Tuve la oportunidad, estas últimas dos semanas que nos quedamos sin editorial en Uno Opina, de visitar dos paises europeos de los llamados “desarrollados” o “primermundistas”: Reino Unido e Italia.
La visita, aunque por motivos de placer, no dejó de ofrecer interesantes oportunidades de hacer comparaciones entre estas dos naciones, sus condiciones sociales y económicas y las de México. La pregunta en mi mente siempre era: ¿Qué nos falta? ¿Qué hacen diferente o qué les distingue de los mexicanos? ¿Cómo es que ellos han podido alcanzar ese nivel de bienestar para sus familias y nosotros nos hemos quedado atrás?
No estaba solo para hacer mis conjeturas, tuve por ahí el apoyo de un familiar que ha vivido en Reino Unido desde hace ya varios años y que ha experimentado de primera mano la cultura, política y circunstancia inglesa no solo como turista, sino como habitante; inmigrante, además.
La diferencia fundamental, discurrimos, no podía estar, por ejemplo en su acceso a recursos naturales. Gran Bretaña es una isla que durante mucho tiempo dependió de sus colonias y aún hoy tiene un deficit comercial cercano a los doscientos mil millones de euros. Y sin embargo, lideró la revolución industrial.
Hay quienes alegan que México, con apenas doscientos años de historia independiente, no ha tenido oportunidad de consolidarse, pero Italia no se unificó como tal sino hasta 1870, luego de varias guerras y revoluciones. Y Rusia y Alemania pasaron por profundas transformaciones en la segunda mitad del siglo XX y sin embargo son protagonistas de la escena mundial. ¿Y qué hay de Japón, o Francia? Ambas naciones fueron destruidas por la guerra (Francia en dos ocasiones distintas) y supieron reconstruirse en tiempo récord. La diferencia tampoco puede estar entonces en el tiempo que han tenido estas naciones para estabilizarse y construirse.
Por ahí andaba la discusión cuando pasamos a recoger a la hija de mi primo a su guardería. La visita me dejó muy sorprendido. Sobre una pizarra de corcho habían colocado una serie de declaraciones sobre el sistema educativo que empleaban y las prioridades de su personal. Les llamaban los “British Values”, una serie de normas simplísimas para que los niños fueran asimilando ciertos valores básicos. Así pues, el valor de la “Democracia” se traduce en respetar las ideas de los demás, favorecer que la gente opine y que se respeten los turnos. El valor de la “Legalidad” está en asegurar que lo que hagamos sea justo para todos (y ya desde ahí comienzas a sembrar que piensen en los demás) “Respeto Mutuo” se promueve a través del respeto a la individualidad y el espacio y pertenencias de los demás.
Esa sencilla demostración me hizo ver con claridad las diferencias esenciales entre una nación y otra. Estaban todas en la cultura y la gente.
No estoy seguro de que el sistema de esa particular guardería se aplique a todo lo largo y ancho del Reino Unido. Vaya, no sé siquiera si se siga implementando en la educación primaria, pero no me parece una idea descabellada suponerlo. Porque hay cosas que hacen en Europa que no requieren más dinero, sino más cuidado, más consideración, más educación: Una carretara tan bien señalizada que hasta un turista puede llegar sin contratiempos a su destino, una cultura vial que respeta al peatón, carreteras y vialidades que aún no están del todo urbanizadas pero que ya tienen seis carriles y su respectivo acotamiento para asegurar el tránsito ágil conforme siga creciendo la población, mobiliario urbano que permanece en buen estado porque su gente lo cuida, gente que respeta su turno en las colas para adquirir productos o servicios y que está dispuesta a cederle su asiento en el transporte público a personas vulnerables, una disposición general a acatar reglamentos internos de barrios y colonias, a eludir situaciones de corrupción, entre otras muchas cosas.
Es evidente que los habitantes de los países desarrollados traen un “chip” distinto en la cabeza. Se mueven con otras prioridades y con una consciencia colectiva que en otros países es dificil de encontrar. Por suerte, no es imposible replicar ese modelo.
Si desde la más tierna infancia se comenzara a educar en valores esenciales como el respeto a la ley o al espacio, propiedad y expresiones ajenas, en apenas un par de generaciones tendríamos un cambio radical en nuestro modo de vida; un estado de derecho y una cultura sólido que sirviera de base sobre la que construir la prosperidad económica que tanta falta nos hace.
Valdría la pena hacer la prueba
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