Un año retador toca a su fin. No nos andemos por las ramas, ni nos engañemos viendo las cosas de color de rosa: el siguiente promete serlo igual o incluso más. La aparición y acelerada difusión del virus SARS-CoV-2 representa el más grandel desafío colectivo para la raza humana en los últimos 75 años y en lugar de hacerle frente unido a una amenaza que no distingue raza, sexo, origen ni credo, lo hemos enfrentado en un clima de división política, económica y social sin precedentes y con una masiva crisis de confianza en las instituciones al punto en que hay personas que dudan de la efectividad de una vacuna, o que genuinamente piensan que tendrán que viajar al extranjero para poder aplicársela.
En el caso particular de nuestro país la crisis, va con dos (en realidad varios, pero intento ser sucinto) condimentos agregados:
1) Tener un gobierno inoperante e incompetente que ha priorizado aferrarse al poder y cuidarse la imagen por encima de la responsabilidad elemental de procurar la salud y el bienestar de su población (Si no me cree, lo remito al artículo de Natalie Kitroeff en el New York Times respecto a cómo la presente administración ocultó la gravedad de la situación en la CDMX, o revise el negro historial de declaraciones apresuradas de nuestro presidente, empezando por “domamos la pandemia” a finales de abril) y
2) Las elecciones intermedias de 2021, que no harán sino exhacerbar este clima de división y reduciran la pandemia en una herramienta de golpeteo político.
Quizá no “merecemos” más. Como humanidad en general y como mexicanos en particular, lo que tenemos es resultado de lo que hemos hecho hasta ahora, con las relaciones que hemos construido, sobre los valores que hemos elegido. En el sentido más estricto, tenemos lo que merecemos. Lo que tendríamos que hacer (y creo que esta época de relativa pausa es propicia para ello) es ponernos a pensar si no “podemos” más y qué tendríamos que hacer para construirlo.
En este espacio siempre hemos seguido esa línea de pensamiento: que la construcción de un mejor país y de mejores circunstancias para todos depende grandemente de pequeños esfuerzos individuales, locales y de abajo hacia arriba. Pasa necesariamente por el que SÍ queremos.
Desafortunadamente la mentalidad del grueso de la población va en sentido opuesto: Espera con anticipación a que aparezca en el escenario nacional un personaje mesías, que pueda por sí mismo transformar al país y además, su alcance de miras se limita a rechazar sin construir. Esa combinación fatal de ideas es la que nos llevó a votar por algo “si no mejor, diferente” en 2018 y ahora está encasillando a la oposición en un “Fuera López” que tampoco propone nada.
Aprovechemos este tiempo de fin de año para tomar fuerzas otra vez y pensar en qué pequeñas cosas podemos hacer un gran impacto en nuestras comunidades y entre nuestros vecinos. Tomémonos un tiempo para ver que sí queremos y cómo le hacemos para construirlo (verbo activo y esencial, que implica una acción ordenada y continua).
¡Gracias por leernos este año!
- Mithrandir, ¿por qué el Mediano?- No lo sé. Saruman cree que sólo un gran poder puede contener el mal, pero eso no es lo que yo he llegado a ver. Lo que yo he visto es que son los pequeños detalles cotidianos de la gente común los que mantienen el mal a raya, pequeños actos de bondad y de amor. ¿Por qué Bilbo Bolsón? Tal vez porque tengo miedo... y él me infunde coraje.
PS: Esta columna descansa la próxima semana, nos vemos el 6 de enero!
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