“En mi carácter de titular del ejecutivo federal actuaré con rectitud y con respeto a las potestades y la soberanía de los otros poderes legalmente constituidos. Ofrezco a ustedes, señoras, señores magistrados, así como al resto del poder judicial, a los legisladores y a todos los integrantes de las entidades autónomas del estado que no habré de entrometerme de manera alguna en las resoluciones que únicamente a ustedes competen. En el nuevo gobierno el presidente de la república no tendrá palomas mensajeras ni halcones amenazantes. Ninguna autoridad encargada de impartir justicia será objeto de presiones ni de peticiones ilegítimas cuando esté trabajando en el análisis, elaboración o ejecución de sus dictámenes. Y habrá absoluto respeto por sus veredictos”
Así hablaba el entonces presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, un 8 de agosto de 2018. Estabamos en un momento de tensión, en donde la mitad del país vivía llena de falsa esperanza y la otra mitad observabamos con recelo y cierto temor lo que un sexenio de Andrés Manuel podría hacerle al país. Era lo que tenía que decir, para afianzar la confianza de sus seguidores y tratar de tranquilizar a quienes sabíamos que su elección era el peor escenario en ese particular ciclo democrático.
A cinco años de distancia esas palabras están hechas polvo y arrojadas al viento. Ni quien las dijo guarda memoria de ellas. El sexenio al completo ha sido dedicado a la concentración del poder absolutista y la regresión al presidencialismo rancio de las peores épocas de dictadura priista. Me gustaría pensar que es lección aprendida para México y sus ciudadanos, y que no volveremos a concentrarnos en lo que una figura pública diga, sino en lo que haga y en su historial de servicio. Pero no, creo que sería abusar del optimismo.
Tan solo en esta semana tuvimos dos piezas de evidencia de que la degradación institucional ha sido el objetivo de este gobierno desde el día uno. El que prometió al Poder Judicial no entrometerse, confesó en su circo mediático matutino haber presionado y cabildeado a al menos cinco integrantes de la Suprema Corte de Justicia para tirar el recurso de inconstitucionalidad que evitaba que la Guardia Nacional quedara en manos del ejército.
“Meten el recurso para declarar inconstitucional y yo dije: ahora sí me voy a meter porque esto sí es importantísimo” señaló. “Hablo con cinco, con los cuatro que de una u otra manera yo propuse y con el que ya estaba para garantizar los cuatro votos. Uno por uno”
No se usted, querido lector, pero yo interpreto por quiénes fueron los invitados a “dialogar”, una clara intención de cobrar favores.
La otra pieza es la reunión con los consejeros del INE el día de ayer. El árbitro electoral tiene la obligación de mantenerse imparcial, pero con el proceso tan empantanado para elegir a los consejeros (al que dimos amplio seguimiento en este espacio) la composición de su consejo es menos neutral de lo que quisiéramos. Y otra vez, las palabras se las lleva el viento. De nada me sirve que el presidente ofrezca “respeto a la autonomía del organismo electoral y no intervenir en el proceso electoral del 2024” porque ya sabemos lo que vale su palabra. Al contrario, me alarma que cite a los once consejeros en Palacio Nacional para pedir “respeto a la investidura presidencial” en la misma reunión donde se tocó el tema de la conformación del presupuesto del INE para el 2024 (Cifra que, de refilón, le corresponde a la Cámara de Diputados aprobar, no al presidente) y que a la mañana siguiente el mandatario confiese que se busca “una nueva etapa con el INE” y dejar atrás los tiempos en los que “se justificaron y legitimaron fraudes".
“Ayer se los dije a los del INE yo no les voy a estar diciendo qué van a hacer [...] Nada más que actúen de manera democrática y no se conviertan en empleados de oligarcas como era antes el INE”
Difícil cosa, cuando el que decide e interpreta lo que es o no “democrático” es él, y también él es el principal oligarca del país.
Lo dicho, no nos fijemos en lo que el político dice, sino en lo que hace. Y así a la mejor, con mucha suerte, tenemos un rayito de esperanza para 2024. Es eso o nos vamos a volver a recetar el mismo mal otros seis años y otros seis más, hasta que escarmentemos.
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