Se le conoce como la Tregua de Navidad y ocurrió durante uno de los eventos más negros de la humanidad: la Primera Guerra Mundial. En medio de un campo de batalla herido por las trincheras, los disparos de la artillería y kilómetros de tierra de nadie, soldados del Imperio Alemán comenzaron a cantar “Noche de Paz” durante la Nochebuena de 1914. Al reconocer la melodía, las tropas británicas respondieron a coro en inglés.
Si la cosa hubiera acabado ahí, el hecho se hubiera podido achacar a una tropa extremadamente celosa, que no iba a permitirle al enemigo ni siquiera la pequeña victoria de cantar más armoniosa o con más intensidad. Pero a la mañana siguiente algún valiente —no importa realmente quién o de qué bando— salió de la relativa seguridad de su trinchera y cruzó el campo de batalla para desbaratar el mito de que el ser humano como especie es irredimible, intrínsecamente malvado o predispuesto a cometer atrocidades si la ocasión lo amerita y la oportunidad es buena.
Durante el resto de aquel día se intercambiaron pequeños regalos, se permitió recuperar los cuerpos de los caídos y hay evidencia de que se llevó a cabo por lo menos un partido amistoso de fútbol entre los soldados de ambos bandos (Ganó Alemania, por si sentían curiosidad). En la mayoría de la franja en disputa la tregua informal (sin el aval ni respaldo de los altos mandos militares) duró apenas esas 24 horas, pero en otros puntos se extendió hasta Año Nuevo e incluso más tiempo
"El fútbol, es un deporte en el que juegan once contra once y al final siempre gana Alemania”. |
Ese día se olvidó la geopolítica, la diferencia ideológica, los deseos de venganza. Ese día un pequeño acto valiente detuvo las ambiciones de las superpotencias y puso en pausa la guerra más terrible que el mundo hubiera visto hasta entonces. Ese día, prevalecieron valores esenciales y una atmósfera de entendimiento, sobre cualquier ambición o sentimiento negativo. Con un pequeño acto valiente…
Volvamos al presente, a lo que se ha vuelto efectivamente, una segunda Guerra Fría. Volvamos a Siria, a Somalia, a Palestina y el resto del Oriente Medio, al África Subsahariana, al mismo México y su oleada de terrorismo criminal, y detengámonos. ¿No sería un milagro extraordinario que, inspirados por ese mismo Espíritu que contagió a los combatientes de la Primera Guerra Mundial, se le pudiera conceder al mundo un segundo de respiro en paz?
Habrá quien diga que son sueños idealistas, quienes ven imposible este milagro utilizan como pesada losa la frase de Plauto: “Lupus est homo homini” (Lobo es el hombre para el hombre); Pero convenientemente olvidan la segunda parte del adagio:
Lupus est homo homini, quom qualis sit non novit
“Lobo es el hombre para el hombre, cuando desconoce quién es el otro”
El milagro es posible, pero necesitamos pequeños actos valientes. Urgen.
Si sentimos demasiado lejos, o demasiado ajenos los conflictos del mundo, empecemos por nuestros propios conflictos, con nuestro hermano, con nuestro compañero de trabajo, o con quienes tengamos cualquier desavenencia. Tratemos de entenderlo; sus necesidades, sus preocupaciones. Tratemos de encontrar una conexión con él y entonces, aprovechemos una temporada tan propicia como esta, para intentar dejar la bronca de lado para bien.
Quien sabe, quizá a través de pequeños actos valientes consigamos repetir el milagro de aquella Nochebuena de 1914
¡Felices fiestas!
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