El miedo es un mecanismo de supervivencia muy útil que nos advierte cuando nos encontramos en una situación de riesgo potencial. Es una alarma silenciosa que se activa cuando nuestra mente, después de analizar la información que tiene de nuestras circunstancias, determina que estas nos son adversas y que debe preparase para responder con rapidez y eficacia. El miedo nos impulsa a actuar para salir de esa situación, para alejarnos de lo que nos da miedo. Sin embargo es importante como individuo aprender a reconocer y controlar ese miedo, a mantenerlo a raya e impedirle que nos paralice o nos nuble el entendimiento.
Dado que las sociedades no son otra cosa que grupos de personas organizadas, tienden a replicar las características de las personas que las conforman. Así que sí, a las sociedades les puede dar miedo. No hay mejor ejemplo de este fenómeno que los dos episodios de histeria colectiva que desataron las retransmisiones de “La Guerra de los Mundos”, en 1926 en el Reino Unido y en 1938 en los Estados Unidos. La ficción ficción radiada sobre un ataque alienígena a la Tierra desató la alarma en cientos de miles de personas, saturando las líneas de estaciones de policía y cadenas de noticias, paralizándolas momentáneamente.
Como es natural, esta característica de las sociedades humanas ha convertido el miedo en una poderosa herramienta política y de control de la población, especialmente en tiempos turbulentos y de incertidumbre como los que vivimos. Las personas evalúan la realidad no de acuerdo a lo que perciben, sino a sus creencias. Enormes campañas de desinformación, arengas políticas incendiarias y de escenarios catastrofistas, una sobresaturación de información hacen cada vez más difícil entender al mundo y a falta de entendimiento racional, sólo queda la parte más primaria, las emociones, la angustia, la ira…
El miedo colectivo nos hace hacer cosas terribles; como el linchamiento, la noche del viernes 10 de junio, de Daniel Picazo.
Daniel era un joven de 31 años de edad que gustaba de viajar y estaba visitando la comunidad de Papatlazolco, en el municipio de Huauchinango, Puebla. Lo que Daniel desconocía era que días antes había circulado por la comunidad una cadena de audio a través de WhatsApp en la que se alertaba a las familias que cuidaran a sus hijos, pues se habían visto a personas desconocidas rondando que tenían la intención de llevárselos. Para cuando Daniel llegó a la población, ésta ya era presa del miedo, del pánico desproporcionado producto de una cadena de origen irrastreable y con información de dudosa calidad.
Bastó apenas el rumor de un supuesto intento de rapto a un menor, para que la población, envalentonada en una masa amorfa que les escondiera de su propio miedo. Retuviera al primer desconocido que se les cruzó —Daniel—, lo golpearan, lo rociaran con gasolina y lo quemaran vivo.
Los tiempos son duros, inciertos y complejos. Abrir los periódicos y leer las noticias es un ejercicio que aprieta el corazón y apachurra el ánimo. Es natural sentir miedo, sentir desánimo. Pero perder los papeles y entrar en pánico, entregarnos al miedo, es una manera segura de empeorar las cosas. Como reacciona una persona al miedo dice mucho de su nivel de madurez. Lo mismo ocurre con cómo reaccionamos como sociedad. Mantener la calma, permanecer civilizados, prestos y sobre todo activos y no reactivos, es paso indispensable para dar testimonio de nuestra madurez como ciudadanía.
Con contribuyamos a la desinformación, no ignoremos los problemas, no nos refugiemos en un caudillo u hombre fuerte al que le demos un poder desmedido, por miedo a la incertidumbre. Las cosas no van bien, pero créame, si dejamos que el miedo nos reduzca a nuestros instintos más animales, pueden ir mucho peor.
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