Arrancaron las campañas. Preveo que sean particularmente sucias, quizá el lodazal más profundo que nos haya tocado ver en la historia del México democrático (a partir de la elección de 1997, aprox.). Esto por varias razones.
En primer lugar, el gobierno en turno no tiene a su nombre un solo logro que pueda presumir o del que pueda apoyarse. Los “incumbents” (candidatos del partido en el gobierno), que normalmente tendrían que desarrollar una plataforma de continuidad resaltando esos logros, la tendrán difícil a la hora de proponer y quedar bien. Tres años de dominio morenista absoluto en ambas cámaras y aún así llegan frente al electorado con las manos vacías ¿por qué no lo hicieron ya? Tendrán entonces que seguir colgados de un discurso de esperanzas y espejos, de futuros promisorios y sobre todo de excusas y de pintarse como “el menos peor” que irremediablemente llevan a embarrar al otro: “Si, pero… X robaba más”, “Si pero, con Z tampoco avanzábamos”, “Si, pero no podemos dejar que el PRIAN…”
En segunda instancia, porque los perfiles postulados son, en buena parte, improvisados e impresentables. Gente que no ha ejercido el servicio público jamás, pero que se cuelga de la popularidad obtenida en otras facetas de su vida para alcanzar lo que ve como una renta gubernamental segura (su sueldo) por un mínimo de trabajo y un mínimo de supervisión. Eso, o cartuchos quemados y viejos lobos de mar que se han sabido mover y chapulinear y que están protegiendo más el hueso que el ideal o el proyecto de nación. Esta gente está limitada, no podría proponer algo coherente y bien pensado así su vida dependiera de ello, por lo que su discurso también será bastante hueco; sus eventos demostraciones masivas de cariño al personaje que fueron y a la popularidad que alcanzaron, pero sin sustancia alguna. Ese tipo de perfiles son además, blancos ridículamente tentadores para ataques personales, por su historia personal y los escándalos que los rodean, o por su inexperiencia e improvisación. Una vez más, nos alejamos del elevado campo de batalla de las ideas, para quedarnos en el lodazal.
Y finalmente, porque es una elección en la que, intencionalmente, le están tirando al árbitro. Un proceso electoral en el que pretenden desprestigiarlo desde el arranque, de tal suerte que cualquier intento de la autoridad electoral por meter en cintura a candidatos y partidos sea visto por unos u otros como un movimiento mal intencionado, como una injusticia. Y para que, si los resultados les son adversos, el margen de maniobra y el impacto de desconocer resultados y armar barullo sea mayor. Si no me cree, lo invito a revisar qué ha pasado con el asunto de Félix Salgado Macedonio, el intocable del régimen cuya candidatura pende de un hilo por no dar seguimiento a una nimiedad técnica.
El individuo ha encabezado marchas y plantones haciéndose la víctima, alegando que le están “quitando sus derechos políticos a votar y ser votado” y acusando la parcialidad del INE cuando, sencillamente, no presentó el reporte de gastos de precampaña. No siguió las reglas del juego.
Así que sí, querido lector, ármese de paciencia y tómeselo con calma. Estudie bien qué se vota en su localidad y cuáles son los candidatos a cada puesto. Razone su voto y exíjale a sus candidatos. Y si no es mucha molestia, empiece a ver qué le toca hacer como ciudadano en el periodo inter-campañas, para asegurarnos de que este circo no se siga empantanando con cada nueva elección, porque eso, aunque no lo parezca, depende muchísimo de nosotros, de lo que hagamos y de lo que dejemos de hacer.
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