Dice una voz popular que una buena negociación es aquella en la que ninguna de las partes sale plenamente satisfecha. Si es el caso, creo que salimos perdiendo con el nuevo acuerdo comercial México - Estados Unidos que anunció la cancillería mexicana. Y que además estamos echando las campanas al vuelo y dándonos palmadas en la espalda demasiado pronto.
No, el acuerdo alcanzado no es malo per se. Moderniza y fortalece puntos importantes que desde su concepción en 1994 habían quedado rebasados por el avance de la técnica industrial y la tecnología. Evitamos la llamada Cláusula Sunset, que proponía que el convenio se terminara a los cinco años, salvo expreso acuerdo de todas las partes; o la claúsula que sujetaba las exportaciones agropecuarias mexicanas a un periodo de estacionalidad. También hacemos concesiones en la industria automotriz (45% de las unidades deben hacerse en lugares donde los trabajadores ganen un mínimo de $16 USD/hr.) pero a cambio el 75% de las autopartes tendrán que manufacturarse en la región (lo que podría significar mayor inversión del sector en México)
En fin, que los términos alcanzados son justos. Lo que queda para debate es si fue prudente la forma en que los alcanzamos y si serán estos términos los que finalmente se firmen.
De entrada, el “acuerdo” anunciado quedó solo en eso: anuncio y buenas intenciones. Es meramente verbal y no hay ninguna salvaguarda para que esas buenas intenciones no cambien de un día para otro según el convenga a Donald Trump (ya ven que ni propenso es a esos cambios drásticos de humor y de discurso).
Aún si el inquilino de la Casa Blanca no patea la mesa para desestabilizar el tablero y se respeta la palabra dada, será el Congreso de Estados Unidos quien tenga la última palabra en el asunto, y ya se especula que podría rechazar la firma de un pacto bilateral; porque el permiso otorgado a Donald Trump era para negociar un acuerdo comercial entre las tres naciones, no deshacer el TLCAN y hacer pactos bilaterales. La moneda está en el aire por dejar a Canadá fuera de la mesa.
Y hablando de dejar fuera a Canadá. No se sientan mal por ellos. Desde enero habían dejado clara su posición de que sus intereses nacionales estaban por encima del tratado trilateral y que, de ser necesario, tendrían que dejar a México solo. Hoy México les paga con la misma moneda, pero por razones completamente diferentes.
La estrategia normalmente hubiera dictado actuar con cautela y esperar a que Estados Unidos tuviera sus elecciones intermedias en noviembre. Por una vez, el tiempo jugaba a nuestro favor. La urgencia de Trump por mostrar el tratado firmado como un logro de su administración quizá lo hubiera forzado a hacer condiciones. Así, coordinados con Canadá para hacer presión, México pudiera haber conseguido un acuerdo más favorable y más firme.
Pero la administración de Peña tenía otras prioridades que los empujaron a acelerar el acuerdo. En concreto, la transición. Peña prefirió cristalizar un acuerdo imperfecto a arriesgarse a que la administración entrante lo desmontara. El convenio alcanzado, por ejemplo, blinda algunas disposiciones de la Reforma Energética al utilizarla como marco legal para los acuerdos en materia de compra/venta de energéticos y de inversión extranjera en el ramo.
El acuerdo pues, favoreció mucho la posición política de Trump, pero tampoco sacrificamos nuestra maltratada dignidad nacional. Quizá pudimos haber conseguido algo mejor, pero tampoco le perdemos al acuerdo. En fin, es el tratado que la coyuntura permitió. A ver cómo nos va. Mientras tanto, seguimos al pendiente.
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