miércoles, 12 de octubre de 2016

Las oportunidades perdidas.

Hay en economía un concepto que se conoce como costo de oportunidad, que en términos sencillos representa el valor de las alternativas descartadas al tomar una decisión. Si con $5.00 podemos comprar o una taza de café o un helado, el costo de oportunidad de la taza de café es el helado que ya no podremos comprarnos. Sacrificamos la oportunidad del helado, por decirlo así.

Mientras más compleja la decisión y más abierta la baraja de opciones de la misma, más complicado es medir su costo de oportunidad. Como además el cálculo debe hacerse en base a suposiciones subjetivas (¿Qué hubiera pasado si...?) y es una discusión por demás estéril (el hubiera no existe), difícilmente se le considera un indicador clave y es fácil hacerlo a un lado en favor de datos más firmes..
No por eso, sin embargo, deja de ser importante echarle un vistazo de vez en cuando para ver en qué y cómo estamos gastando y de qué nos estamos perdiendo.

¿Se ha preguntado, por ejemplo, cuánto nos cuesta la inseguridad en México en términos de costo de oportunidad?
Según un reportaje de Animal Político, del 2001 al 2013, el presupuesto anual destinado a seguridad a nivel federal subió 200%; el de los estados se incrementó un 97%. En 2016, se invirtieron $286 mil millones de pesos, sin contar lo que los estados ponen cada uno por su cuenta. A eso habría que sumarle el gasto privado para sentirnos seguros: desde enrejados, cercas eléctricas, cerraduras adicionales, alarmas, bastones para automóviles hasta sistemas de videovigilancia, veladores y guardias de seguridad privada en las oficinas fábricas y almacenes del país.

Ese es sólo el costo monetario tangible, el costo de oportunidad va mucho más allá. ¿Qué hay de toda la población económicamente activa (y potencialmente brillante) que pierde la vida o las oportunidades por la delincuencia y la droga? ¿Qué hay de toda la inversión directa perdida porque no existen garantías de seguridad? ¿Qué hay de las aspiraciones económicas de una familia que de pronto pierde su patrimonio porque le robaron la casa o el automóvil? (La Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2015, del INEGI estima que 33.2% de los hogares mexicanos tuvieron a alguna víctima de delito en 2014)

Y no sólo es lo que perdemos por la delincuencia, sino también lo que dejamos de ganar. La inversión en seguridad es inversión en un factor “de higiene”, necesario para, pero no detonante de crecimiento económico. Mientras menos y más eficientemente gastemos en el combate a la delincuencia, más podemos invertir en otros factores más efectivos para el desarrollo.

Nuestra inversión en Investigación y Desarrollo, que los expertos señalan como motor indispensable en la economía del conocimiento del siglo XXI, de la que salen patentes, avances industriales y revoluciones tecnológicas representa apenas el .5% de nuestro producto interno bruto (PIB); bien lejos del 4.15% de Corea del Norte o el 3.47% de Japón.
¿Y en salud? ¿Y en educación?  

Lo bueno no se cuenta, dicen los anuncios del gobierno federal. El problema es que las oportunidades perdidas tampoco. ¿Hasta cuando?

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