La actualidad del Partido Acción Nacional es tristísima. Se trata de un partido y opción política que, desde lo local y haciendo las cosas bien, fue robándole terreno al hegemónico Revolucionario Institucional hasta desbancarlo, primero de una gubernatura (Baja California, 1989), luego de la mayoría legislativa (Cámara de Diputados, 1997) y finalmente de la silla presidencial, en el 2000.
La propuesta de Acción Nacional era sencilla: cierta honestidad, rigor administrativo y sobre todo acercamiento local en la construcción de ideas y soluciones. El PAN no funcionaba como un monolítico partido nacional, sino como una colección de partidos locales que encontraba en cada municipio y estado a liderazgos que representaran e impulsaran sus valores. Tal vez estaban habilitados y coordinados por una flexible estructura nacional, pero el gran éxito del Acción Nacional original era que despertaba y motivaba a la amigos y vecinos a hacer por su comunidad y a participar.
Todo eso cambió con la victoria de Vicente Fox. De pronto la marca, la estructura y los recursos políticos del partido (que eran más valiosos que nunca, recién salidos de una aplastante victoria) fueron un premio demasiado jugoso como para dejarlo ir, y empezaron las pugnas por hacerse con el control de él a nivel nacional y usarlo para placer y provecho.
Las grietas seguramente comenzaron a formarse mucho antes, pero se hicieron evidentes en la contienda interna por la candidatura del partido en 2006. Vicente Fox, rechazando la tradición democrática del partido, quiso abrazar la priista costumbre de designar a su “tapado”, Santiago Creel. Fracasó. Felipe Calderón le ganó la partida, alcanzó la candidatura y la no-desastrosa gestión de su predecesor y el miedo a López Obrador fueron suficientes para impulsarlo a la victoria. Apretada, pero victoria al fin. El PAN retuvo la presidencia, pero se perdió en el proceso.
La historia se repitió en el 2012. Esta vez fue Calderón el que designó un ungido en la figura de Ernesto Cordero, pero no alcanzó el consenso del resto del partido. Cuando Josefina Vázquez Mota fue oficialmente la candidata, la falta de coordinación entre ambos (aunado a una desangeladísima campaña) les causó el absoluto descalabro de convertirse en la tercera fuerza política.
Desde entonces sigue la rebatinga por los despojos de lo que alguna vez fue un gran partido y una buena idea: la participación local. Ricardo Anaya usó al partido y aplastó a su militancia con tal de conseguir la candidatura. Felipe Calderón, cuando vio mermada su influencia al interior de la estructura y fue incapaz de apuntalar a su esposa Margarita, recurrió a irse por la libre (literalmente, México Libre). Hoy Marko Cortés administra la pedacera que sólo se sostiene bajo una muy, muy frágil etiqueta de “oposición”, gracias al montón de gente que busca desesperadamente un referente del otro lado del espectro político para oponerse a Andrés Manuel: chairos azules.
Y mientras pueda seguir nadando “de muertito”, cuidando la chamba y poniéndose como “opositor” sin realmente hacer nada por oponerse al régimen (o siquiera por diferenciarse del mismo en los hechos, más allá de declaraciones y posturas políticas) no representará una opción real para el desarrollo de México.
¿Lo peor? El proceso para “renovar” la presidencia del partido parece estar absolutamente enfangado y volcado a favor de la reelección de Cortés. No va a haber movimiento en este frente de aquí a, por lo menos, 2024.
La buena noticia es que, a lo mejor, el hecho de que el escenario nacional del PAN esté secuestrado impulsa a los cuadros locales a volver a construir, de abajo hacia arriba, opciones y alternativas viables, diferenciándose de su matriz y del demás cascajo multicolor que tenemos actualmente como “partidos”. Dependerá, por supuesto y como siempre, de los ciudadanos.
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