Hay quienes lo llaman “el autobús de la libertad”, para otros es “el autobús del odio”. Vió la luz en España, hace algunos meses y su historia es la mar de interesante.
Comienza con una campaña que lanzó la Asociación de Familias de Menores Transexuales del País Vasco (Nombre comercial: Chrysallis) Consistía en 150 carteles repartidos por toda esa región de España en los cuales, junto con la frase “Hay niñas con pene y niños con vulva. Así de sencillo”, se representaba a un niño con atributos femeninos, y a una niña con atributos masculinos.
A manera de respuesta, Hazte Oír —una ONG española— decidió enviar su propio mensaje, rotulándolo en el costado de un autobús naranja que luego puso a circular en las principales ciudades de dicho país. “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen”
Hasta aquí la historia parece muy sencilla: Un par de organizaciones, con ideologías opuestas, haciendo sano uso de su libertad de expresión para darlas a conocer. Podríamos sentarnos a debatir las virtudes y defectos de cada una, organizar conferencias o derramar ríos de tinta defendiendo una u otra postura y estaría bien. Después de todo, es a través del intercambio y confrontación de ideas que hemos avanzado como civilización.
Es lo que viene después lo que ha disparado este suceso relativamente local (el País Vasco representa únicamente el 1.5% de la superficie de España y da cabida sólo al 5% de su población) a las primeras planas de la sección de Internacionales.
Nadie alzó la voz contra los 150 carteles de Chrysallis, pero el único autobús de Hazte Oír fue motivo de una virulenta reacción. Partidos políticos como “Izquierda Unida” y “Podemos”, el colectivo LGBT en España y miles de personas en redes sociales, se han cansado de lanzar toda clase de peyorativos contra Hazte Oír. El fiscal superior de la Comunidad de Madrid, Jesús Caballero, ordenó se abriera una investigación contra la organización por existir “un riesgo de [...] alteración de la paz pública y de creación de un sentimiento de inseguridad o temor entre las personas por razón de su identidad u orientación sexual, y concretamente entre los los menores que puedan verse afectados por el mensaje”. En Sevilla, el vehículo fue recibido con pedradas y huevazos. El Ayuntamiento de Barcelona anunció que si el vehículo entra a la ciudad, será multado al considerársele "una provocación".
¿Una provocación? ¿A qué, pregúntome yo, si el camión no hace sino señalar una obviedad biológica? El ser humano presenta 23 pares de cromosomas y su sexo biológico depende enteramente del último de ellos. Así que sí, los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Esta realidad está escrita en cada uno de las células del individuo y no cambia, ni desaparece con cirugía o tratamientos hormonales. Y es una realidad tan aplastante, que la misma persona transexual busca, mediante cirugía, adaptar su cuerpo a la realidad que quiere imitar o con la que se siente identificado.
Por supuesto nada de esto me exhime de mostrar con las personas transgénero el mismo respeto que merece cualquier otra persona; tampoco les quita derecho humano alguno, ni mucho menos implica negar su existencia, aunque así lo argumenten.
¿Quién es el fascista entonces? ¿Hazte Oír o la comunidad que está básicamente diciendo “No puedes pensar eso, no lo soporto y no te lo permito, porque no es el lenguaje incluyente que a mi me gustaría escuchar, la realidad donde me gustaría vivir”? ¿Por qué los derechos de una minoría (que, insisto, no están siendo violentados en modo alguno con la existencia del mentado autobús) resultan más importantes que la libertad de expresión de otro sector? ¿No son todas las libertades iguales, no tenemos todos los mismos derechos?
Existen, sí, personas y organizaciones que aún hoy fomentan la división; la discriminación no sólo hacia los transexuales, sino hacia las mujeres, las personas de distintas razas, ¿Con qué autoridad moral vamos a enfrentarlas si nuestro mecanismo de defensa es negar la realidad y apedrearles el autobús?