So pretexto de proteger a la población alemana en la región y citando agravios producto de la injusta repartición del territorio luego de los Tratados de Versalles, Adolf Hitler ocupó por la fuerza las regiones fronterizas del norte y oeste de Checoslovaquia, conocidas colectivamente como los Sudetes. La anexión de estos territorios, la presión política interna y externa que ejerció la Alemania nazi para conseguirlos y la inestabilidad resultante, dejaría al resto del país incapaz de resistir a la posterior ocupación, que se daría apenas meses después.
Muchos factores se conjugaron para que se diera esa ocupación. Tan sólo en Alemania influía la presencia de un carismático gobernante, el avivado sentimiento de una gloria pasada perdida, la sensación de injusticia y el orgullo herido por una dura derrota relativamente reciente. Quizá el más importante factor, sin embargo, fue la complacencia de las potencias aliadas, la falta de aplomo y arrestos de sus liderazgos, la idea de que nadie quería repetir una guerra.
Es fácil juzgar con el beneficio de la retrospectiva, pero la frase de del primer ministro británico, Neville Chamberlain, es evidencia clara de hasta donde Hitler supo jugar con la liga de la amenaza de guerra, de la tibieza y el miedo. “He regresado de Alemania con paz para nuestro tiempo” sentenció, habiendo regresado con los Tratados de Múnich, “la resolución al problema checo” como lo llamó entonces. Menos de un año después el planeta quedaría sumido en un conflicto que le arrebataría la vida a 60 millones de personas. Porque a Hitler se le dejó hacer lo que le viniera en gana.
El lunes vivimos una circunstancia que es escalofriante de tan similar. Un carismático gobernante, avivando un sentimiento de grandeza perdida y de injusticia, cuestionando la legitimidad de un estado nación independiente dio los primeros pasos para anexarse territorios so pretexto de “proteger a la población rusa”. Y la respuesta de las democracias libres ha sido de extrema tibieza. Las sanciones económicas, me atrevo a decir, estaban perfectamente calculadas y presupuestadas por el Kremlin. No serán suficiente. Y Emmanuel Macron podría convertirse en el nuevo Chamberlain. Tampoco ayuda, como entonces, que Estados Unidos esté dividido y aislado, alejado del escenario internacional por sus gobiernos recientes.
El valiente es fuerte hasta que el cobarde quiere. Al bully se le hace frente, al tirano se le contesta, al déspota se le aísla y derriba. No se negocia con quien llega a poner las armas sobre la mesa.
Temo por las consecuencias de un conflicto a gran escala, pero veo también el preocupante patrón que se está formando, que empezó con Crimea y ahora continúa con Donetsk y Lugansk y el precedente de que en pleno siglo XXI con la fuerza de las armas, el estado de derecho y la autodeterminación de las naciones pueda ser sencillamente ignorado, a pesar de todos los mecanismos que hemos construido para que supuestamente no suceda.
“A menudo es esencial resistir una tiranía antes de que exista. No es una respuesta decir, con distante optimismo, que el ardid autoritario está solo en el aire. Un golpe de hacha solo se puede parar mientras está en el aire.”
- G. K. Chesterton