Andrés Manuel es presidente y el sistema mexicano moderno es presidencialista. Esto es decir que, con sus debidas consideraciones, las riendas del país están en manos de un sólo hombre. Así ha sido la vida política del México independiente desde su concepción: El caudillo, el hombre fuerte, el tensor entre las fuerzas políticas del momento como la pieza importante de todo el sistema para hacerlo moverse y avanzar.
México es también una federación. Se rige por un sistema político en el cual las funciones del gobierno están repartidas entre un grupo de Estados asociados en primer lugar, que luego delegan competencias a un Estado federal central.
Estos dos axiomas no están contrapuestos entre sí, de hecho, hacen sinergia. Parte de la labor del presidente de la federación es funcionar como centro y armonizar las necesidades y demandas de los estados. Escuchar y trabajar con los gobernadores y el resto de las fuerzas políticas para avanzar en una dirección concreta es, literalmente, el trabajo del presidente. Cuando el tensor falla, cuando el presidente no preside, tenemos una situación como la actual.
El conflicto Gobierno Federal - Alianza Federalista que vemos hoy se desprende de una absoluta incapacidad, desinterés o desconocimiento de parte del más alto funcionario de la nación para realizar su trabajo dentro del sistema político nacional. Con él no hay acuerdo posible, ni diálogo. Con él no hay colaboración, hay sumisión y lealtad ciega a un cuestionable proyecto de nación, o se corre el riesgo de sufrir las consecuencias en la repartición de recursos federales.
En estas circunstancias me parece de lo más razonable y natural que un grupo de actores políticos con un mandato constitucional y una responsabilidad con sus gobernados (y seguramente también, no me engaño, un interés electoral), decidan hacerle frente para hacer valer su sitio dentro de este concierto de fuerzas que Andrés Manuel debería estar dirigiendo y coordinando.
¿En qué cabeza cabe que la persona que debe dirigir y decidir diga que no se reunirá con los gobernadores porque “hay que cuidar la investidura”? Es equiparable al director de un negocio que no se reúne con sus gerentes de área porque “no me vayan a ensuciar la oficina” o porque tiene miedo de que esos gerentes, eventualmente crezcan y lo reemplacen en la dirección (los ya mencionados intereses electorales). Ni en una empresa, ni en un país, eso es recomendable o sostenible.
Si, los gobernadores tendrán demandas, necesidad de apoyo económico para proyectos estratégicos de infraestructura como la Línea 4 del Tren Eléctrico en Jalisco. Pero esos proyectos son también oportunidades para trabajar juntos en beneficio de la población. Proyectos con los que, siendo inteligente, el gobierno federal podría también salir beneficiado en cuanto a su imágen entre la población local. Pero nada de esto parece tener importancia para el inquilino de palacio,
La CONAGO comenzó su camino en 2001, durante el sexenio de Vicente Fox. Desde su formación ha sido una herramienta de coordinación entre los estados y la presidencia. A veces su participación ha resultado en un impulso en el bienestar de los mexicanos, en otras, ha entorpecido la implementación de proyectos que podrían haber rendido frutos (pregúntenle a Calderón y a las evaluaciones de confianza estandarizadas para las policías locales) El éxito o fracaso en la gestión de un presidente puede calificarse enteramente por su habilidad para actuar de tensor y mediador entre todas las fuerzas del país. En ese sentido, como en muchos otros rubros, la actual administración está quedando abrumadoramente a deber.
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