Me declaro enemigo de la
democracia; de la nuestra al menos, de la democracia de las minorías. Cuando se
diseñó el sistema en Atenas —allá por el siglo V a.C.— estaba pensado para que los
jefes de familia de una pequeña ciudad estado de no más de 300,000 habitantes
(muchos de ellos esclavos y extranjeros sin derechos políticos) participaran de
cada decisión. Hoy, por ser un territorio de casi dos millones de kilómetros
cuadrados y ciento veintidós millones de personas, hemos creado un monstruo que
llamamos democracia representativa.
Pero eso significa que el «krátos» (poder, gobierno) ya no está en
el «dḗmos» (pueblo), sino en una cúpula,
evidentemente minoritaria, que nos sigue alimentando con la ilusión de control
haciéndonos votar cada tres años. Más aún, dicha cúpula están usando la
democracia y sus problemas intrínsecos en contra nuestra.
¿A qué problemas me refiero? Primero,
la democracia produce vencedores y vencidos. La mayoría sentirá que ha ganado
algo, cuando no es así y la minoría se sentirá ignorada y hecha a un lado, y en
efecto, eso sucede. Esta dicotomía ahonda la división, porque cuando son dos
los disidentes no es difícil convencerlos de cerrar filas en torno a los demás y
aplicarse en la dirección tomada; pero cuando son cincuenta millones, entonces
tenemos un problema. (Y, como quedó demostrado en las pasadas elecciones
presidenciales, es totalmente posible que gane una opción que tiene en contra a
dos terceras partes de la población, una mayoría absoluta)
Y ese es el segundo problema. La
democracia que tenemos fomenta el pensamiento de que el argumento vencedor no
es el mejor argumento, sino el que tiene la voz más potente y la mayor cantidad
de seguidores y así se le abre la puerta a demagogos, populistas y políticos
guapos. Se nos olvida pensar, porque millones de personas no pueden estar
equivocadas (y con el nivel educativo de nuestro país, vaya que sí pueden).
Y finalmente, en una nación tan
preocupada por las minorías (irónico, viviendo en "el gobierno de las
mayorías") se aplasta al individuo, la minoría por antonomasia. Tus
necesidades, tus ingresos, tú mismo quedas postrado y a merced de "los
intereses de la mayoría", lo que sea que eso signifique, porque ni
siquiera sabemos si realmente es lo que la mayoría de la población quiere y no
un lo que al gobierno en turno le conviene.
Cuán diferente sería si le dejáramos
de rendir pleitesía a la democracia y a la minoría que la controla; si nos dejáramos
de dejar llevar por ese ambiguo y lejano interés de la mayoría y fuéramos un
poquito más egoístas. Si volviéramos a trabajar en comunidades pequeñas y
voluntarias por nuestro propio interés y el de los que nos son más cercanos. Y
así, sin grandes planes, sin enormes reformas, ni ayuntamientos, ejerciéramos
la democracia de la minoría por antonomasia, la democracia de uno.
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