El pasado lunes tuve el gusto de
recibir en mi casa a dos buenos amigos que llevaba algún tiempo sin ver. Además
de ponernos al corriente tuvimos la oportunidad de hablar de muchas cosas. Entre
los temas, como no podía ser de otra forma en esta época, estuvo la política.
Ninguno de los tres ve claro el
panorama electoral. Desde nuestra trinchera, el problema ya no es únicamente
que tengamos un gobierno corrupto, sino que además es cínico al respecto. En cualquier
otro lugar del mundo un escándalo como el de la casa blanca de Las Lomas le
habría costado su puesto al presidente, pero no en México, donde parece que
todo se olvida en menos de un mes. Llegamos a la conclusión de que es
indispensable un cambio en el electorado y en la población entera. Necesitamos
un México más participativo, más firme con sus gobernantes y sobre todo, más
ético. Después de todo, quienes nos gobiernan son reflejo de la sociedad que
los eligió.
Ahí quedó la cosa. Pero me quedé
con la idea en la cabeza.
Al día siguiente escuché en el
radio, durante el trayecto al trabajo, la marejada de anuncios publicitarios de
los diferentes candidatos. Comencé a notar el patrón. Todo mundo repite la
palabra "cambio": "Tu voto es la fuerza del cambio", "#ParaCambiarLaHistoria",
"Cambiemos el rumbo con nuevas ideas", "El cambio verdadero"
No me pareció extraño, sino
curioso. La ciudadanía está sedienta de cambio y los partidos lo perciben.
Saben que están haciendo tan mal trabajo que incluso candidatos del partido en
el poder proponen cambio y no continuidad. No tienen nada qué presumir, ni en
qué apoyarse de las administraciones pasadas.
No está mal que queramos un cambio;
habla de nuestra inconformidad como nación. Pero yo desconfío enormemente del
cambio que proponen los partidos. Lo pintan demasiado fácil, y lo primero que
hay que entender del cambio es que nunca es fácil.
Hay empresas que gastan millones
en consultores y tardan años en hacer transformaciones dentro de sus
estructuras, y eso que no hay elección cada tres años y al jefe no lo eligen
democráticamente. Hay universidades que ofrecen especialidades en Gestión del
Cambio y cualquier curso de administración mencionará cómo hacer frente a la
resistencia al cambio. En nuestra vida diaria nos cuesta mucho trabajo cambiar,
a pesar de que sólo luchamos contra nosotros mismos por estudiar más, por bajar
de peso o por mejorar como personas. El cambio es difícil.
¿Por qué nos dejamos convencer
entonces por las palabras bonitas de un candidato? ¿Por qué creemos que tres o
seis años nos transformaremos como sociedad y como nación? El cambio que
proponen los partidos es similar al de Tancredi, el personaje de Il Gattopardo
que dice: "Si queremos que todo siga
como está, necesitamos que todo cambie". No importa de qué color sea
el gobernante, si va a seguir estando a la cabeza de la misma estructura de
siempre no cambia nada.
No nos andemos por las ramas, ya
sabemos qué tenemos que hacer para transformar de verdad el país en el que
vivimos. Pero, como platicábamos el lunes mis amigos y yo, creemos que el
cambio es fácil y rápido. Las candidaturas ciudadanas, la gran cantidad de asociaciones
civiles que buscan resolver lo que el gobierno no puede, los padres de familia
que educan con el ejemplo, todas esas personas que respetan los señalamientos
de tránsito, son responsables en sus trabajos y educan en valores están
plantando la semilla de un cambio del que no veremos fruto sino hasta dentro de
por lo menos una generación, a más de 25 años de distancia. Pero será un cambio
profundo y duradero.
Mexicanos, necesitamos
perseverar, porque el que persevera, alcanza.
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