Da mucho de qué pensar el hecho de que la oposición más organizada y el enemigo más férreo de la actual administración estén resultando ser las mujeres, enfurecidas con razón (así como deberíamos estar todos) por la situación de inseguridad en general y de violencia contra la mujer en particular.
El gobierno del presidente López ya no halla dónde meterse y capotea el temporal lo mejor que puede con sus tradicionales evasivas, decálogos de buenos deseos y designación de culpables; pero luego se autosabotea (o se descara, según se vea) al tratar a una reportera de “corazón” mientras esta le reclama acciones concretas.
Era urgente un pararrayos, una figura o propuesta que pudiera desviar la atención y cambiar el ciclo noticioso que, por la incesante actividad política de las feministas, ha puesto sus demandas al frente y al centro.
Así pues el Partido Verde, con una larga tradición de ser rémora y comparsa del poder desde que se formó, pagó esta semana las dádivas que Morena le ha dispensado al recoger del basurero y reciclar su propuesta de la pena de muerte; que antaño se enfocaba en asesinos y secuestradores y hoy quieren aplicarle a los feminicidas.
Sin entrar en discusiones sobre los pros y los contras de aplicar la pena máxima en nuestro país (Para el registro, yo estoy en contra) la propuesta demuestra que no entienden exactamente la raíz del problema y es esta: No hay justicia ni estado de derecho en este país. Al criminal le da exactamente lo mismo que la pena sea de diez, veinte, cincuenta años, toda una vida o una muerte expedita, porque sabe que no lo van a agarrar. Porque sabe que el 99% de los delitos en este país quedan impunes.
Jugar a la ruleta rusa da risa cuando sólo hay una bala en un tambor con cien recámaras.
Así que no, mientras no se proponga y se construyan instituciones profesionales, con candados y contrapesos que garanticen su independencia y operación libre de corruptelas en la persecución de criminales y la impartición de justicia; mientras no se proponga y se construya un modelo que trabaje a profundidad en la educación de principios básicos de convivencia y respeto entre la población, y mientras no se combatan las causas reales de la desintegración social que impulsa a la gente a delinquir, a través de desarrollo económico, progreso y bienestar; mientras no se haga todo eso, hablar de penas más severas es una fabulosa manera de perder el tiempo.
El problema es que implementar todo lo que realmente se necesita implica, ahora sí, perder privilegios y margen de maniobra para, por ejemplo, dejar ir al hijo del Chapo. De parte de la clase gobernante, jamás llegará una propuesta del calado y la dirección necesarias (aunque hayan sido promesas de campaña, ¿verdad, Sr. Presidente?). Tendrán que venir de la ciudadanía y si las feministas se enfocan y lo consiguen, con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros, le habrán hecho un enorme regalo a México.
Así que incluso si no eres feminista, o no concuerdas por completo con sus métodos, o con sus iniciativas. Plantéate que un sistema judicial que valga la pena y haga su trabajo y nos beneficia a todos, sin importar quién lo construya.