Uno de los mayores éxitos de esta administración ha sido el convencer a la población de que, realmente, la corrupción en las altas esferas gubernamentales es cosa del pasado; que nunca más se repetirá un Odebretch, una Casa Blanca, una Estela de Luz. Esto, a pesar de la aplastante evidencia de que el nido de ratas sigue ahí, incrustado como un tumor maligno, hambriento y en constante crecimiento.
La evidencia más clara de este tumor la podemos ver en las magnas obras insignia de este gobierno: la refinería de Dos Bocas, Tabasco; el tren turístico en la península de Yucatán, el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en Santa Lucía, Edo. de México. No solo son proyectos que nunca devolverán un solo peso a las arcas públicas, inviables desde una perspectiva técnica y financiera, sino que, ahora sabemos, están plagadas de capitalismo de cuates.
Por ponerle un ejemplo, entre 966 contratos que otorgó el Ejército para la construcción del aeropuerto de Santa Lucía: hay empresas fantasma, compañías investigadas por desvíos de recursos y operaciones que se antojan como mera fachada para negocios turbios. Siete de cada diez de estos contratos fueron por adjudicación directa, los otros tres invitando a sólo tres personas; ninguno por licitación.
Días después de que Loret de Mola hiciera pública esta información, el presidente declaró como “Asunto de Seguridad Nacional” las obras, ocultándolas del ojo y escrutinio público, blindándolas contra el legítimo derecho de la ciudadanía al amparo. Digan lo que quieran de Lord Montajes, pero “Cuando el río suena, es que agua lleva” y también “El que nada debe, nada teme”
Sus programas sociales son otro magnífico ejemplo. Hablamos hace casi dos años de la importancia del establecimiento de reglas de operación claras y transparentes para garantizar el funcionamiento positivo de los programas. Estas aún brillan por su ausencia. En su momento Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad emitió un informe de la infame ordeña de recursos que era “Jóvenes Construyendo el Futuro”.
También es bien sabido que “el programa de reforestación más grande del mundo”, “Sembrando Vida” en realidad genera un incentivo perverso para deforestar, aplicar al programa y cobrar el estipendio por “reforestar”. El Universal realizó una cruza de información y resultó que de 5 mil 142 parcelas inscritas al programa en Quintana Roo casi la mitad están en zonas catalogadas como selva por el mapa de usos de suelo del INEGI. Se la arrebataron a la naturaleza por dinero.
Esta misma semana nos enteramos también, a través de un artículo publicado por CONNECTAS y otras agencias noticiosas, que en el diseño y promoción de “Sembrando Vida” beneficia directamente a Hugo Chávez Ayala, amigo de la familia López Obrador y socio de negocios de Chocolates Rocío, la empresa de los hijos del presidente.
A través del programa se impulsó el cultivo de cacao en Tabasco, a pesar de que la comunidad no escogió ese cultivo y que no se hizo estudio técnico alguno para ver la viabilidad del grano en la zona.
En el contexto de la pandemia, Hugo Chávez Ayala vendió dos millones de semillas a técnicos del programa y pequeños productores de la sierra de Tabasco aseguraron sentirse comprometidos a vender el producto de los árboles de Sembrando Vida, a su empresa: Agrofloresta Mesoamericana.
Hasta el arranque del programa, la producción de el cacao en Tabasco era reducida. De 2013 a 2021, en casi una década, solamente se aumentaron 82 hectáreas de cacaotales. La inversión para sembrar nuevas plantaciones, multimillonaria y de incierto resultado. Nada de eso preocupó al Sr. Chávez Ayala, que a través del dinero de millones de mexicanos, va a ver incrementada su fortuna por obra y gracia de la presente administración.
E insisto, la reacción del presidente de desprestigiar a la investigación periodística, lejos de disipar las sospechas, parecen más bien confirmarlas.
¿Qué hace falta pues, para que el grueso de la población se entere que seguimos profundamente hundidos en el mismo pantanal de corrupción y caca(o) que en sexenios anteriores?
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