miércoles, 11 de marzo de 2020

Tormenta perfecta

El pasado fin de semana se le juntaron varias crisis a la presente administración. Crisis que por si mismas representaban desafíos importantes (de ahí el nombre), pero que en conjunto se antojan como el peso que terminará por partirle la espalda al proyecto encabezado por el presidente López Obrador. Si no se les presta la atención debida, el sexenio se acaba aquí; aunque termine cumpliendo el plazo legal y entregando el poder en 2024.
Algunas de estas crisis se gestaron en el extranjero, por lo menos una es “de fabricación” cien por ciento nacional, y en todas el margen de maniobra está reducido por decisiones, acciones u omisiones del mismo gobierno. Esto es importante recalcarlo porque aunque lo que ocurre allende fronteras está fuera del control del gobierno mexicano, si que está en sus manos anticiparse, prepararse y responder. Para eso está, de hecho.

La primera crisis es una de salud. Por su largo periodo de incubación y lo impreciso de sus síntomas, el coronavirus se ha vuelto uno de los agentes patógenos más contagiosos de los que se tenga registro (se calcula que entre el 40 y el 70% de la población mundial quedará infectada en algún momento). Si bien es cierto que tiene una mortalidad de apenas el 2%, el número es engañoso; resulta mucho más letal en pacientes de la tercera edad o con condiciones respiratorias previas y precisamente por eso se requiere especial cuidado para evitar su difusión. 
Supuestamente en México hay seis casos confirmados, pero el número de casos sospechosos subió a 37, de acuerdo con lo informado ayer por las autoridades y México se encuentra apenas en la primera parte de la curva de contagios. Es decir, el patrón estadístico de propagación de la enfermedad (basados en el progreso de la misma en otros países, como Italia y España), nos dice que en un descuido los casos podrían dispararse. Y aunque la mortalidad es baja, los enfermos requerirán atención y camas hospitalarias, saturando un sistema sanitario ya bajo mucha tensión y dejando a otras personas (quizá con enfermedades más graves) fuera de su capacidad de cobertura.

El coronavirus también es, en parte, responsable de la segunda crisis: la energética. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y Rusia protagonizan una disputa por desacuerdos en los topes de producción, ante la baja demanda derivada del brote de Coronavirus. En una guerra por participación de mercado, países como Arabia Saudita están ofreciendo mucho crudo, a precios tan bajos como ocho dólares por barril, desplomando los precios del energético en el resto del mundo.
Buena parte del plan económico del presidente descansaba en revitalizar y hacer más productiva la extracción de PEMEX. Pero acabamos de llegar a un punto en el que cuesta más dinero extraer el petróleo del subsuelo, que lo que recuperamos por venderlo. Hay una hemorragia de capital monumental en el que debía ser (en la cabeza del presidente) el motor del desarrollo del país y la maquinita de hacer dinero para sus programas sociales.

Aquí es donde las decisiones previas juegan en nuestra contra. PEMEX el año pasado tuvo pérdidas por 346 mil 135 millones de pesos, duplicando las pérdidas de 2018. Para ponerlo en perspectiva, es el equivalente a 2.3 aeropuertos en Texcoco, a 4.3 Refinerías en Dos Bocas o a la remuneración bruta del presidente durante 283,411 años. Pérdidas. En un año.
Se le invirtió a PEMEX millonadas con tal de incrementar la producción y tranquilizar a los inversionistas Pero ahora es matemáticamente imposible que se recupere porque pierde dinero cada que vende un barril.
Resulta que la petrolera más endeudada del planeta no puede pagar sus deudas. ¿Cómo cree que impacte esto en la calificación de grado de inversión que hacen las firmas especializadas? Y si PEMEX no puede y México (por la cancelación de la Reforma Energética) depende de PEMEX ¿Cómo cree que le vaya a México cuando le toque ser evaluado por esas mismas calificadoras? Exacto. La confianza del inversionista se desploma, nadie quiere invertir en peso y el valor de nuestra moneda se desploma. Una tormenta perfecta.

Paso a la tercera crisis; la última que toca enunciar, pero quizá la más importante: La de gobernabilidad. A López Obrador se le eligió en las urnas con dos promesas muy concretas, acabar con la corrupción y detener la rampante inseguridad. No ha resuelto ninguno de los dos problemas. De hecho, algunos se han agudizado por varias medidas de magnitud y asomado nuevas y oscuras caretas. La situación de la violencia contra la mujer y el pésimo manejo que ha hecho de toda la situación de las demostraciones del 8 y 9 de Marzo (llegando a decir ayer que, a pesar de todo, no cambiaría su estrategia de seguridad) le está costando capital político y la buena voluntad de la población. Sin resolver esta crisis, cualquier maniobra para enfrentar las otras dos será menos efectiva y costará más trabajo implementarla.

El presidente necesita ponerse a trabajar. Urge.


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