El domingo pasado se hizo público (y a la postre, viral) un vídeo en el cual el ciudadano presidente, Andrés Manuel López Obrador, se acerca a una camioneta blanca y saluda a Consuelo Loera, madre de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”. Al vídeo le siguieron algunas fotografías, en donde se señala que el mandatario pudo haber convivido con otros miembros de la familia y actuales cabecillas de la organización criminal del Cártel de Sinaloa. Todo esto, curiosamente, el día del cumpleaños de Ovidio Guzmán, el nieto de Consuelo e hijo del Chapo.
El vídeo es revelador, ciertamente. Al presidente lo acercan a la camioneta donde le espera la dama. Es él el que tiene que abandonar su círculo de seguridad, y entrar al de ella (porque, claramente, viaja protegida y escoltada) poniéndose simbólica y efectivamente a su disposición. Se dan la mano, cruzan un par de palabras. “Recibí tu carta” le dice López. La interacción es brevísima pero revela enormidades de lo que es la relación entre estas dos personas y, en lo macro, entre estas dos instituciones: El poder formal y el Cártel de Sinaloa. La lectura no es positiva, sin importar cómo se quiera ver el asunto.
Dos reglas básicas de la vida pública: “Forma es fondo” y “En política nada es coincidencia”. Que el encuentro haya sido fortuito resulta inverosímil. Ambos personajes seguramente tienen agendas y un control absoluto de con quién se ven y en qué términos y condiciones. Pero demos el beneficio de la duda. Hagamos un salto de fe kilométrico para admitir ese imposible y supongamos que realmente ocurrió la cosa como el presidente dijo en su mañanera que ocurrió: Estaba cerca, le avisaron que la señora quería verlo “¿Cómo dejó a la señora con la mano extendida?”
Pues así, señor presidente. Por respeto a las madres de las personas plagiadas, muertas y desaparecidas por el Cártel; por respeto a las fuerzas armadas que valientemente se han sacrificado para detener sus operaciones y actividades criminales y, finalmente, por respeto a su propia investidura. Forma es fondo. Si el estado mexicano, en las formas, se muestra ignorante o indolente (cuando no de plano coludido) de las heridas abiertas que el narcotráfico ha infligido a este país, entonces tenemos la garantía de que “en el fondo” tampoco hay ningún interés en ponerles solución.
Y el descaro es cada vez más evidente y cada vez más complicado hacerse de la vista gorda, señor presidente. Hace apenas seis meses usted y su gabinete de seguridad liberaron de manera extrajudicial e ilegalmente a un ya capturado Ovidio Guzmán.
Hay que ser muy caradura para acusar a sus antecesores de nexos con el narcotráfico cuando el cordón umbilical que tiene su propia administración con este cáncer criminal es así de evidente.
Entre esto, la tardía respuesta a la crisis sanitaria del Covid-19 y la rigidez para lidiar con la inminente crisis económica, mucho me temo que no llegue a concluir su sexenio, señor Presidente. Son muchos intereses los que lo pusieron en la silla, intereses a los que ahora les está quedando mal y que ya están moviendo ficha para ver qué sigue.
Dieciocho años buscando la banda presidencial, para acabar dándose cuenta de que no preside ni siquiera con quién se junta. Lamentable.
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