El lunes, durante la mañanera, le prestaron el micrófono a Alejandro Mendoza Álvarez, titular de la Unidad de Información, Infraestructura Informática y Vinculación Tecnológica de la SSPC. El funcionario procedió a presentar un "informe de seguridad" en donde acusó, con nombre y apellido a algunas personas de promover etiquetas en redes sociales con ataques a la prensa.
La declaración no sólo es una mentira burda (el estudio deja fuera otras cuentas afines al régimen que distribuyeron el contenido con igual o más ahínco) también es un mal uso de recursos públicos. La Unidad de Información que generó el reporte estaba originalmente destinada a rastrear delitos cibernéticos y a apoyar a la seguridad pública actuando como centro de inteligencia para las fuerzas del orden. Criticar en redes sociales (a quien sea) difícilmente califica como delito.
Pero así nos lo quieren vender. Esa era la narrativa que el gobierno se propuso impulsar el lunes, la palestra donde quería que se llevara a cabo el debate. Y les salió bien. Durante todo ese lunes se habló de poco más. El gobierno controló la narrativa con una facilidad terrorífica, centrando nuestra atención en lo que ocurre en una red social con una audiencia publicitaria direccionable (gente a la que se le puede vender) de apenas 7 millones de usuarios en un país de 130 millones de habitantes (el 5% de la población). Con la cabeza fría la discusión se vuelve absolutamente irrelevante en el gran esquema de las cosas.
Todo ese lunes de dejó de hablar del Culiacanazo y las ocho versiones distintas de los hechos que ha ofrecido el gobierno de Andrés Manuel, o de la responsabilidad de Alfonso Durazo en ese fracaso.
Ese lunes no se habló de Olga Sánchez Cordero y la reunión que sostuvo con Jaime Bonilla en donde avala la extensión de dos a cinco años de mandato del gobernador de Baja California, a pesar de haber dicho en Septiembre que tal medida era inconstitucional.
No se habló de la evidentísima recesión económica en la que las decisiones de este gobierno nos metió (si, en tiempo presente, no se engañe), con tres trimestres de crecimiento negativo o tan cercano al cero que es negligible.
No se habló del fracaso del operativo en Tepito, con el que la jefa de gobierno de la CDMX pretendió dar un golpe mediático, pero del que ya se liberaron a 30 de los 32 detenidos y además “se les perdió” toda la droga incautada en el operativo.
Tampoco se habló del despojo a millones de derechohabientes del Seguro Popular, que quedarán fuera de cualquier servicio de atención médica.
En fin, que no se habló de la completa incompetencia para gobernar y para entregar resultados en cualquier rubro de la presente administración. Le dimos al poder un respiro.
Los golpes de realidad son durísimos, mexicanos, y la lista de fracasos del presidente se extiende cada semana con ejemplos. Pero si se quiere montar una ciudadanía despierta y efectiva y una oposición que le haga justicia al nombre, aquí es donde hay que aplicar los principios del Arte de la Guerra. ¿Dónde queremos plantar batalla? ¿En el terreno que ya preparó el enemigo? ¿Se le va a dejar llevar la iniciativa? ¿O vamos a procurar cuestionar y enfrentar sus puntos flacos?
Está demostrado y documentado por diferentes agencias que el presidente miente al menos cinco veces en cada mañanera. Está demostrado que dichos ejercicios no son para informar sino una vil herramienta propagandística que les resulta súmamente útil para marcar agenda. ¿Qué hacemos escuchándola? ¿Por qué insistimos, como aquella fábula, en seguir el juego e insistir que el rey va vestido?
Hay que decidir qué nos parece importante y empujar nuestra agenda y narrativa esa dirección, no fijar la vista ahí donde nos señalan. Lo primero nos convierte en ciudadanos responsables y comprometidos, lo segundo en tontos útiles. ¿De qué lado quiere estar?
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