Faltan menos de treinta días para que estemos frente a frente con la boleta electoral y tengamos una oportunidad, aunque sea pequeña e insuficiente, de influir en el destino de nuestro país, de ver qué queremos para México.
Nuestro país es una nación joven, que apenas empezó a experimentar la miel (y la hiel) de vivir en una democracia por ahí del 2000, año en que se permitió la alternancia, el debate y la construcción de instituciones que fueran más allá del presidencialismo y la estructura del partido en el poder. Es normal, en estas circunstancias, que como electores tengamos aún muchísimo que aprender. México hoy vota con el estómago, con el sentimiento. Vota por X porque no quiere a Y, porque hay que darle una oportunidad a Z y ver cómo nos va, porque está cansado de T, porque V y U son más corruptos, o menos ratas, o ponga usted el calificativo que prefiera. Para muestra, basta revisar los “argumentos” para reventar a uno u a otro en redes sociales. El entrecomillado es a propósito. No hay argumentos, todo son imágenes, a veces con textos alarmistas y todos en mayúsculas. El objetivo no es convencerte de una idea, es hacerte sentir algo: miedo, enojo, frustración; y confiar que ese sentimiento te empuje a votar por uno u otro candidato.
Pero votar con el estómago varios inconvenientes. De entrada, nos hace sumamente manipulables. La emoción nubla el juicio, nos imposibilita a ver todo el panorama y a votar sin hacer las consideraciones importantes. Además, polariza enormemente a la sociedad, porque cualquier argumento en contra parece un intento de demeritar lo que siento, de negar mi experiencia y en ese momento la reacción natural no es argumentar, es ponerse a la defensiva e insultar. En tercer sitio, hacen imposible el diálogo aún si logramos superar ese impulso defensivo. ¿Cómo explicar cómo y por qué siento miedo por una propuesta en particular? ¿Cómo defiendo mi postura si lo único que tengo a mi favor es que el candidato “me da confianza”? Y finalmente, promueve el caudillismo. Gana la elección el líder carismático que puede aprovechar y encausar mejor los sentimientos de la población.
Si queremos que la cultura democrática se arraigue y florezca, hay que evitar a toda costa votar con el estómago y promover que se vote con la cabeza. No es sencillo. Se requiere que cada uno de nosotros, como ciudadanos, tengamos varias cosas en la mente. Para empezar: cuál es el país que tenemos y cual el que queremos.
El primero es un análisis basado en hechos concretos, en datos duros. Hay que leer los periódicos, interesarnos por la política todos los días, no únicamente seis meses, cada seis años. Hay que estar al tanto de cómo están los indicadores nacionales y como es que llegamos a ellos. Es probable que se requiera empezar a autoeducarse en temas de economía, ciencias sociales, política... Parafraseando a Murray Rothbrard: No es un crimen ser ignorante, pero si es totalmente irresponsable tener una opinión radical y vociferante mientras se está en ese estado de ignorancia.
El segundo, es un ejercicio imaginario de cómo nos gustaría ver al país, apoyado en el bagaje cultural que menciono en el párrafo anterior, en lo que ha funcionado a través de la historia y en lo que no. Es este modelo personalísimo el que tendremos que comparar cada seis años con los candidatos en turno y de manera fría, revisar con qué ideas comulgamos y con cuales no. Si accedemos a votar por uno u otro, será porque su proyecto se parece en mayor o menor medida a lo que nosotros queremos. Eso nos permite separarnos emocionalmente del asunto, entender que el candidato no es perfecto; en lugar de abrazar ciegamente el proyecto de nación del primer advenedizo y consagrarnos a él en cuerpo y alma porque nosotros no tenemos una idea propia.
Con esto en la cabeza, usted ¿Ya definió su voto? ¿Está votando con la cabeza o con el estómago? ¿Le gustó su proceso de toma de decisión o siente que lo puede hacer mejor? Quédese con las preguntas en la cabeza y, si le parece, le invito a que me acompañe la próxima semana, donde intentaré explicar mi propio proceso, mis propios argumentos, buenos o malos de por quién voy a votar y por qué.
Con la cabeza, no con el estómago.
¡Nos vemos el miércoles!
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