martes, 11 de diciembre de 2018

Nuestras armas, las instituciones

Anímense aquellos a quienes les entra miedo y preocupación ver a López en la silla presidencial y a las cámaras teñidas del color guinda de Morena. A doce días de arrancada la cuarta transformación, ya se han recolectado preciosas gemas de evidencia de que nuestras instituciones, y la inmisericorde realidad, pueden pararle los pies en su intento de instalar el sistema de caudillismo populista que lo entrone. Se le puede hacer frente, pues.

El primer manotazo le cayó antes siquiera de tomar posesión, con el freno en seco que le pusieron al remedo de reforma que querían aprobar para “eliminar el fuero” (sustituyéndolo convenientemente por una “inmunidad constitucional”, porque esta gente no da paso sin huarache) y que no alcanzó las mayoría calificada de dos terceras partes de la votación.
Por supuesto, porque esto es política, los bandos procedieron a acusarse unos a otros; pero la realidad es que ni siquiera entre sus aliados Morena pudo hacer un frente unido. Fernandez Noroña, por ejemplo, votó en contra argumentando que la propuesta pretendía “entregar atado de pies y manos al presidente electo a la oligarquía, al Poder Judicial y a los adversarios del pueblo”. El punto es, que se confirma que el bloque que desde afuera se ve sólido y teñido con los colores del partido del presidente, en realidad es una amalgama de gente de muy diversos intereses, que puede resquebrajarse cuando se toquen temas importantes. Morena lo tendrá difícil para modificar la Constitución a piacere

El otro es la férrea defensa institucional que el poder Judicial está haciendo de nuestras leyes y que tiene su punto contencioso en la llamada Ley de Remuneraciones.
Como para el gobierno entrante la imagen de austeridad republicana lo es todo (aunque ya platicamos la semana pasada que de ahorro real, nomas nada) aprobó dicha ley; que modifica el artículo 127 de nuestra Carta Magna y establece que ningún funcionario público puede ganar más que el presidente. El problema es que hay otro artículo, el 94, que indica que los sueldos de los ministros de la Suprema Corte no pueden ser disminuidos durante su encargo.
Así las cosas, en cuanto se aprobó la reforma, la SCJN aceptó un recurso legal y la declaró inconstitucional. El golpeteo, que es donde el presidente López mejor se mueve, no tardó en empezar. Que si los ministros ganaban tanto y cuánto, que si era un abuso y una vergüenza. Vaya, el presidente se atrevió incluso a llamarlo “otra forma de corrupción”. ¡Al mero hecho de hacer su chamba y señalar incongruencias en el más importante compendio legislativo del país!


¿Que los ministros ganan demasiado? Muy probablemente. Pero definitivamente no son ni el enemigo a vencer, ni están tratando de oponerse a la mala al presidente. La mismísima Olga Sánchez Cordero, exministra de la SCJN y secretaria de Gobernación, salió a declarar que le había explicado personalmente al presidente que es inconstitucional bajar los sueldos de los ministros. Y la Corte había propuesto desde hace mucho algunas maneras de conseguir un ahorro en el Poder Judicial de 5 mil millones de pesos, sin necesidad de tocar los ingresos.

Se trata pues, pienso, de una estrategia del presidente para, aprovechando su popularidad y su hábil control de medios (ahí los tiene todos los días a las 7 de la mañana puntuales) para demeritar y golpear la legitimidad de la otra institución que puede hacerle sombre y detenerle: El Poder Judicial.

Son nuestras dos armas, las dos instituciones que acompañan al Ejecutivo en el ejercicio del poder en este país y están funcionando como deben, acotándo, resistiendo. Hay que acompañarlas, hay que exigirles, hay que protegerlas. Porque si para defender la democracia, como sostiene López en su discurso, hay que atacar la independencia de nuestras propias instituciones, quizá lo que necesitamos es una conversación sobre si verdaderamente quiere una democracia...

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