miércoles, 1 de septiembre de 2021

El (des)informe presidencial


Hace no muchos años, cada 1ero de septiembre era el “Día del Presidente”. Funcionaba casi como un día de asueto. Escuelas y oficinas detenían sus labores para que el titular del Poder Ejecutivo en este país tuviera la atención de toda la nación mientras, en un discurso excesivamente largo y lleno de protocolo, flagrantemente mentía o discretamente maquillaba la realidad de su administración, sus alcances, sus “logros”.

El desmantelamiento de ese culto a la personalidad y presidencialismo se lo debemos a los panistas, que, quizá con miedo a enfrentarse a un Legislativo controlado por la oposición y al riesgo de abucheos e interrupciones prefirieron simplificar el asunto, limitarse a entregar el reporte por escrito y a dirigir un breve mensaje anual a la nación. Considero que así debería de ser. La labor de nuestros gobernantes debe ser tema y requerir al menos una porción de nuestra atención(y acción, quizá) todos los días, no sólo una vez al año.

La figura del actual presidente, sin embargo, lleva esa idea al extremo. Andres Manuel requiere de esa atención mediática constante. Es parte de su política y su manera de “gobernar” (si, así, entrecomillado). Tan es así, que no contento con tener dos horas de propaganda diarias desde Palacio Nacional, esta administración ha establecido no un único Informe Anual, sino múltiples “Informes de Actividades” cada cuatro meses.
¿Qué dice en ellos? Absolutamente nada nuevo. Los llena de saliva y aliento, como hacían sus predecesores priistas. Y como sus predecesores, no tiene nada de qué presumir.

Llega a este tercer informe hablando de un crecimiento del 6%, callando convenientemente que el año pasado nos desplomamos un 10%. Se congratula de la creación de 116 mil 543 empleos en julio, hilando siete meses al alza en este rubro; pero al país le faltan 438 mil puestos de trabajo más para recuperar el nivel prepandémico. Toca el tema de los avances en seguridad pero en este sexenio se han registrado las dos cifras más altas en materia de feminicidios. Habla de un gobierno que pone especial atención en los pobres cuando entre 2018 y 2020 pasamos de 51.9 a 55.7 millones de personas en esta condición.

Si, la presente administración pretende devolvernos al pasado también en este sentido, pero comete un error de cálculo. Para tener un gobierno presidencialista hace falta presidente, un tensor y negociador que amarre a todas las fuerzas políticas y tire de las riendas. Pero como dice la canción, a López Obrador le quedó grande la yegua y a México le faltó jinete. Cada vez es más común que lo nacional sea menos y menos relevante, y esté siendo sustituido por acciones locales, estatales o municipales.

Esto nos conviene. La realidad política de nuestro país no se transforma con las palabras del presidente, cambia con acciones concretas y enfocadas de ciudadanos conscientes. Y es mucho más fácil que estas acciones encuentren eco en autoridades locales, y es mucho más fácil y seguro buscar apoyo entre nuestros vecinos para tener pequeñas victorias, que coordinarnos con más de 120 millones de mexicanos para realizar gestas heroicas.

Ahora que vuelve a arreciar esta cultura del presidencialismo y el culto a la personalidad tan típicamente priista, valdría muchísimo la pena responder como entonces: Ignorando por completo al tartufo que se para en el púlpito a gastar saliva por horas. No sólo no resulta productivo, también agranda el hígado, amarga el ánimo y produce otros malestares igual de nefastos.



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