miércoles, 2 de septiembre de 2015

El día del presidente.

Si a mí me pidieran un argumento sólido contra el Estado como institución, irónicamente lo más probable es que señalara el Informe de Gobierno como ritual. "El día del presidente" se le llamaba.

Hoy Peña se dirigió a la nación en un evento fastuoso. Aunque ya no se paró en el senado a hablar durante horas, ni se transmitió su discurso en cadena nacional, como sucedía hace algunos años en un ejemplo claro de autoritarismo; todo el evento sigue siendo ejemplo del culto al gobernante en turno, tan clásico del estatismo.
Después de abrir reconociendo que Iguala, la fuga del Chapo o los señalamientos por conflicto de interés de la casa de su esposa "molestan" a los mexicanos (en lo que debe ser el eufemismo más grande jamás utilizado) procedió a pasar de página y encabezar el desfile de cifras alegres.

En esencia y como siempre, fue copia y calca de una fórmula que se utiliza para fabricar todos los discursos de todos los gobiernos: minimiza los problemas, esconde los errores, presenta las cifras de un modo que nos favorezcan, cuélgate de lo que puedas presentar como logro (aunque no hayamos tenido nada que ver en ello), haz promesas de un futuro promisorio para esperanzarlos y anuncia algo para que parezca que trabajamos. Aderézalo todo con algún tipo de sentimentalismo barato, para que crean que nos importa.

Ese tipo de eventos se cuidan mucho, sobre todo para las cámaras de televisión. Entre los invitados seguramente habrá mucho simplón, mucho palero. Acarreados, aunque vayan de traje y corbata. Su función es aplaudir. Aplaudir sin preguntar. Transmitir la idea de que cada palabra que sale de la boca del orador es oro puro. Debe serlo, toda esa gente trajeada está aplaudiendo. Ellos deben saber lo que está pasando.

Pero, si miramos más allá de la fanfarria y el aplauso, a mi el discurso del presidente me llena de dudas. Promete un Programa de Apoyo a Pequeños Productores "para democratizar y elevar la productividad de las pequeñas unidades de producción" La pregunta obliga ¿cómo se democratiza un medio de producción? ¿No es propiedad absoluta de su dueño? ¿No es él libre para hacer con su empresa / taller / negocio lo que le plazca?

Promete Bonos Bursátiles para Infraestructura Educativa, pero nos hace olvidarnos que a fin de cuentas, ofrecer Bonos es acrecentar deuda. Deuda por cincuenta mil millones de pesos que espera recaudar con la medida. Por supuesto tampoco menciona que la deuda pública de México es de 50.1% del PIB, cifra que según los expertos ya debe considerarse de riesgo.

Promete un Programa Nacional de Inglés para educación básica, pero no ha conseguido que su Reforma Educativa original se aplique en todo el país y ha quedado claro con Oaxaca y Guerrero que los maestros (aunque no todos) están lejos de ser el ejemplo que queremos para las nuevas generaciones y con trabajos dominan el español.

Propone la creación de la Secretaría de Cultura, pero durante estos últimos tres años el presupuesto para la Conaculta se ha ido reduciendo sistemáticamente y su rendición de cuentas se limita a decir que, hasta ahora, han aplicado el 71% del presupuesto pero no se sabe en qué.

Y lo que me parece más increíble: que el auditorio entero se vuelque en vítores y aplausos por el anuncio de que, el año que viene, no incrementarán los impuestos, después de que la reforma fiscal pasó por la trasquiladora a miles de pequeños contribuyentes y empresarios. Con qué poco nos contentamos. Parecemos animales asustados, temerosos de que el amo nos vuelva a castigar y al mismo tiempo esperanzados porque es quien pone la comida en el plato.


No me quejo de la ambición, no estoy en desacuerdo con tener altas miras. Pero me opongo a la incongruencia, a no tener los pies bien puestos sobre la tierra para caminar con firmeza y a evadir realidades. Y me quejo por supuesto, del Estado y los rituales que lo perpetúan. El próximo, por cierto, este 16 de septiembre que cae en miércoles, miércoles de blog. 

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