miércoles, 30 de junio de 2021

La otra pandemia: La Inseguridad

La semana pasada hablamos de la pandemia, del uso político, electoral y económico que este gobierno ha hecho de ella y de las mortales consecuencias que su desvergüenza les ha traido a, por lo menos, 232,803 mexicanos (en realidad son muchos más).

Hoy toca hablar de la otra pandemia que está costando vidas y en la que acaso tiene aún más responsabilidad el gobierno en turno. Porque si bien el Covid-19 fue un evento accidental relativamente sorpresivo y nuevo, la violencia en el país es una vieja conocida que ha estado aquí desde el sexenio de Calderón (e incluso antes). Es un enemigo que, se nos aseguró en campaña, quedaría controlado casi desde el día uno de este sexenio. A través de una estrategia de “Abrazos, no balazos”, se nos dijo que el país quedaría pacificado y que el ejército regresaría a sus cuarteles. Así que ¿cómo va eso a dos años y medio de distancia?

Pues, fatal, a decir verdad. Llevamos más de 90 mil muertos con violencia en el país. De mantener este ritmo terminaremos el sexenio con más de doscientos mil muertos. (A manera de referencia, considere que en el sexenio de Felipe Calderón se cometieron 121 mil 613 homicidios dolosos, apenas un 60% de los proyectados para éste).

La inseguridad y las demostraciones violentas e intimidatorias en las calles siguen. Es dificil hacer cuentas comparativas porque cada medio aplica un criterio distinto para definir lo que cuenta como “masacre”. El presidente, por ejemplo, aseguró en su Segundo Informe de Gobierno el 1ero de septiembre del 2020, que “en México ya no hay masacres”. La realidad desmintió el discurso oficial ese mismo día cuando un comando armado atacó un velorio en Cuernavaca, Morelos. En el atentado ocho personas perdieron la vida y catorce más resultaron lesionadas.

Al ejemplo de Cuernavaca se le suman el más reciente de Zacatecas, del 25 de Junio (18 fallecidos), el de Tamaulipas, del 20 de junio (19 fallecidos) y otro en Guanajuato el 21, (7 personas asesinadas) sólo en el último mes. Insisto, las cifras totales de cuántos eventos particularmente sangrientos (“masacres”) van en el sexenio son difíciles de determinar con presición. Pero es evidentísimo que la cosa no está solucionada y que el discurso oficial es ridículamente optimista al respecto, cuando no abiertamente mentiroso.

La política de no enfrentamiento al narco, cuando no abierta rendición, sólo ha envalentonado a las organizaciones criminales. Gestos como ceder ante la presión y liberar al hijo del Chapo, o ir a saludar a su mamá interrumpiendo la agenda de una gira presidencial, dan cuenta del cambio en la relación del poder constitucional con el poder fáctico.

¿Y la Guardia Nacional?
A dos años de distancia el nuevo cuerpo de seguridad a nivel nacional que se nos vendió como la panacea para todos los problemas de narcoviolencia en el país no ha tenido incidencia alguna. No debería sorprender, porque más allá del nombre y los colores blancos de sus camionetas, la Guardia Nacional es lo mismo que venía enfrentando al crimen desde hace dos sexenios: El Ejército. Solo que ahora, desdentado.

Lejos quedó la idea (y promesa de campaña) de desmilitarizar al país. La Guardia Nacional se concibió desde el principio como un cuerpo militar. No fue sino la presión de intelectuales, ONG’s y ciudadanos los que obligaron a que se mencionara en la legislación que le dio vida que debía tener un mando civil. Punto que resultó irrelevante cuando más de la mitad de sus elementos los reclutaron de las filas del ejército.

La farsa terminó esta semana, sin embargo, porque sencillamente resulta insostenible. El secretario de la Defensa Nacional, general Luis Cresencio Sandoval González, la definió como una “institución hermana” del Ejército y la Marina Armada de México. Y el mismo presidente ha señalado que buscará una reforma constitucional para que pase a la SEDENA para garantizar que “no se corrompa su operación”.

Total, que como la pandemia de COVID, esta otra tampoco se resolverá pronto o fácil. Y seguirá cobrándose vidas bajo el auspicio y venia de los mismos activistas e intelectuales que se desgarraban las vestiduras por “la guerra” de Calderón o la Gendarmería que propuso Peña; y por las mismas causas que la otra: Negligencia, ineptitud o villanía. Elija usted.



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