, con todos es atento y al mismo tiempo es firme de propósito e intención.
Caballeros, damas, recuperemos eso, lo más valioso que tenemos y redescubramos que una sociedad en donde no se discrimine por sexo, pero tampoco por color de piel, o raza, o religión, no es tan complicado como parece.
“To have done no man a wrong…to walk and live, unseduced, within arm’s length of what is not your own, with nothing between your desire and its gratification but the invisible law of rectitude—this is to be a man.”
["No haber hecho ningún mal a un hombre ... andar y vivir, sin sustraerse, a corta distancia de lo que no es tuyo, sin nada entre tu deseo y su gratificación sino la ley invisible de la rectitud, esto es ser hombre".]
–Horace Mann
El respeto es primordial, principalmente el auto-respeto, porque no podemos dar a los demás lo que no tenemos por nosotros mismos.
ResponderBorrarEstoy totalmente de acuerdo
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