El último par de semanas nos trajo dos noticias que al menos a mí, aunque creo que muchos comparten mi sentir, me dejaron completamente helado.
Por un lado, el pasado 16 de enero Miguel Ángel Yunes, actual gobernador de Veracruz, acusó que la administración de Javier Duarte —su predecesor, trístemente célebre por dejar un histórico boquete en las finanzas públicas del estado— había estado suministrando medicamentos falsos a niños con cáncer.
Dos días más tarde, un chico de 16 años de edad entró armado al Colegio Americano del Noreste, en Monterrey y abrió fuego contra sus compañeros de clase, dejando a tres estudiantes sin vida y a otras cinco personas, la maestra incluída, gravemente heridas. Las escalofriantes escenas del ataque corrieron como pólvora en redes sociales, al grado que muchos nos enteramos primero por esa vía que por los medios noticiosos.
Para quienes creemos que el ser humano está naturalmente llamado a hacer el bien, la noticia fue difícil de encajar. “Es monstruoso” pensé en cuanto me enteré.
¿Cuán perturbada, cuan torcida tiene que estar una persona para sacrificar por dinero (independientemente de la cantidad), la esperanza de una vida sana de niños enfermos de cáncer? ¿para jugar con el miedo de los padres a perder a un hijo? ¿para burlarte del tiempo y esfuerzo que representaba para ellos llevar a sus hijos a recibir el tratamiento? ¿Cuánto vale el pundonor profesional y la honorabilidad de médicos y enfermeras que creían estar haciendo lo correcto, marcando una diferencia? ¿Cómo justificas el engaño a las personas más vulnerables, esas que deberías estar protegiendo?
Y en el segundo caso ¿Cuán vulnerado, cuán desconectado de la vida, cuán sólo física y emocionalmente tiene que estar un muchacho de 16 años para tomar la decisión de disparar contra sus compañeros y maestros, la gente con la que convive? ¿Cuán desesperado, como para seguir adelante con el plan a pesar de que seguramente sabía las consecuencias? ¿Cuán indiferente la sociedad que lo rodeaba como para dejarlo degradarse hasta ese extremo?
¿Cuán insensible e hipócrita la sociedad que llora la tragedia, pero sigue compartiendo en redes las fotos y videos del atentado con morbo y sin tapujos,?
“Es monstruoso” pensé en cuanto me enteré, y conforme más lo pienso más me convenzo de que usé la palabra correcta. Un ser humano funcional, sano, no habría podido llevar a cabo ninguna de las dos atrocidades. Los protagonistas de estos dramas están enajenados, con los sentidos y la razón perdidos, entregados, rendidos. Con su humanidad dejada de lado. En medio del proceso, se han convertido en monstruos.
No estoy diciendo que sea su culpa. La avaricia desmedida es un vicio antiquísimo que ha robado de su humanidad a miles de personas. La soledad, el miedo, la depresión, son condiciones que lentamente, privandonos de relaciones humanas profundas, pueden volverse enloquecedoras.
Lo que estoy tratando de decir es que, como seres sociales, como humanos, tenemos que asegurarnos de vez en cuando que el de al lado no se esté convirtiendo en monstruo. Uno nunca sabe el efecto que una taza de café y una charla amena pueden tener en el otro, o cuán efectiva puede ser la preocupación honesta de un amigo cuando ve que nos estamos dejando llevar por la avaricia, el alcohol y otros vicios enajenantes.
El hecho de que se regara la noticia en redes sociales tiene que ser llamada de atención para todos, el niño y Duarte son casos consumidos en extremo. ¿Qué estamos haciendo para que eso no vuelva a ocurrir?
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