La novela del salario mínimo en
nuestro país dio otra vuelta de tuerca la noche del lunes, luego de que el PRI
y el PAN abandonaran el recinto del Senado dejando sobre la mesa ese y otros
pendientes igualmente importantes, como la reforma política del Distrito
Federal.
La novela se extiende, al menos, desde
octubre pasado; cuando tanto el Partido Acción Nacional como Miguel Ángel
Mancera, jefe de gobierno capitalino, presentaron por separado propuestas para
realizar una consulta ciudadana sobre un posible incremento a dicho salario
mínimo. Ambas iniciativas fueron rechazadas por la Suprema Corte de Justicia de
la Nación, sin embargo permitieron que se abriera el debate que sigue hasta el
día de hoy.
Se habla de la necesidad
apremiante de incrementar los ingresos de las familias mexicanas, se utiliza
como recurso retórico a la indignante cantidad de gente que no tiene suficiente
para cubrir sus necesidades más básicas y sobre todo se aprovecha hasta el
hartazgo el tema como trampolín propagandístico. Quien propone un aumento por
decreto lo hace parecer la panacea a los problemas de pobreza y desigualdad y
se impregna de un falso tufo de defensor del pueblo y del trabajador.
De lo que nadie habla, sin
embargo, es de lo que realmente es el salario, de dónde viene y de todos los
periplos y vericuetos que tiene que pasar para llegar a las manos del
trabajador que lo produce. Tampoco se habla del papel del gobierno en la
reducción del poder adquisitivo del salario, o de como su intervención hace más
complicada la generación de riqueza, que se traduciría en mejores ingresos. Así
que, precisamente para darles un espacio, quiero tocar estas cuestiones en esta
y las siguientes entradas.
El salario es, en esencia, una
herramienta que permite distribuir la riqueza entre los que contribuyeron a
generarla. Dicha riqueza se genera a través del trabajo, normalmente en forma
de productos o servicios que resultan de la contribución de empleador y
empleado. Se forma así una relación
simbiótica en la cual, lejos de ser enemigos, ambos actores son aliados que se
benefician de un intercambio libre y voluntario.
Si hay un problema de salario entonces,
en el fondo, hay un problema con esta
relación simbiótica del trabajo, en calidad y en cantidad. Y ese problema no va
a desaparecer por incrementar el salario mínimo, al contrario, va a agravarse: se estará repartiendo una riqueza que no se ha generado, las empresas transferirán los costos adicionales al consumidor final y quienes no tienen empleo tendrán más dificultad en conseguirlo si el costo de contratarlos es más alto.
¿Cómo hacer entonces para que
cada mexicano tenga un trabajo que genere riqueza, que le asegure un salario
digno y le ayude a crecer y a desarrollarse como persona?
Durante las próximas tres
entradas hablaré de tres posibles soluciones al dilema y, más importante, de
por qué dichas soluciones, aunque suenen sencillísimas, no han podido aplicarse
en el país.
- Ofrecer más empleos.
- Apostar por trabajo que genere más valor y más riqueza.
- Retirar la carga tributaria de quien produce dicha riqueza (empleador y empleado).