Le llaman "acción afirmativa" o "discriminación
positiva"; es la política de favorecer a miembros de una minoría en
desventaja que sufre de discriminación dentro de una sociedad para compensar,
limitar o eliminar esa discriminación. Por ejemplo, una ley que obligue a que
un patrón contrate cierto porcentaje de empleados de distinto tono de piel,
género, religión, o preferencia sexual; o a una escuela a admitir al menos
cierto porcentaje de estudiantes de grupos minoritarios; o a quien oferta un
producto o servicio a ofrecer precios diferenciados.
Aunque suene maravilloso en papel, como muchas otras cosas
que promueven los gobiernos, llevarlo a la práctica solo resulta
contraproducente. Por ejemplo, un empleado talentoso de mayoría puede no
obtener el puesto de trabajo que está buscando porque la empresa debe contratar
a un representante minoritario (aunque sea menos brillante). También puede
sembrar duda en cuanto al valor de los éxitos conseguidos por la persona (¿entré
a la universidad que quería porque soy lo suficientemente bueno o sólo porque
hay que cumplir una cuota?) o generar aún más encono discriminatorio (la
persona que no entró sentirá que sólo beneficiaron a otro por ser minoría).
Todo esto viene al caso por los eventos ocurridos esta
semana en los Estados Unidos, cuando tres pastelerías diferentes del estado de
Colorado se negaron a recibir el pedido de William Jack, quien solicitaba que
incluyeran imágenes y versos de la Biblia contra la homosexualidad en el diseño
de sus pasteles. El despechado cliente presentó una queja en la Comisión de
Derechos Civiles de Colorado, argumentando que se le estaba discriminando por
sus ideas religiosas. La comisión desestimó la queja. Argumentó que en realidad
se le discriminaba solo por ser un patán con otros seres humanos, no por sus
ideas religiosas.
Ahí habría acabado todo de no ser porque, un año antes, una
pareja homosexual solicitó de Masterpiece Cakeshop (otra pastelería del mismo
estado) un pastel para su boda. El dueño, Jack Phillips, se negó a prestarles
el servicio por considerarlo contrario a su fe cristiana. En ese caso, el
órgano de gobierno presentó la misma solución que usa para casi cualquier cosa:
Jack debía obedecer y prestar el servicio, o enfrentar una multa. Sabiduría
salomónica.
El debate estalló, tanto en el norte como de este lado de la
frontera, la mayoría alrededor de si es hipócrita o no permitir una cosa y
prohibir la otra (cuando en esencia son lo mismo) o si es necesario regular el
tema con más firmeza. Falta en la discusión, creo, la voz que abogue por la
libertad; por la solución que nadie discute: que el gobierno deje de decidir
con quién podemos juntarnos a jugar canicas y con quienes no. Porque cada vez que ponen reglas, dejan
vacíos espectaculares.
Forzar a alguien a prestar un servicio contra su voluntad ¿no
es la definición misma de esclavitud? Obligarlo a tomar un cliente que no desea
¿no es violentar su derecho de asociación, protegido por el artículo 9° de
nuestra Constitución? Se argumenta que se violan los derechos de las personas a
las que se les niega el servicio ¿cómo, exactamente? ¿Acaso se le impide que
busque otro proveedor para el servicio que busca? ¿Por qué se hace un escándalo
si un pastelero niega su servicio, pero no si un restaurante o centro nocturno
se "Reserva el derecho de admisión" bajo argumentos aún más
arbitrarios?
En mi opinión, en ambos casos se debió haber permitido que
los dueños del negocio negaran sus servicios. En primer lugar porque al
intentar aplicar esa "acción afirmativa" se aplastó el Derecho a la
libertad de una persona en beneficio de otra. Lo que no sólo no es equitativo,
sino hasta injusto. Y en segundo lugar, porque fuera de ser tratado con respeto,
no tenemos derecho alguno sobre los demás, así que el presunto "derecho" (así, entrecomillas) que se
defendió cuando se forzó la prestación del servicio, ni siquiera existe.
Addendum:
Nada de lo aquí expresado debe interpretarse como una
declaración personal contra los distintos grupos minoritarios. Escribo sólo en
defensa de la libertad.
Que una persona o negocio se niegue a entablar relaciones
con quien le plazca basándose en cualquier factor arbitrario como el color de
su piel, la religión que profesa, su origen o condición social o su preferencia
sexual me parece una soberana estupidez, aunque tengan todo el derecho de hacerlo. ¿Por qué limitar nuestra capacidad de compartir, experimentar o enriquecer nuestra vida por culpa de una mente cerrada? ¿Por qué negarse a tratar al prójimo como
seres humanos?
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