El ejército mexicano es una de las instituciones de más prestigio en el país y, de las administradas por el estado, la que inspira más confianza en los ciudadanos. Para comprobarlo basta mirar los resultados de.la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) levantada por el INEGI, o de la encuesta de Confianza en las Instituciones de Consulta Mitofski, o la levantada por Parametría con motivo del debate de la Guardia Nacional. Incluso después de tragedias turbias como las registradas en Tlatlaya o en Ayotzinapa, la calificación de las fuerzas armadas permanece alta: en los sietes y ochos en escalas del uno al diez. Contra las notas reprobatorias que normalmente les tocan a las policías locales.
Las razones pueden ser varias. Es un cuerpo del que se tiene cierta seguridad que no ha sido infiltrado ni está coludido con el crimen organizado y su entrega es incondicional. Cuando se trata de apresar a los capos, enfrentar narcobloqueos, o buscar y destruir los campos de cultivo y laboratorios productores de droga, son los militares los que van en primera línea. Es cierto que ha habido violaciones a los Derechos Humanos, pero cuando ocurren ameritan primeras planas, debates nacionales y normalmente sanción a los culpables. Dichos actos, además, se explican en parte porque el adiestramiento militar es bien distinto al del resto de las fuerzas del orden.
Por el contrario, las policías estatales y municipales no tienen el pretexto del adiestramiento, se sabe que están sometidas a las agrupaciones criminales y el hostigamiento que algunos de sus miembros hacen a la ciudadanía para conseguir mordidas no sale en las primeras planas, pero es constante y voraz. Ponerse nervioso cuando pasa uno cerca de una patrulla, o un retén de la policía es bastante común. El ejército, pese a todo, no genera esa inmediata animadversión.
Si se quiere usar al ejército (o a la Guardia Nacional, que a fin de cuentas es pan con lo mismo) de manera efectiva en el combate al crímen organizado, éste debe, en primera instancia, tener el respaldo de la población y en segunda, imponerle respeto y meterle miedo a los grupos a los que se enfrenta. Por ello, al estado mexicano debiera interesarle cuidar esa imagen y alimentar ese prestigio. Y me preocupa que lo que pasó el domingo en La Huacana es evidencia de que vamos justo en la dirección contraria.
Contexto: Los militares ya habían sido atacados un par de veces por la zona. Producto de esos enfrentamientos le aseguraron a las “autodefensas” 4 armas largas. (entiéndase, armas de grueso calibre, entre ellas, una ametralladora de esas que van montadas en la caja de una pick-up o en el costado de un helicóptero, y un fusil barret calibre 50, de esos que puede atravesar blindajes de chalecos y cualquier vehículo que no sea un tanque en toda regla).
El domingo, mientras regresaban a la base, los autodefensas montan una barrera de mujeres y niños para impedirles el paso, los desarman, retienen y exigen para su liberación la devolución de las cuatro armas previamente incautadas.
Estimados lectores, llegados a este punto las “autodefensas” son delincuentes. Ni más ni menos. El “pueblo bueno” no sólo ha agredido a las fuerzas del orden, ha cometido un secuestro en toda regla y está contendiéndole al Estado Mexicano el monopolio del uso legítimo de la fuerza y retando su autoridad para hacer cumplir la ley. A lo cual el estado mexicano reaccionó… doblando las manos y devolviendo las armas.
Decía Max Webber que un estado no es tal si no tiene el monopolio del uso de la fuerza legítima, si no puede hacer cumplir la ley. Desarmar a un militar, desdentarlo y salir impune, es el equivalente a haber desdentado a toda la maquinaria del estado. Y el crimen organizado no es tonto. Habiendo visto que funciona, adoptará la estrategia. De hecho, ya ocurrió. Apenas ayer en Tetepango, Hidalgo, los pobladores del lugar impidieron que el ejército asegurara dos camionetas con combustible robado. Bastó hacer acto de presencia en masa crítica.
En ese intento de reducir la violencia con “abrazos no balazos”, el gobierno probablemente sólo haya conseguido demostrarle al delincuente que puede y debe ser más osado; llevándose entre las patas el prestigio y el orgullo del ejército nacional. Cuando ya ni las fuerzas armadas pueden... ¿Qué sigue?
PD: Estaría interesante incluir, en ese montón de encuestas de confianza, a los principales cárteles de la droga. Sería muy desagradable confirmar lo que ya sospechamos todos, pero indiscutiblemente esclarecedor.