Se celebró el domingo la marcha en defensa del Proyecto de Texcoco para el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y por extensión, según entiendo, en defensa del estado de derecho y en contra de las decisiones arbitrarias legitimadas a través de encuestas a modo.
Pienso que la intención fue loable. Celebro la capacidad de reunir a cinco mil quinientas personas (estimaciones de la policía capitalina) en tan poco tiempo y únicamente a través de las redes sociales. Es síntoma de la existencia de un sector de la población súbitamente interesado en política. Y evidencia de que existe quien no se siente representado por el gobierno entrante y que quiere hacer algo por remediarlo.
Las manifestaciones multitudinarias públicas tienen varios problemas inherentes. Es difícil, por ejemplo, darles dirección; establecer un objetivo o reclamo concreto. Apenas una minoría de los presentes el domingo tenía una agenda anti-inmigrante, sin embargo, la imagen que circula en redes es la de una señora con bastón que muy sonriente sostiene una pancarta con la leyenda “No + Inmigrantes Indeseables”.
Por otro lado, las marchas raras veces pueden apuntarse victorias tangibles. Y el ejemplo contundente es que, apenas al día siguiente de la marcha, el presidente electo anunció otra “Multiconsulta” sobre el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, el Tren del Istmo y diez programas sociales prometidos durante la campaña, con exactamente la misma mecánica que la del Aeropuerto. Cachetada con guante blanco.
Entonces, la primera conclusión que saco de la marcha es que, como sociedad, nos urge encontrar una manera más efectiva de hacernos escuchar.
Hay otra lección quizá aún más importante que podemos rescatar de la marcha; una advertencia: La gente en el poder nos está dividiendo y enfrentando para su placer y provecho. Y para muestra, dos palabritas: Chairo y Fifí, dos apelativos utilizados para menospreciar y minimizar la posición ideológica del otro y con los que se dieron vuelo el pasado fin de semana en redes sociales.
Utilizar la palabra “Chairo” encasilla a todas las ideas de izquierda en la figura de un fósil porro clausurando el Auditorio Justo Sierra, “Fifí” hace parecer que toda la derecha es la del mirrey adinerado de Lomas de Chapultepec; cuando el espectro ideológico, cultural y económico de México es mucho más amplio. Al usar “Chairo” o “Fifí” minimizamos las necesidades, luchas y el sentir de muchos mexicanos que no son menos importantes que otros, les deshumanizamos y nos privamos de alternativas que sólo se hacen disponibles si se usa el diálogo.
Le pongo un ejemplo: ¿Por qué Santa Lucía O Texcoco? ¿Por qué se nos obliga a elegir de tajo un proyecto u otro habiendo tantos puntos intermedios que podrían dejar a más gente satisfecha? ¿Por qué hay que elegir entre un atentado ecológico o una solución funcional al problema aeroportuario? ¿Por qué hay que elegir entre los cochupos del presidente en turno o los del presidente entrante? Y lo peor ¿Qué placer enfermizo encontramos, o qué superioridad inútil sentimos al llamar si llamamos al otro “fifí” o nos llaman a nosotros “chairos”?
Es indiscutible que hay, entre quienes apoyan el proyecto de López y quienes no, una distancia ideológica insalvable. Pero la democracia, se supone, está establecida para que esos dos extremos y todas las posiciones políticas e ideológicas entre ellos, encuentren coincidencias y alcancen acuerdos en un punto intermedio a través del diálogo. Pero cuando procedemos a tratarnos de “Chairos” y “Fifís” esas oportunidades de encontrar puntos intermedios se van perdiendo y nos convertimos en perros de pelea ladrándonos unos a otros la agenda de diferentes grupos de poder. Y el chiste no es pedirle aquí respeto al color de la correa del otro, sino dejar de ser perros. Somos todos mexicanos e independientemente de nuestro pensamiento político, a todos nos interesa el progreso de nuestras familias y del país.
Me permito concluir mi mensaje semanal con algunas citas del libro que acabo de terminar de leer. Se llama: “Para combatir esta era: Reflexiones urgentes sobre el fascismo y el humanismo” y lo recomiendo ampliamente.
“El fascismo es un fenómeno político que no ha desaparecido con el fin de la guerra y que pervive como la politización de la mentalidad del rencoroso[...]. Es una forma de política empleada por los demagogos, cuyo único móvil es la ejecución y ampliación de su poder, para lo cual explotarán el resentimiento, señalarán chivos expiatorios, incitarán el odio, esconderán un vacío intelectual debajo de eslóganes e insultos estridentes, y convertirán el oportunismo político en una forma de arte con su populismo.”
“No deja de sorprenderme la facilidad con la que emitimos juicios que no son más que meros prejuicios —y, como tales, son tan consistentes como un pedazo de chocolate que se derrite al sol—.”
“Quien pretenda realmente ser un humanista rechaza toda forma de fanatismo y aprende la cortesía del corazón y el arte de la conversación, el diálogo.”
“No podemos esperar cambios de las élites del poder. Constituyen el poder, detentan el poder, porque su visión del mundo representa la expresión de la sociedad en la que vivimos. Si la sociedad cambia, pierden su poder”¿Qué tal, eh?
Se lo dejo de tarea y nos vemos la próxima semana
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