martes, 7 de mayo de 2019

La marcha del domingo

En principio, le tengo desconfianza a las marchas. Dudo de su eficacia, de la presión real que puedan ejercer en la clase política gobernante para conseguir que las cosas se muevan. En parte porque no afectan directamente los intereses de quienes tendrían que efectuar esos cambios (los legisladores y el titular del ejecutivo), pero también porque suelen ser ejercicios que fácilmente se adaptan a múltiples narrativas e interpretaciones. López Obrador descalificó la multitudinaria Marcha por la Paz, del 27 de julio de 2004 y llamó a sus participantes pirruris (ya desde entonces se dedicaba a descalificar y dividir); pero le llamó al plantón en Reforma un éxito, pese a que dejó a su partido (entonces el PRD) con una deuda de 500 millones de pesos y lejos de conseguir su objetivo, fue un error político que le costó votos. Medir pues si una marcha es exitosa o no, es complicado y depende muchísimo de qué se haga después de la misma en términos de narrativa y cómo se cuente la historia. 

Otro problema de las marchas es que, por su naturaleza misma de aglomerar una masa crítica de gente para impulsar una agenda, suele aplastar el pensamiento individual. Salvo que la marcha tenga un objetivo muy claro, muy específico, se pueden juntar todo tipo de ideologías (a veces incluso contrarias) bajo el estandarte de una marcha, si este es lo suficientemente amplio.

Y aún a sabiendas de todos estos inconvenientes, asistí a la demostración pública del pasado 5 de mayo, o al menos a su versión local aquí en Guadalajara, la llamada #MarchaDelSilencio

Lo hice impulsado en parte por un deber cívico, por sentir que hacía “algo” por el ideal de país que tengo de México más allá de escribir en este espacio cada semana y en parte porque, como se los explicaba a quienes me estaban invitando, a pesar de sentirme incómodo con las marchas, no podía ofrecer una alternativa que fuera a ciencia cierta mejor, o más efectiva.

La demostración tuvo los problemas que ya me esperaba. Eran demasiados temas en la mesa. Bajo la consigna #AMLOrenuncia se había reunido gente indignada por la cancelación del aeropuerto, por la tibieza en nuestras relaciones internacionales, por la cancelación de las estancias infantiles, por la derogación de la reforma educativa, por la incompetencia en CFE que ha dejado a la península de Yucatán sin luz tres veces y una larga lista de etcéteras tan numerosa como las mismas pifias del presidente.

Faltó enfoque: El orador principal comenzó leyendo un pronunciamiento sobre la crisis venezolana y ofreciendo que nos acercáramos a firmarlo, aunque poco o nada tenía que ver con el motivo principal de la marcha. Después de otro par de temas, le pasaron el micrófono a una señora mayor que dio un discurso anti-migratorio que no hubiera estado fuera de lugar en un mitin trumpista. 

También faltó seriedad. En algún punto tomaron la palestra tres muchachos de “Jóvenes por México” que dieron la impresión de estar ahí más por tener algo que contarle a sus amigos que por tener un mensaje claro que quisieran dar. Se limitaron a frases ambiguas, inconexas y pomposas. “Queremos que nos apoyen. Pero para sí estudiar. Somos el futuro.” Olvidaron la parte de las propuestas, pero bajaron del templete muy sonrientes.

Llegados a este punto y vistas algunas de las ideas que esgrimían mis compañeros de marcha (mis acompañantes y yo tuvimos oportunidad de conversar con los que nos quedaban cerca), yo me sentía cada vez menos representado. Sin embargo, también recordé que de eso se trataba hacer política, que esa era la labor del político y la gracia de la democracia.

Cada cabeza es un universo definido por su educación, su experiencia y circunstancias. Va a ser muy difícil que encuentre a una persona que piense exactamente igual a mi en todo sentido. Pero la democracia se trata de dirigir por mayoría y la labor del político es la de construir acuerdos y encontrar puntos en común para formar esas mayorías y gobernar con la legitimidad que estas le prestan.

Nuestros políticos se han enfrascado tanto en dividir como estrategia, que su verdadera labor (construir mayorías, unir al país para decidir su rumbo) a veces se nos olvida. Es más, nos han contagiado su visión divisionista. No faltaron en redes sociales quienes acusaron a la marcha de no ser válida por no reunir suficiente gente (como si el valor de un argumento dependiera de cuánta gente lo esgrime, en lugar de llevarlo intrínseco) o por el tipo de gente que asistió (como si la piel clara no fuera lo suficientemente “mexicana”) o de plano de ser “golpismo barato y vulgar” (si, yo tampoco entiendo por qué, vaya y pregúntele a Federico Arreola, periodista del diario Milenio. Él fue el de la puntada en Twitter). 

Hubo puntos mucho más válidos para criticar en la marcha del domingo, algunos que yo mismo he tocado y reconocido en estos párrafos y que pudieran arrancar debates muy nutritivos para la vida pública del país. Pero es tanto nuestro afán de permanecer divididos, que nos limitamos a atacar la superficie sin molestamos en escuchar qué es lo que el otro quiere decir. No vaya a ser que tenga sentido y me obligue a cuestionarme y a conceder.

Así pues, si bien no estoy de acuerdo con todos los puntos expresados durante la demostración del domingo, celebro haber ido a escuchar otros puntos de vista, a enriquecerme con la visión del otro. 
Celebro también las coincidencias, haber prestado mi presencia para darle fuerza y voz a un reclamo que me parece justo hacerle al presidente y al gobierno que encabeza. Celebro que ahí había gente dispuesta a construir mayorías. Porque finalmente ese es el objetivo, unir a todos en un proyecto de país en el que podamos estar de acuerdo.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Tu opinión es muy importante ¡Súmate al debate y déjanos un comentario!