El Instituto Nacional Electoral avaló
el día de hoy a Marcelo Ebrard Casaubón como suplente a diputado federal por el
partido Movimiento Ciudadano. Es el último capítulo en un largo drama que sin
esfuerzo podría transformarse en el guión de un éxito cinematográfico de
verano.
La historia bien podría ser la de
un osado patriota que, en busca de una oportunidad para hacer algo por su país
desde San Lázaro, hace uso de todo su ingenio para alcanzar su sueño y la curul
en medio de un mundo adverso. O bien, la de un ladino político que busca desesperadamente
refugio y fuero constitucional después de que hicieran evidente que no todo fue
claro en la construcción de la línea 12 del metro que él ordenó.
Le dejaré elegir la versión que
prefiera, yo quiero concentrarme en otro personaje: el árbitro, el INE. El guión lo pinta como autoridad firme e
independiente, pero en el producto final deja muchísimo que desear y queda como
un personaje mueble: está ahí, lo vemos a cuadro, pero apenas y resulta
influyente o sustancioso para la historia.
Tardó en hacerse notar en la
escena de la campaña adelantada (y costosa) del Partido Verde. No se le ha
visto por ningún lado con los descarados actos anticipados de campaña de Andrés
Manuel, que usa estas elecciones y a Morena como plataforma para 2018. Como
mediador, el Pacto de Civilidad que propuso en febrero está olvidado en algún
rincón mientras todos los partidos se lanzan al cuello de sus contrincantes.
Ahora le abre a Marcelo otro proceso para que participe por una curul que la
Sala Superior del Tribunal Electoral ya le había negado previamente por
participar en dos procesos a la vez, con dos distintos partidos. ¿Cómo entonces
podemos tomar al INE por otra cosa que no sea el secuaz cínico del villano?
Quizá sea culpa del actor, del Dr.
Lorenzo Córdova Vianello, presidente del INE, porque no le imprime fuerza a la
interpretación, o no tiene el talento para el rol que tiene que jugar. Pero yo
no lo creo, uno mira su currículo y si encuentra la preparación y las tablas
que debería tener el interprete de este personaje. ¿Qué falla entonces?
El problema parece estar en el
resto de nuestros actores del reparto, los partidos políticos. Interpretados
por actores demasiado ambiciosos para su propio bien, que no tienen ningún
interés en ser relegados a sus posiciones de apoyo a la acción democrática, estos
personajes pronto están en todos lados, interfiriendo en la escenografía, la
composición de la toma y a veces hasta el mismo guión.
Y a todo esto ¿dónde está el
director? ¿No debería ser él quien pusiera orden, quien llevara a la vida la
visión que tenemos en el guión, nuestra Constitución? ¿Y si le dijera que el
director somos usted y yo y las millones de personas que nos hacemos llamar
mexicanos?
Empecemos a poner orden,
empecemos a quitarle poder a quienes no deberían tenerlo. Quizá así dejaríamos de tener una película de corte surrealista y comenzaríamos a construir un país en donde las cosas tengan aunque sea un poco de sentido.
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