A principios de esta semana se supo que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, había enviado un par de cartas a la Santa Sede y al Palacio de la Zarzuela para que pidieran disculpas por los abusos cometidos a los “pueblos originarios de México” durante la conquista.
"Hubo matanzas, imposiciones. La llamada Conquista se hizo con la espada y con la cruz". dijo el presidente en un video. Existen “heridas abiertas”, se explaya, que hay que subsanar antes de “hermanarnos en la reconciliación histórica”.
Genuinamente no sé a qué se refiera. Desde 1836 está firmado el “Tratado definitivo de paz y amistad entre la República Mexicana y Su Majestad Católica, la Reina Gobernadora de España” (también conocido como Tratado Santa María - Calatrava, por los apellidos de los representantes de ambas naciones) en el que se nos reconoce como nación independiente y México renuncia a cualquier reclamo. A partir de ahí, la relación con España no ha sido sino positiva, sobre todo en las últimas fechas
México se distinguió por recibir refugiados españoles durante la Guerra Civil, así como por apoyar al régimen republicano con armamento y financiación. Cuando se reanudaron relaciones después de la dictadura franquista (1977), se formó la Comisión Mixta Intergubernamental España-México, para el seguimiento e intensificación de la relación bilateral. En 1990 se firmó el Tratado General de Cooperación y Amistad entre España y México, complementado por un Acuerdo de Cooperación Económica y Financiera, y, en julio de 2007, se firmó una Declaración para la Profundización de la Asociación Estratégica. Añádale a eso que todos los presidentes de México, desde López Portillo hasta Enrique Peña en 2014, han visitado España. Y sus majestades, los reyes Juan Carlos y Sofía visitaron México seis veces. Felipe y Letizia lo hicieron en 2015. Fue su primer viaje oficial como reyes a América.
De nuestras relaciones comerciales baste decir que los intercambios entre ambas naciones son de casi 8 mil millones de dólares anuales.
Así que ¿cuál herida abierta? ¿y qué demonios significa “hermanarnos en la reconciliación histórica”?
Ciertamente la conquista del territorio que hoy es México sucedió a sangre y fuego y ciertamente se utilizó a la religión católica y su misión evangelizadora como pretexto. Pero a quinientos años de distancia, cuando los que hoy habitamos este territorio no somos ni españoles, ni parte de ningún pueblo originario, sino producto de ese choque y mezcla de culturas, herederos de ambas tradiciones, exigir disculpas me parece no sólo ocioso, puede que hasta contraproducente. ¿O es que los mexicanos modernos somos ejemplares en nuestro trato con los descendientes de los pueblos originarios?
Para la gran mayoría de los mexicanos, la disculpa no significará nada. Para aquel mexicano moderno que a razón de la conquista se sienta aún injuriado, o con animadversión por un español moderno que nada le ha hecho, tiene severos problemas emocionales que no se resolverán con una disculpa pública, así venga del rey de España. ¿Cuál es el propósito, pues?
Mi lectura, es que Andrés Manuel está armando a su nuevo enemigo, ese que su modus operandi le exige y que ya no puede ser “La Mafia del Poder”, porque ya es él quien está en el poder. Mientras haya un externo a quién culpar o con quién desviar la atención, así sea España, su régimen podrá permanecer relativamente a salvo.
Después de todo, este escandalito nos ha quitado la atención del tema de Dos Bocas y su licitación a modo, por ejemplo. O del Tren Maya, que se consultó a la madre tierra, pero no a los pueblos indígenas de la zona como indica el Convenio 169 de la OIT. O de la revocación del mandato, que no es sino un pretexto para permitirle al presidente continuar en campaña tres años después de haber obtenido el cargo.
Si, a pesar de que se trata de un gesto estéril que no resuelve nada, lo de la carta para pedir disculpas es sin duda una maniobra política astuta. Atentos, mexicanos. Guardemos nuestra indignación para lo que sí se necesita.