miércoles, 30 de noviembre de 2016

¿Qué es "la Revolución" y con qué se come?

El 12 de octubre de 1957, Fidel Castro escribió y firmó El Manifiesto de la Sierra. Un documento que dirigía al pueblo de Cuba en donde exponía las razones de la revolución y las acciones a seguir a partir de la victoria. En general se hablaba de la instauración de la democracia y la libertad:

"Queremos elecciones, pero con una condición: elecciones verdaderamente libres, democráticas, imparciales."

El primero de enero de 1959, año y medio después, la revuelta de Fidel Castro triunfa en su intención de derrocar al régimen de Fulgencio Batista. Desde el balcón del Ayuntamiento de Santiago de Cuba el comandante en jefe, que por entonces tendría 33 años, arengó a la nación con un discurso que rezaba más o menos así:

Esta vez, por fortuna para Cuba, la Revolución llegará de verdad al poder, no será como en el 95, que vinieron los americanos y se hicieron dueños de esto, [...]. No será como en el 33, que cuando el pueblo empezó a creer que una Revolución se estaba haciendo, vino el señor Batista, traicionó la Revolución, se apoderó del poder e instauró una dictadura por once años. No será como en el 44, año en el que las multitudes se enardecieron creyendo que al fin el pueblo había llegado al poder y los que llegaron al poder fueron los ladrones. Ni ladrones, ni traidores ni intervencionistas, esta vez sí que es la Revolución.


Prometió paz, democracia, riqueza, libertad y elecciones. Entregó más años de dictadura, de represión política y de guerra sin cuartel a la propiedad privada y a la libertad económica. ¿Qué era entonces la Revolución prometida?

Leyendo la vida del personaje cubano, una de las figuras más importantes de latinoamérica en los últimos años, da la impresión de que ni él mismo lo tenía muy claro y que abrazaba la ideología que más le conviniera en cada circunstancia. La Revolución era lo que Castro necesitaba que fuera para perpetuarse en el poder, aplastar libertades y justificar la persecución de los enemigos políticos por ser “traidores a la revolución”. El modelo se lo han copiado a la perfección varios líderes latinoamericanos.

Hay quienes insisten en que los cubanos sacrifican esas libertades para alcanzar beneficios sociales garantizados que no alcanzan en ningún otro lugar del mundo.  Presumen su sistema de salud, sus tasas de alfabetización, su cobertura alimentaria y ser el único país que cumple con los criterios de la ONU para el desarrollo sostenible: alto desarrollo humano y huella económica sostenible; todo pese a la imposición del “imperio” norteamericano

A quienes perpetúan esta imagen de Cuba como el paraíso socialista, me gustaría introducirlos al concepto desarrollado por Charles Tiebout, economista y geógrafo norteamericano: Votar con los pies. La teoría sostiene los ciudadanos manifiestan sus preferencias con respecto a ingresos, gastos y políticas públicas desplazándose a aquellas áreas que comparten esas preferencias en su legislación (social, fiscal o de cualquier otro tipo)

A lo que voy es, no he visto ninguna barca hechiza tratando de llegar a Cuba desde Florida o Yucatán, pero si he visto y escuchado de muchas que van en sentido inverso. Si la utopía socialista ha llegado a Cuba ¿Por qué los cubanos siguen intentando escapar de ella? ¿Por qué los votantes de origen cubano en Florida le dieron el triunfo a Trump en el estado, cuando éste ha amenazado con dar marcha atrás a las políticas de acercamiento entre las dos naciones?

Parafraseando una página de Facebook que sigo: Cuba es como aquella casa desde donde se oyen diariamente gritos. En donde sabemos que el padre de familia golpea a la esposa, la misma esposa lo ha dicho. Pero cuando enviamos inspectores o trabajadores sociales, el hombre se niega a recibirlos, no permite que la esposa declare y alega que todo está bien. Los inspectores anotan “Este es un hogar feliz” y el mundo se lo cree, porque no tiene manera de verificar lo contrario.

Desconfiemos de quienes nos ofrecen revoluciones, o hacen de la revolución su bandera (más aún si son revoluciones institucionales, democráticas o amorosas) quien sabe si sepan de lo que hablan; quien sabe si no sea otro fin eternamente inalcanzable que justifica todos sus medios.

"No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura."
George Orwell


miércoles, 23 de noviembre de 2016

Del cinismo y la inacción

Calderón, la verdad sea dicha, quizá erró en su estrategia contra el narco. Quizá falló en proveer medidas alternativas de prevención del delito, de generar condiciones económicas que permitieran reducir la desocupación, y por lo tanto, que se tuviera que recurrir a la delincuencia para subsistir. Pero, como ya había mencionado en una entrada anterior (¡de marzo de 2015!) tuvo al menos la decencia de reconocer un problema, establecer acciones concretas y morirse con la suya a pesar de convertirse en blanco de críticas de parte de población y prensa.

La administración Peñista, más dependiente del juego de luces y espejos de prestidigitador barato, ha preferido ocultar las cosas, o tirar la bolita a los estados; pese a que las cifras siguen siendo alarmantes. Sirva Guerrero durante el pasado fin de semana, el llamado Buen Fin, como botón de ejemplo: 27 personas muertas en menos de 48 horas. ¿Y la postura oficial? Bien gracias.

Héctor Antonio Astudillo Flores, gobernador del estado, salió el día de hoy a decir que tenían “plenamente identificadas” a las células delictivas de los diferentes municipios. No quiso o no pudo explicar por qué si las tienen tan bien ubicadas, no han hecho nada por desarticularlas, ni pudieron evitar los homicidios. Los comentarios que sí hizo, sin embargo, fueron igualmente inoportunos:  

“esta jornada pico de violencia genera ruido indeseado para el estado [..] genera rebotes mediáticos

“(El crimen organizado) tiene una gran capacidad para desaparecer durante 15 días o por un mes… y vuelve a investir(sic)”

“Estamos haciendo refuerzo donde existen este tipo de acontecimientos: los lugares con policías comunitarias o fracciones que, se supone, eran defensores, los fueron cooptados por el crimen organizado y ahora se dedican a sembrar el terror.”

“Es que una parte fundamental del problema es la amapola: en medida que exista y que Estados Unidos sea tan demandante, el asunto se tiene que ver con otra salida. Orientarlo hacia el tema médico”


Claramente lo que le dolía durante la conferencia de prensa no era la tragedia (que eso es lo que es), sino tener que estar ahí dando la cara y dando explicaciones a los medios. Lo único consistente de su discurso es el derrotismo y el repartir culpas.

Habla del crimen primero como si fuera un tema cíclico, imposible de predecir o de combatir por esa misma volatilidad; de lo sucedido como una anomalía en ese ciclo de “cada quince días” que sólo genera ruido. Aprovecha la ocasión para darle un repasón a uno de los dolores de cabeza más importantes para este gobierno: las autodefensas; que fueron incapaces de regular y que surgieron por su propia inoperancia. Y sobre el final, deja en claro que considera que el problema lo ha superado y pretende centrar el debate en si deben o no legalizarse los opiáceos y demás subproductos de la amapola.


Alguna vez me dijeron en la oficina donde trabajo: “Más vale que nos llamen la atención por lo que hacemos que por lo que dejamos de hacer”. Señor gobernador, señor presidente, a Calderón podremos criticarlo por lo que hizo, pero ustedes destacan por lo que están dejando de hacer. ¿Hasta cuando?

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Nacionalismo económico, la gran ficción.

Los fuegos de nuestro comodino nacionalismo mexicano--ese que sólo se enciende cada que juega la Selección, porque ya ni siquiera durante septiembre arden bonito-- parecen haberse avivado con la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Durante la última semana, los he visto especialmente en redes sociales, transformados en un discurso muy elocuente, pero también muy ignorante:

¡Llegó la hora de mandarlos a su país y rescatar el comercio mexicano! ¡Fortalezcamos la economía nacional! ¡Dejemos de consumir productos extranjeros a cadenas internacionales! ¡Se llevan el dinero que se va del país! Se lee en los alarmistas carteles que se volvieron virales la semana pasada.

Dejemos de lado el hecho (muy irónico, por cierto) de que un discurso nacionalista que parecía incendiario cuando era Trump quien lo esgrimía, tenga un símil y resulte aceptable en nuestro país, cuando nos beneficia a nosotros. El doble estándar es entendible, pero igualmente está mal y hay que evidenciarlo.

No, lo que a mi me preocupa de este discurso es que simplifica una realidad económica compleja hasta que le resulta conveniente para promover sus intereses, dejando fuera consideraciones muy importantes. Póngase a pensar: ¿Cuándo fue la última vez que le atendió un estadounidense en un Walmart, o un japonés en su concesionaria Toyota? Dejar de consumir a empresas extranjeras afecta, antes que a los dueños de los negocios, a los empleados mexicanos, sobre todo a los que dependen de comisiones sobre venta.

¿Y no se activa la economía mexicana cuando dichas empresas vienen al país? ¿Qué hay de la inversión directa en plantas de producción aquí en México, cuando contratan a las constructoras que levantan las naves industriales? ¿Qué hay de todo el expertise que dejan y las capacitaciones que imparten y que le permiten a millones salir adelante?

Quienes presumen que Oxxo y 7-Eleven han acabado con el sustento de miles de familias que tenían pequeñas abarroterías evidentemente piensan que no tienen que contratar empleados, o quizá no han considerado que esas mismas familias quizá están mejor trabajando en una empresa que les proporciona Seguridad Social, Caja de Ahorro, Seguro de Vida y otras prestaciones a las que de otro modo no tendrían acceso.

¿Nada de esto reactiva nuestra economía, nos fortalece como nación?

El mensaje subyacente “No necesitamos al extranjero” no solo es xenófobo, también es risible. Quienes proponen esto han de creer que México está viviendo en una burbuja y no han entendido muy bien cómo funciona la economía global, ni la ecuación del progreso.
Nuestro país es la 12º mayor economía de exportación en el mundo, con $400 miles de millones de dólares en juego. ¿Qué pasa si a nuestros clientes de allende fronteras les dá por cerrar sus mercados, como pretenden hacer con México? ¿Por qué creen que hay preocupación por Trump, sí a Estados Unidos le exportamos más de tres cuartas partes de esa cifra? ¿Qué pasa con el montón de productos que no podemos producir aquí, pero que necesitamos?

México no necesita más nacionalismo barato; bien intencionado, pero ignorante. México necesita inversión, más y mejores empresas, de la nacionalidad que sean. Más y mejores empleos. Aprender y adoptar procesos productivos más eficaces y que nos permitan competir.
Decisiones como la del Brexit, o las políticas de Trump son un peligro precisamente porque representan un retroceso. La tendencia es hacia la Integración, no hacia el aislamiento. Y quedarse fuera, no aprovechar y compartir el impulso de otras naciones, perjudica más que comprarles algunos productos.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

La realidad construida vs la cruda realidad.


Iba a escribir de los presidenciables en México, dándole seguimiento a la entrada de la semana pasada sobre los presidenciables en E.U.A. Sin embargo, para cuando me senté a escribir ya estaban cayendo los primeros resultados de las elecciones en el vecino país del norte y como fueran completamente contrarias a todo lo que el sentido común dictaba que sucedería, quedé absorto en darle seguimiento y abandoné la página en blanco.

Escribo estas líneas pasados cuatro minutos después de medianoche, con un mapa electoral que sugiere que Donald Trump es el nuevo presidente electo de los Estados Unidos.

Jamás creí que escribiría esa última línea. En ningún momento durante la elección creí que el magnate tenía la más remota posibilidad. Cuando se postuló a la contienda interna del partido Republicano, me reí. Era una nota curiosa en el marco de la política norteamericana y no era la primera vez que lo intentaba. No pasaría de ahí.
Cuando ganó la candidatura me sorprendí, pero se lo achaqué a que estaba compitiendo entre un grupo selecto de miembros del partido; una muestra difícilmente representativa del grueso de la población estadounidense. Además, competía contra varios precandidatos que pulverizaron el voto en su contra, sería muy diferente cuando la oposición tuviera un sólo rostro moderado y con mucho más colmillo político bajo el cual refugiarse. Clinton era una veterana de mil batallas, curtida incluso en la diplomacia internacional.

En ningún momento durante la campaña presidencial pudo Donald Trump arrebatarle la ventaja que las encuestas le otorgaban a su contendiente. Todas daban por un hecho que sería Clinton la vencedora, y parecieron confirmarlo luego de ver los debates. Y sin embargo henos aquí. ¿Qué pasó? ¿Por qué no lo vimos venir?

Que las encuestas den información incorrecta no es un fenómeno nuevo. El referéndum por la paz en Colombia, las elecciones generales en Argentina el año pasado, las de Brasil en 2014, el reciente voto del Reino Unido por salir de la Unión Europea; todos tuvieron resultados contrarios a los que las encuestas de salida y las proyecciones estadísticas señalaban.
No es un tema de metodología, es un tema de margen de error estadístico, de tamaño y representatividad de la muestra y también, un poco, de nuestra propia percepción sesgada que no sabe tomarse los datos ofrecidos con su buena dosis de escepticismo. Quizá hemos empezado a recurrir demasiado a las encuestas. Quizá estamos viendo las encuestas equivocadas.

Diferentes grupos de académicos han mostrado preocupación de que nuestras redes sociales pueden crear “cámaras de resonancia”, en las que como usuarios, sólo recibimos mensajes, reportes e información de amigos y fuentes con las que tenemos afinidad de ideas. Conforme vamos construyendo nuestra red de contactos, construimos también un muro (oh, la ironía) que mantiene fuera opiniones y personas distintas. Perdemos la capacidad ya no digamos de dialogar con otros, sino de siquiera verlos o de considerarlos.

Si vemos sólo el pedazo que nos gusta de la realidad, por supuesto que nos sorprende cuando la realidad nos muestra su lado más crudo. (En este caso, el de millones de votantes blancos de comunidades rurales de los Estados Unidos; que nadie vió, pero que definieron la elección)

Que nos sirva de lección. Hagamos un esfuerzo por reconectarnos con realidades que actualmente (por elección o costumbre) no vemos o no nos gustan. Y si no nos gustan, no nos escondamos de ellas, sino tratemos de cambiarlas. Vuelvo a insistir, como lo hice la semana pasada: Tenemos un compromiso con el 2018. ¿Nos va a pasar lo mismo por no querer mirar fuera de nuestro círculo más íntimo?

Addendum:

Mediodía del miércoles posterior a la elección. Corren rumores de protestas en estados demócratas hasta la médula que van desde las arengas públicas (“¡Trump no es mi presidente!”) hasta discusiones sobre la posibilidad de que California (bastión demócrata por excelencia) se separe de la Unión Americana. (Lo están llamando #Calexit)
El grueso de la protesta viene de redes sociales, lo que refuerza mi opinión: Mi generación está atrapada en su propia burbuja de cómodas realidades construidas y no sabemos lidiar con la realidad dura. Habrá que ver cómo acaba todo conforme pasen las semanas. Estaremos atentos.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Trump - Clinton: Proverbial dilema

El próximo martes ocho de noviembre nuestros vecinos del norte saldrán a las urnas a votar. Las opciones realistas (porque también en EUA hay partidos pequeños intrascendentes) son Hilary Clinton por los demócratas (a la izquierda del espectro político) y Donald Trump por los republicanos (en la extrema derecha).  

No será una decisión fácil. Los perfiles de ambos candidatos son ampliamente cuestionables. Trump el caballo negro de la competencia ha sorprendido a propios y a extraños alimentándose de un nicho de votantes descontentos, ignorados por las últimas administraciones, castigados por una realidad cambiante que tiende a la globalización y a la especialización de los empleos; un nicho que nos recuerda que Estados Unidos necesitó, apenas en el ‘64, una legislación contra la segregación racial.
El candidato republicano tiene además, la ventaja (o el estigma, según se vea) de ser un hombre ajeno a la política y salido de la iniciativa privada. En su discurso habla de dejar que el mercado resuelva algunos de los problemas más fuertes de la nación, como la cobertura en salud. Pero al mismo tiempo defiende un fuerte intervencionismo en favor de las empresas nacionales y la producción interna (llegando a amenazar a Ford con un arancel del 35% a todo lo que produzca aquí en México). Cuando ambas cosas se conjuntan, normalmente el consumidor sufre. Las compañías nacionales, sin competencia, pueden jugar chueco con el precio u ofrecer un servicio paupérrimo sin miedo a perder el mercado.
Y por si fuera poco, al analizar sus discursos, es imposible evitar los paralelismos con otros grandes demagogos. Maduro, Andrés Manuel y Trump brillan por sus discursos incendiarios, con acusaciones concretas para darle unión y propósito a sus seguidores, rematadas de soluciones simplistas y poco claras. No, el muro no va a resolver los problemas de inmigración de Estados Unidos, así como acabar con la corrupción gubernamental no es la panacea para todos los problemas en México. “Make America great again” es propuesta tanto como “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo” Ya no digamos el “Something cheaper” que se sacó Trump de la chistera cuando le preguntaron a bocajarro durante un debate sobre con qué reemplazará el sistema Obamacare que tanto ha criticado.  
De sus problemas y escándalos personales ya mejor ni hablar.
El problema es que Hillary Clinton no llega mejor. Si, es una política experimentada y su llegada al poder significaría continuidad a muchas de las iniciativas y proyectos de Obama. Pero, al juzgar por su récord como Secretaria de Estado, sería bajo el liderazgo de un personaje con mucho menos tacto en temas diplomáticos, una propensión más belicosa y una cola mucho más larga que le pisen.
Recientemente Wikileaks filtró más de dos mil correos con información clasificada que la entonces Secretaria de Estado intercambió desde su cuenta personal (razón por la que el FBI la está investigando) En estos correos, entre otras cosas, se revela que el Departamento de Estado benefició a la Fundación Clinton con lucrativos contratos para la reconstrucción de Haití luego del terremoto del 2011. Clinton también admite, en otro de los correos, que es necesario en política tener una posición pública y otra privada con respecto a ciertos asuntos y se evidencia con una charla que dio a los empleados de un banco brasileño (Banco Itau) en donde habla de su “sueño de tener fronteras y mercados abiertos en el hemisferio”, una posición que definitivamente no podría vender a su base demócrata y que no ha sido la que ha presentado durante la campaña.
Y en su labor como diplomática no le va mejor. Como secretaria de estado fue responsable, con conocimiento de causa, de financiar y apoyar a grupos terroristas y al estado Islámico. Se rumora que también apoyó la revolución en Ucrania, que concluyó con un golpe de estado y un severo conflicto con Rusia. Bajo su tutela y después de sendos descalabros diplomáticos y estratégicos en Afganistan, Lybia y Siria, la relación y cooperación entre Rusia y Estados Unidos se han enfriado y la inestabilidad en el medio oriente va en aumento.
No sólo tendríamos a una presidenta que insiste en que Estados Unidos sea la policía del mundo y se inmiscuya en patios ajenos, sino que además lo hace tan mal, que termina por empeorar la situación que pretende corregir.
¿Por quién votar entonces? Los estadounidenses tienen la difícil labor de elegir el menor de los dos males. Quien piense que semejante decisión ni nos incumbe ni nos afecta está cometiendo un terrible error de apreciación. Baste echar un vistazo al comportamiento del peso frente al dólar y compararlo con las tendencias en las encuestas para darnos cuenta de que hay una correlación estrecha entre ambas cosas. En términos económicos al interior de nuestras fronteras, el resultado en Estados Unidos podría pesar tanto como el resultado de nuestras propias elecciones.
Por otro lado, y aunque digan por ahí que mal de muchos consuelo de tontos, mirar al otro lado del río Bravo y percatarnos de que nuestros vecinos del norte también tienen sus problemas con los políticos y su política nos ayuda a poner en perspectiva nuestra propia situación. Es una realidad que no hay solución fácil para garantizar el bienestar general (y ser país del primer mundo no basta, ya lo vimos) pero eso no quiere decir que dejemos de buscarla.

También dicen que si vemos al vecino recortarse las barbas, hay que poner las propias en remojo. Observemos y aprendamos de la desventura ajena, porque en 2018 vamos a estar en una posición similar.