jueves, 20 de abril de 2017

Duarte, pieza clave.

A raíz de una solicitud del gobierno mexicano y con apoyo de la Interpol, Javier Duarte de Ochoa fue detenido esta semana en un hotel de Panajachel, Guatemala. La detención deja entrever —a través de la cascada de reacciones, dimes, diretes y sospechas que ha generado— el complejo tejido del poder en México y cómo se administra y reparte entre los actores políticos (entre los que, me queda claro, Duarte jugaba un papel importante).

De entrada surgieron dudas sobre su detención. Demasiadas coincidencias, dicen algunos, para ser una captura real. Se realizó, explican, justo después de vacaciones de Semana Santa, la policía nunca detuvo a la esposa del ex-gobernador (a pesar de que está siendo investigada también), y justo un día antes de su captura los hijos y otros familiares del ex-mandatario volaron hasta Guatemala.. vaya, hasta que Duarte haya sido presentado a las cámaras con una enorme sonrisa cínica en el rostro en el rostro. La teoría que sostienen con estos argumentos es que en realidad se trató no de una captura, sino de una entrega pactada.



La idea no suena descabellada, considerando que la captura (y la enorme cobertura que le han dado en los medios) cubre un poco otros dos temas relevantes: La captura en Italia de Tomás Yarrington (ex-gobernador de Tamaulipas, investigado por sus nexos con el narcotráfico y también Priista que curiosamente será directamente extraditado a los Estados Unidos) y los cinco millones en sobornos que Odebrecht entregó a PEMEX por la obtención de contratos y de los cuales hay .

A esta sospecha inicial, se suman otras voces que hacen ruido en la escena nacional. Una de las más destacadas, la de Andrés Manuel, que salió a curarse en salud diciendo que cualquier cosa que dijera Duarte sobre él o su partido sería falsa. (¿Qué pasó Andrés Manuel? Si el miedo no anda en burro ¿Dónde quedó la “Honestidad Valiente”?) y que la captura no era sino una “cortina de humo”.  O la de diputados PANistas que buscan sacar tajada electoral haciendo como que exigen una investigación exhaustiva.

Ante este escenario, el presidente Enrique Peña Nieto el día lunes no encontró más palabras para expresar su frustración que “No hay chile que les embone. Si lo agarramos, porque lo agarramos; si no lo agarramos, porque no lo agarramos”.

Pues sí, señor presidente, somos medio quisquillosos. Pero tiene que aceptar que ya antes nos han dado atole con el dedo dando explicaciones sobre investigaciones de gran calado que luego resultan falsas. ¿Se acuerda de la “verdad histórica” que tanto defendieron en Ayotzinapa? ¿Se acuerda de cómo luego un grupo de investigadores independientes le desmontaron el teatro evidenciando que dicha “verdad” era imposible? ¿Se acuerda de la niña Paulette? ¿Se acuerda de la Casa Blanca?

Estaríamos dispuestos a darle el beneficio de la duda, señor presidente, pero luego nos enteramos que, por más que salieron trapitos al sol de Duarte en los medios y a través de investigaciones independientes; por más que se hicieron evidentes sus actos de corrupción, y el nulo interés por la población de Veracruz, la causa penal que se alzó contra Duarte sólo lo acusa de “probable responsabilidad en la comisión de los delitos de Delincuencia Organizada y Operaciones con Recursos de Procedencia Ilícita” Tiene que admitir que hay razones para dudar, señor presidente.

Por lo pronto, y como decía al principio de la entrada, me queda claro que Duarte era una pieza importante en la escena de la corrupción política nacional, probablemente mediador de favores y recursos. Mucho lo presumieron los que ahora están en el poder como “la nueva cara del PRI”, aunque ahora se quieran lavar las manos.
Habrá que estar pendiente de lo que suceda con su proceso; si se lleva bien y los resultados se respaldan con evidencia incontestable, podría, en efecto, un enorme impulso para las aspiraciones electorales del PRI. De lo contrario, el tiro va a salir por la culata. Las elecciones son en 45 días. Tiempo al tiempo

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