El presidente anunció el lunes que habían cerrado las negociaciones para comprarle a Shell el resto de la refinería de Deer Park, en Houston, Texas. Muy contento, explicó en un video que esta refinería tiene capacidad para procesar 340 mil barriles diarios y que “es igual que la nueva refinería de Dos Bocas” pues tendrán una capacidad similar. La transacción se tasó en 600 millones de dólares, que se pagarían “no de deuda” aclaró el mandatario “sino de los ahorros, por ser un gobierno austero”.
Es difícil juzgar una decisión de negocio porque normalmente involucra jugar con una serie de riesgos con la esperanza de tener beneficios. Se puede especular, proyectar y medianamente predecir, pero nunca tener la certeza absoluta de su resultado. Habiendo dicho esto, ni en las proyecciones más optimistas el trato tiene mucho sentido, pero para esto hay que remontarnos un poco al pasado.
Allá por las épocas neoliberales del innombrable Carlos Salinas de Gortari (1993), PEMEX llegó a un acuerdo con Shell para construir la refinería de Deer Park. La empresa mexicana actuaría como inversionista, inyectando capital, recibiendo parte de las ganancias, proveyendo el crudo, pero dejando la operación en manos de Shell. Se dijo que de esa manera Pemex minimizaría costos de la refinación de crudo, pero al cabo de los años fue evidente que no hubo ventaja económica alguna para la paraestatal porque la planta le vendía el producto refinado a precios de mercado.
Así como en su momento el trato no jugó a nuestro favor, hoy los especialistas señalan que esta venta en realidad puede tratarse de una estrategia de salida para Shell de un mercado que ven a la baja, los combustibles, mientras se concentran en otros derivados del petróleo. En palabras del experto Gonzalo Monroy “No es casualidad que Shell venda la refinería pero que se quede con el centro petroquímico, que está adyacente.” En una entrevista que ofreció a ADN40 Monroy sugirió que la intención de PEMEX pudiera simplemente asegurarse de que permaneciera en su configuración actual, adaptada para procesar crudo pesado como el que exporta México, en lugar de que Shell la adaptara para crudo más ligero.
En todo esto, lo que se lee entre líneas es que México, bajo el pretexto de la soberanía energética, está gastando dinero para tratar de mantener a duras penas el estatus quo de un mercado que ya lo rebasó y que sigue cambiando más rápido de lo que PEMEX se puede adaptar. Estamos tirando dinero para detener el tiempo y eso no va a funcionar.
La compra del 50% de esta refinería inevitablemente pone también un enorme signo de interrogación en uno de los proyectos insignia de la presente administración: La construcción de la refinería de Dos Bocas.
Se estima que la construcción de la Refinería de Dos Bocas podría requerir una inversión de 12,000 millones de dólares. ¿Por qué estamos gastando ese dinero, si se puede adquirir una refinería ya instalada y operativa, que comenzaría a dar beneficios de inmediato, por la décima parte del precio?
Por otro lado, el tema de la “soberanía” que pudiera justificar todo este despropósito, tampoco queda firmemente resuelto. ¿No necesitaríamos que Estados Unidos nos deje meter el crudo y sacar el producto refinado a su país? ¿No tendríamos que someter la operación de dicha refinería a estándares Laborales y de Seguridad del país vecino?
¿Quién se beneficia, pues, con la compra de Deer Park, si claramente no es México? Ah, ahí está el quid de la cuestión ¿verdad? Y como reza aquel refrán, “Piensa mal y acertarás”. ¿De quién será el negocio ahora?
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