miércoles, 2 de diciembre de 2015

Con el apagón ¿Qué cosa sucede?

Una de las características más emblemáticas del capitalismo de compadrazgo, tan común en México y tan frecuentemente confundido con el capitalismo de libre mercado, o capitalismo libertario, es que permite e incentiva el cochupo entre el gobierno y el empresario.  La empresa usa al gobierno, y el gobierno se deja usar a cambio de módicas y nada legales contribuciones.
Por ejemplo, una empresa de alimentos puede impulsar una iniciativa que obligue a las empresas a pasar una costosa certificación sanitaria para vender alimentos. Puede pretender que busca la salud de la población general, pero en realidad la ley cumple otro propósito: evitar que pequeños productores puedan hacerle competencia en mercados locales, porque no pueden costearse la certificación. Un soborno por aquí, un soborno por allá, el discurso apropiado del político en turno y voila, habemus ley.

Cuando el sector es especialmente grande o poderoso, este tipo de compadrazgos se vuelven cosa común; indispensables incluso.

Para nadie es un secreto que el sector de las telecomunicaciones en México es jugoso, muy jugoso. Guerras, figurativas y no tanto, se han librado por el control de las bandas de frecuencia telefónica, televisiva y radial.
Para que tenga una idea, querido lector, el 95% de los hogares en México cuenta con una televisión (muy por encima del 45% del teléfono fijo). Según la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales (Conaculta, 2010) el 90% de los entrevistados ve televisión; el 40% lo hace por más de dos horas al día y "Ver televisión" es la respuesta más socorrida a la pregunta: En su tiempo libre ¿cuáles son las actividades que prefiere hacer?

Con esas condiciones la competencia por la audiencia es férrea y como es una prerrogativa gubernamental el definir sobre cómo se utilizan estas bandas, no sorprende en absoluto la existencia de las llamadas tele-bancadas;  legisladores acomodados estratégicamente en sus curules por las mismas empresas en competencia. No sorprende encontrar capitalismo de compadrazgo.

Por eso, siempre que anuncian legislación nueva o reformas a la Ley de Telecomunicaciones, hay que tomarlas con cuidado; sobre todo si el discurso para promoverlas es cómo va a beneficiar a la población. El ejemplo más reciente es el apagón analógico.

Nos quieren vender la idea de que tendremos más canales, con servicios interactivos (menús, opciones de audio y subtítulos) y mejor calidad de imagen y todo esto sin costo para el usuario; la llamada "televisión abierta"
Pero aunque la señal sea gratis, la mayoría de las familias tendrá que desembolsar para conseguir un televisor digital, o por lo menos un adaptador. El productor de dichos aparatos es uno de los grandes ganadores de esta "modernización"

El gobierno federal tampoco ha salido perdiendo. Cierto, ha tenido que desembolsar 27 mil millones de pesos del dinero del contribuyente; pero la publicidad de entregar más de 9.7 millones de televisores digitales con el lema del sexenio "Mover a México" ¿Quién la quita?

La llamada "modernización" no moderniza la calidad del contenido, pero sí encarece la infraestructura necesaria para producir y transmitir televisión en México, poniendo más barreras de entrada a un negocio ya dominado por Televisa y TV Azteca, limitando la creación de empleos, chupando recursos que no se están invirtiendo en nada productivo.


Cuando el gobierno y la empresa se ponen de acuerdo en beneficio del consumidor, tiemble, va usted a ser asaltado.

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