Los espacios públicos tienen una enorme desventaja frente a los privados. Esta es, que en su afán de ser “para todos” terminan siendo “de nadie”; espacios que nadie siente que le pertenecen y por lo tanto, con los que nadie siente una responsabilidad en cuanto a su cuidado y mantenimiento. Sencillamente, descargamos esa responsabilidad en “papá gobierno” y que él se haga bolas en cómo hacer que tengamos una ciudad bonita y de primer mundo.
Este lunes, algunos de esos espacios públicos del centro histórico de Guadalajara fueron vandalizados por dos adolescentes de 16 años. Además de la placa conmemorativa de la Plaza Tapatía y de la escultura de la cabeza de Quetzalcóatl ahí mismo, duele en particular la columnata frontal del Teatro Degollado, edificio emblemático de la ciudad con más de 150 años de historia a sus espaldas y que ahora luce en toda su fachada la palabra DARKNESS, escrita con graffiti.
Los responsables fueron sorprendidos infraganti, armados con quince latas de pintura en aerosol. Sin embargo, por su condición de menores de edad tienen asegurado enfrentar el proceso en libertad y no pisar la carcel, a pesar de que una ley federal, la de Protección a Monumentos Históricos, y una ley local que es el Código Penal, establece sanciones que van desde una multa, hasta diez años en el reclusorio. Si les va mal y el abogado defensor se ve torpe, les acomodarán una multa de veinticinco mil pesos y algunas jornadas de trabajo comunitario. Nada más.
Aún así, la madre de uno de los menores ya salió a declarar que se siente “afectada” por algunos de los comentarios vertidos por la ciudadanía en redes sociales.
"A mí me afectan mucho como mamá los comentarios, son muy duros, entiendo que hicieron algo grave, pero son demasiado crueles y mas a nosotras como madres"
¿Qué le digo, señora? Me da gusto que se sienta afectada. Discúlpeme, además, si no me importa demasiado. Es difícil no criticarla cuando usted no sabía qué estaba haciendo su muchacho y su amigo (ambos menores de edad), sólos, a las tres de la madrugada de un lunes (día escolar) en el primer cuadro de la ciudad. Todo esto es responsabilidad suya, señora, al menos en parte según lo establece la ley.
Para que haya espacios públicos de primer mundo en México hace falta una cultura cívica de primer mundo. Esa comienza en casa y, evidentemente, estamos muy, muy lejos de tenerla. ¿Por qué? Porque una cultura cívica implica aceptar una responsabilidad cívica, implica entender y tomar parte de que lo que es público y de todos es por extensión mío y que debo trabajar por su cuidado y preservación.
El caso de estos dos muchachos pudiera ser un buen ejemplo para empezar a entender eso; porque aunque a ellos los pescaron, son muchos los que se dedican a vandalizar espacios públicos, rayar automóviles, romper señalamientos, maltratar parques y plazas y tirar teléfonos públicos.. Estas personas cometen un crímen contra el resto de los ciudadanos al no respetar la propiedad de todos. Que el castigo no sea cruel, pero que sea justo e implacable. Cualquier otra cosa sería poner el beneficio de estos dos protocriminales (y el de los cientos como ellos que nunca atrapan) por encima del beneficio “público”, aunque me choque la palabrita.