Lo evadía por ser el tema de
moda. Leí a muchas plumas, mejores y más agudas que la mía, argumentando a
favor y en contra. Encontré muchos de mis argumentos ya plasmados en esas
columnas de opinión. Me figuré que en poco o nada podría contribuir al debate.
Luego pasó lo del lunes y me ganó
la risa. Supe que no podía seguir dejándolo de lado.
En primer lugar, aclarar que no
me extraña que los ánimos de protesta y plantón estén exacerbados. Estamos en periodo
electoral y cada grupo, sindicato y movimiento aprovecha la coyuntura para
mostrar músculo y meter en jaque a quienes están ocupados persiguiendo votos. En
el mejor de los casos, lo hacen bajo las órdenes de sus líderes que buscan
mayores concesiones y prebendas; en el peor, de algún político que les protege
o hace de la vista gorda a cambio de cuotas y moches.
Los taxistas están en este segundo
grupo: protegidos por un gobierno que establece barreras de entrada
artificiales al sector del transporte público individual y que les permite
monopolizar el sector con un servicio mediocre; pero al mismo tiempo están obligados
a pagar por permisos, tarjetones, placas y moches para sostener al operador
político que les da esa "protección".
Su protesta, desde el punto de
vista de mercado, es un absurdo monumental. Es como si Blockbuster se quejara del
advenimiento de Netflix, o las agencias de viaje de que aerolíneas y hoteles
permitan la compra y reservación por Internet. La iniciativa privada, en un intento por
atraer al cliente a su producto o servicio, tiende a innovar, a cambiar
constantemente las reglas del juego en beneficio del consumidor. Si permitiéramos
que se detuviera así el progreso, probablemente seguiríamos utilizando velas
para no perjudicar a los fabricantes de cera.
Pero su reclamo, desde el punto
de vista político, tiene muchísimo sentido. Se trata del operador político defendiendo
su fuente de ingresos y de poder. Si el taxista concesionario desaparece,
desaparecen también las cuotas, marchas y plantones; desaparece la herramienta
con la cual coacciona al gobierno para conseguir lo que quiere.
Si la demanda de los taxistas de
competir en igualdad de condiciones fuera legítima, pedirían que se les
liberara del yugo tributario y de corruptelas que tienen que sortear para
trabajar. Pero en su lugar piden que desaparezcan a la competencia, o que la
sometan a las mismas condiciones, al mismo servilismo a un cabecilla político.
Tristemente, por la coyuntura
electoral, el circo del lunes funcionará. Como consecuencia de las protestas en
Tlalpan y Reforma, el día de hoy el GDF ya recibió a representantes del gremio
para "dialogar". Cedió a las exigencias de un grupo que tomó
secuestrada a la ciudad y con ello incentivó a que se sigan dando este tipo de
plantones y protestas y a que se perpetúe el modelo de los grupos de choque del
político en turno.
Mientras se sigue dirimiendo qué
ocurrirá con empresas como Uber y Cabify, en las preferencias del consumidor
las alternativas privadas le siguen comiendo terreno a la alternativa
gubernamental. Durante las protestas del lunes, Uber utilizó una brillante
estrategia y regaló dos viajes de menos de $150.00 a cada uno de sus usuarios.
La descarga de la aplicación experimentó un incremento del 800%. No cabe duda:
para vender vale más servir que tener padrino político.