jueves, 27 de abril de 2017

El Estercolero

Estaba cantado, pero aún así es desagradable. Los procesos electorales que están en marcha están dando más de que hablar por los escándalos alrededor de cada candidato que por sus propuestas inovadoras, producto de un análisis de la realidad de los electores y la búsqueda honesta de soluciones. Cierto, siempre ha habido escándalos políticos en México y en todo el mundo; pero creo que es la primera vez en la que se suceden tantos y tan rápidamente que me resulta complicado darles seguimiento a todos.

Once exgobernadores tienen cuentas pendientes con la justicia por acusaciones que van desde defraudación fiscal y desvío de recursos hasta delitos contra la salud, delincuencia organizada y abuso de autoridad. Este año, México cayó 28 posiciones en el Índice de Percepción de la Corrupción en el Sector Público que emite Transparencia Internacional (del puesto 95 el año pasado, al 123; de 176 países analizados) Somos el último país de la OCDE en ese ranking y hay más de 40 posiciones entre nosotros y China, India y Brasil, nuestros competidores económicos más cercanos.

Pero cuando uno voltea allá a desde donde deberían venir las soluciones, se queda pasmado, asqueado. La “exhoneración” de Humberto Moreira de parte de su hermano (aunque lo hayan expulsado del PRI de todos modos), la renuncia de Eva Cadena a su candidatura a la alcaldía de Las Choapas, el pequeño escándalo en el que navega Julián Ricalde Magaña, alcalde de Cancún, luego de que apareciera un video donde recibe tres millones de pesos “de los impuestos”, el crudo artificio de “rasurar” la nómina del municipio de Texcoco para conseguir dinero de camapaña de Delfina Gómez (casi 13 millones de pesos, a través de un descuento del 10% a los salarios de quienes trabajaban para ella y el municipio), Andrés Manuel curandose en salud de o que que sea que vaya a decir Duarte... mas todos los que no alcanzo a enumerar aquí. ¿Así cómo diantre pretenden que no se desplome la percepción de la corrupción en el sector público?

Aún así, probablemente lo que más me moleste no sean los escándalos que van saliendo a la luz uno tras otro, sino la reacción de la población. Basta darse una vuelta por cualquier sección de comentarios de los periódicos en línea y portales de noticias. Se discute a gritos, recurriendo al insulto y al improperio para defender a uno u otro bando. Palabra que salga de la boca de mi candidato es verdad pura, palabra que lo denoste o manche es calumnia vil. Y así procede el diálogo de sordos y ciegos.

Mi teoría es que, urgidos de referentes, estamos volcándonos con demasiado entusiasmo en entronar a alguien, a quien sea. Y así tengamos toda la evidencia enfrente de que quien apoyamos no es quien dice ser, no es congruente en el decir y el hacer, escogemos ignorarla porque entonces nos quedaríamos sin ídolo. ¿Y qué haríamos entonces? ¿Tomar responsabilidad? ¿Hacernos cargo de nuestro destino? ¡El horror!



Deshagámonos de ídolos y de mesías políticos, nos vemos ridículos aferrándonos cada quien a un cerdo diferente, todos en el mismo estercolero, gritándole al vecino que nuestro chancho está más limpio. Los escándalos están llegando a un punto en donde exigen “basta” gritado a voz en cuello. ¿Podremos soltarlo con suficiente claridad?


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