“La gente no lee porque los libros son caros” sentenció con aplomo Paco Ignacio Taibo II, encargado del despacho de la dirección general del Fondo de Cultura Económica (FCE), en un evento en Mocorito, Sinaloa, el pasado domingo 27 de enero. Lo acompañaban el presidente Andrés Manuel y su mujer, en lo que fue la presentación de la nueva “Estrategia Nacional de Lectura”. Tres ejes, dicen, darán estructura a esta cruzada:
- Se inculcará el hábito desde la infancia y la adolescencia involucrando a la Red Nacional de Bibliotecas y a diferentes áreas de la SEP.
- Habrá, al alcance de todos, títulos atractivos para el público a precios accesibles. (“Vamos a hacer libros baratísimos, vamos a regalar libros”, dijo Taibo)
- Se lanzarán campañas en medios de comunicación para posicionar a la lectura como un hábito positivo.
Aplaudo la intención. México ocupa el penúltimo lugar en el índice de lectura de la UNESCO (de 108 países) y creo que la lectura y la autoeducación pueden ser herramientas poderosas para ayudarnos a sacar adelante a nuestra gente. Urge fomentar el hábito y el gusto por leer.
El problema es que no veo nada que amerite el calificativo de “nuevo” en esta estrategia; y después de leer “Repensar la pobreza: Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global” (Banerjee y Duflo, 2012) el diagnóstico con el que arrancó Taibo II me parece hasta simplista. Y cuando simplificamos y minimizamos los problemas, las soluciones también suelen salir minimizadas e insuficientes.
La economía de la pobreza se confunde demasiado a menudo con una economía pobre, dicen los autores. Se asume que como tienen poco, poco hay de interés en su vida económica y que todo podría resolverse subsidiando sus necesidades. No siempre es el caso.
Los autores, producto de años de estudiar la economía de los que menos tienen, se han percatado de que el pobre gasta y prioriza sus gastos; es capaz de tomar decisiones financieras complejas con la información que tiene en función de sus necesidades y circunstancias. Sorprendentemente, en términos generales, las cosas que hacen la vida menos aburrida son una prioridad para los pobres. Llevan una vida dura, con presión constante por sacar con que sobrevivir semana a semana, o día a día, necesitan distractores. Por eso vemos casas con techo de lámina, pero una antena de televisión satelital, o un equipo de sonido de última generación, o gigantescas bodas y fiestas de quince años en colonias populares. Es entendible y normal.
El libro, por su lado y así como está, no necesariamente es un producto caro. Hay cientos de mercados de púlgas con libros a precios entre los $10 y los $150 pesos. La mayoría de los grandes clásicos de la literatura universal ya están disponibles en ediciones muy económicas y, aunque si me lo preguntan directamente lo negaré todo, existen infinidad de portales de Internet desde donde se puede descargar buen material de lectura gratuitamente.
Los pobres están dispuestos a gastar en entretenimiento y el libro es un bien asequible, y sin embargo el grueso de la población (independientemente de su posición económica) no lee. Lo que falta no es dinero, lo que falta es interés.
Yo me pregunto si en lugar de gastar millonadas subsidiando la edición y producción de libros, no obtendremos mejores resultados invirtiendo más y más inteligentemente en nuestras escuelas primarias y secundarias.
Banerjee y Duflo dedican todo un capítulo de su libro a la educación y sus hallazgos son interesantes. Los pobres están conscientes de la importancia de la educación, pero creen que sólo hará diferencia importante si se alcanza un grado verdaderamente avanzado (una licenciatura). Como los recursos de la familia pobre son limitados, normalmente destinan todo su capital en el hijo que muestra más potencial, relegando a los otros. Al primer signo de problemas escolares un hombre de clase media puede intentar enviar a su hijo a clases de regularización (es probable, además, que tenga menos hijos y pueda dedicarle más recursos a cada uno). El pobre, en cambio, quizá asumirá que su hijo sencillamente no se le da estudiar y permitirá que se vaya quedando atrás, lo sacará de la escuela y lo pondrá a trabajar, pues la necesidad de la familia es apremiante.
“La combinación de altas expectativas y poca fe puede resultar completamente letal. Si los maestros y los padres no creen que el niño pueda atravesar el bache [...] pueden renunciar a intentarlo [...] Los propios niños utilizan este razonamiento cuando valoran sus posibilidades. [...] Un niño que espera que la escuela sea difícil puede llegar a culpabilizarse cuando no entiende la explicación y puede pensar que no se le da bien estudiar —que es «tonto», como la mayoría de los niños de su condición—, y puede llegar a dejar los estudios completamente, a soñar despierto durante las clases o, sencillamente, a negarse a ir a la escuela,”
Asegurarnos de que ningún niño se quede atrás y comprometernos con la idea de que todos y cada uno pueden dominar las habilidades básicas de lectoescritura y matemáticas si les dedicamos el esfuerzo suficiente, puede hacer del libro como entretenimiento una opción mucho más atractiva y, en el largo plazo, traer muchos mejores resultados que sencillamente bajar los precios y regalar miles de libros que jamás van a leerse.
Adenda:
Ya me alargo mucho, pero no se me escapa el peligroso discurso del presidente en el evento de presentación de la estrategia. La idea de que es política de su Gobierno buscar “el equilibrio entre lo material y lo espiritual” y que promueve la lectura para “fortalecer los valores culturales, morales y espirituales” me resulta incómoda. La lectura debería ser herramienta para contrastar ideas y crecer, no para indoctrinar bajo sabrá Dios qué valores culturales, morales y espirituales. Habrá que estar atentos y ver qué se edita bajo esta nueva colección “Viento del Pueblo”. ¡No se duerma!