miércoles, 5 de agosto de 2015

Democracia de minorías.

Me declaro enemigo de la democracia; de la nuestra al menos, de la democracia de las minorías. Cuando se diseñó el sistema en Atenas —allá por el siglo V a.C.— estaba pensado para que los jefes de familia de una pequeña ciudad estado de no más de 300,000 habitantes (muchos de ellos esclavos y extranjeros sin derechos políticos) participaran de cada decisión. Hoy, por ser un territorio de casi dos millones de kilómetros cuadrados y ciento veintidós millones de personas, hemos creado un monstruo que llamamos democracia representativa.

Pero eso significa que el «krátos» (poder, gobierno) ya no está en el «dḗmos» (pueblo), sino en una cúpula, evidentemente minoritaria, que nos sigue alimentando con la ilusión de control haciéndonos votar cada tres años. Más aún, dicha cúpula están usando la democracia y sus problemas intrínsecos en contra nuestra.

¿A qué problemas me refiero? Primero, la democracia produce vencedores y vencidos. La mayoría sentirá que ha ganado algo, cuando no es así y la minoría se sentirá ignorada y hecha a un lado, y en efecto, eso sucede. Esta dicotomía ahonda la división, porque cuando son dos los disidentes no es difícil convencerlos de cerrar filas en torno a los demás y aplicarse en la dirección tomada; pero cuando son cincuenta millones, entonces tenemos un problema. (Y, como quedó demostrado en las pasadas elecciones presidenciales, es totalmente posible que gane una opción que tiene en contra a dos terceras partes de la población, una mayoría absoluta)

Y ese es el segundo problema. La democracia que tenemos fomenta el pensamiento de que el argumento vencedor no es el mejor argumento, sino el que tiene la voz más potente y la mayor cantidad de seguidores y así se le abre la puerta a demagogos, populistas y políticos guapos. Se nos olvida pensar, porque millones de personas no pueden estar equivocadas (y con el nivel educativo de nuestro país, vaya que sí pueden).

Y finalmente, en una nación tan preocupada por las minorías (irónico, viviendo en "el gobierno de las mayorías") se aplasta al individuo, la minoría por antonomasia. Tus necesidades, tus ingresos, tú mismo quedas postrado y a merced de "los intereses de la mayoría", lo que sea que eso signifique, porque ni siquiera sabemos si realmente es lo que la mayoría de la población quiere y no un lo que al gobierno en turno le conviene.


Cuán diferente sería si le dejáramos de rendir pleitesía a la democracia y a la minoría que la controla; si nos dejáramos de dejar llevar por ese ambiguo y lejano interés de la mayoría y fuéramos un poquito más egoístas. Si volviéramos a trabajar en comunidades pequeñas y voluntarias por nuestro propio interés y el de los que nos son más cercanos. Y así, sin grandes planes, sin enormes reformas, ni ayuntamientos, ejerciéramos la democracia de la minoría por antonomasia, la democracia de uno.

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