Si a mí me pidieran un argumento
sólido contra el Estado como institución, irónicamente lo más probable es que
señalara el Informe de Gobierno como ritual. "El día del presidente"
se le llamaba.
Hoy Peña se dirigió a la nación
en un evento fastuoso. Aunque ya no se paró en el senado a hablar durante
horas, ni se transmitió su discurso en cadena nacional, como sucedía hace
algunos años en un ejemplo claro de autoritarismo; todo el evento sigue siendo
ejemplo del culto al gobernante en turno, tan clásico del estatismo.
Después de abrir reconociendo que
Iguala, la fuga del Chapo o los señalamientos por conflicto de interés de la
casa de su esposa "molestan" a los mexicanos (en lo que debe ser el eufemismo
más grande jamás utilizado) procedió a pasar de página y encabezar el desfile
de cifras alegres.
En esencia y como siempre, fue
copia y calca de una fórmula que se utiliza para fabricar todos los discursos
de todos los gobiernos: minimiza los problemas, esconde los errores, presenta
las cifras de un modo que nos favorezcan, cuélgate de lo que puedas presentar
como logro (aunque no hayamos tenido nada que ver en ello), haz promesas de un
futuro promisorio para esperanzarlos y anuncia algo para que parezca que
trabajamos. Aderézalo todo con algún tipo de sentimentalismo barato, para que
crean que nos importa.
Ese tipo de eventos se cuidan
mucho, sobre todo para las cámaras de televisión. Entre los invitados
seguramente habrá mucho simplón, mucho palero. Acarreados, aunque vayan de
traje y corbata. Su función es aplaudir. Aplaudir sin preguntar. Transmitir la
idea de que cada palabra que sale de la boca del orador es oro puro. Debe
serlo, toda esa gente trajeada está aplaudiendo. Ellos deben saber lo que está
pasando.
Pero, si miramos más allá de la
fanfarria y el aplauso, a mi el discurso del presidente me llena de dudas.
Promete un Programa de Apoyo a Pequeños Productores "para democratizar y elevar la productividad de las pequeñas
unidades de producción" La pregunta obliga ¿cómo se democratiza un
medio de producción? ¿No es propiedad absoluta de su dueño? ¿No es él libre
para hacer con su empresa / taller / negocio lo que le plazca?
Promete Bonos Bursátiles para
Infraestructura Educativa, pero nos hace olvidarnos que a fin de cuentas,
ofrecer Bonos es acrecentar deuda. Deuda por cincuenta mil millones de pesos
que espera recaudar con la medida. Por supuesto tampoco menciona que la deuda
pública de México es de 50.1% del PIB, cifra que según los expertos ya debe
considerarse de riesgo.
Promete un Programa Nacional de
Inglés para educación básica, pero no ha conseguido que su Reforma Educativa
original se aplique en todo el país y ha quedado claro con Oaxaca y Guerrero
que los maestros (aunque no todos) están lejos de ser el ejemplo que queremos
para las nuevas generaciones y con trabajos dominan el español.
Propone la creación de la
Secretaría de Cultura, pero durante estos últimos tres años el presupuesto para
la Conaculta se ha ido reduciendo sistemáticamente y su rendición de cuentas se
limita a decir que, hasta ahora, han aplicado el 71% del presupuesto pero no se
sabe en qué.
Y lo que me parece más increíble:
que el auditorio entero se vuelque en vítores y aplausos por el anuncio de que,
el año que viene, no incrementarán los impuestos, después de que la reforma
fiscal pasó por la trasquiladora a miles de pequeños contribuyentes y
empresarios. Con qué poco nos contentamos. Parecemos animales asustados,
temerosos de que el amo nos vuelva a castigar y al mismo tiempo esperanzados
porque es quien pone la comida en el plato.
No me quejo de la ambición, no
estoy en desacuerdo con tener altas miras. Pero me opongo a la incongruencia, a
no tener los pies bien puestos sobre la tierra para caminar con firmeza y a
evadir realidades. Y me quejo por supuesto, del Estado y los rituales que lo
perpetúan. El próximo, por cierto, este 16 de septiembre que cae en miércoles,
miércoles de blog.
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