miércoles, 19 de octubre de 2016

No les importamos

131 contratos a empresas fantasma, más de 940 millones de pesos desviados. La magnitud del desfalco está perfilando a Javier Duarte como el tema de conversación dominante de aquí a que termine el año, quizá durante más tiempo. Fue, sin duda, el tema “grande” de la semana y por lo tanto se ganó, a mi juicio, el espacio de esta semana en el blog.

Habiendo definido el tema, comencé a buscar las últimas notas del caso para dar una opinión informada. Normalmente, es en ese crisol de notas periodísticas que encuentro el enfoque que quiero usar para el tema, y de ahí, la inspiración para la entrada de la semana. Sin embargo, en esta ocasión no ocurrió así. Lejos de despertar un espíritu incendiario, un ánimo inquisidor o el menor atisbo de reclamo, leer la investigación completa me dejó, más que cualquier otra cosa, triste, dolido.

Es triste porque es un caso que refleja, como nunca antes, los huecos que sistemáticamente aprovecha (y abusa) la clase política en este país. Es doloroso porque no es la primera vez que pasa (caso Moreira, por poner un botón de muestra) y sin embargo en ninguna de las ocasiones anteriores y probablemente en esta tampoco se han tomado las medidas para asegurarse de que no pueda volver a ocurrir.

Empezando porque nos enteramos del hecho a través de una investigación periodística (mis felicitaciones a Animal Político) en lugar de que los organismos de control interno gubernamentales hagan su trabajo. Pasando por que el político implicado apele al mentadísimo recurso de acusar de complot, incriminación y mala fe cuando se ve descubierto (al punto de meterle una demanda a Grupo REFORMA por presunto daño moral). Haciendo la parada obligada para esperar a que la masa crítica de casos, acusaciones y pruebas alcance la densidad suficiente para que en este país pase algo. Y rematando con un escape inverosímil pero cantado de parte del acusado, que pide licencia para “Hacer frente a los procesos penales” y luego se desaparece.  El corolario de la PGR girando una orden de aprehensión es sólo echar sal a la herida, a pesar de ser un funcionario con licencia Duarte todavía goza de fuero y por lo tanto no podrá ser perseguido ni aprehendido hasta las primeras horas del día 1° de diciembre. Se le está dando al criminal mes y medio de ventaja.


La historia, al menos en su estructura básica, se ha repetido hasta el cansancio en este país. Desde el señor de las ligas hasta el gobernador jarocho con licencia; la avalancha de casos en los últimos años, en administraciones de todos los partidos y colores es una declaración clara y contundente: No les importamos.

A los de los curules, los presidentes de los partidos, a los que dicen discursos bonitos y hacen promesas cada seis años; a ellos les importa poco, bien poco, lo que finalmente acabe pasando con las personas para las que, en teoría, trabajan y que apoquinan para engordar sus sucias billeteras. Somos para ellos un medio, no un fin. El modo de llegar al siguiente hueso y tener más, somos números, votos. Y sin embargo, seguimos (como no me cansaré de decir en este espacio) mirándolos hacia arriba, esperando que venga de ellos la solución a nuestros problemas. Una solución que jamás llegará, por más marchas reclamos y plantones que organicemos.

Y al mismo tiempo, mientras escribía la nota de hoy, me llegó el mensaje de un familiar que recuperó una cartera perdida gracias a un niño de más o menos doce años y su papá que la encontraron en la calle, buscaron su dirección y se la entregaron.
En pequeños gestos como ese, aunque usted no lo crea, descansa mi esperanza para este país. Si el cambio va a llegar, tendrá que ser desde las bases: desde personas a las que sí les importe el que tiene al lado, que sí entiende conceptos básicos como “No toco lo que no es mío” y “Cuido lo que es de todos”. Costumbres que todavía nuestros políticos no practican. Que la actitud y el civismo de la población sirva para empañarlos..

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